Dio otro trago a la cerveza, apoyó los brazos en el manillar de la bicicleta y suspiró con cansancio. Una brisa acariciaba sus carrillos, que rojos y calientes agradecían un poco de frescor.
—¿Por qué me ocurren estas cosas? –miró al infinito-. Así, de golpe, sin orden ni concierto. ¡Ay!… –profirió con rabia.
Acababan de despedirle del trabajo.
Dio otro sorbo a la cerveza, más largo que los anteriores, y la vista se le comenzó a nublar. Las manos se le resbalaron del manillar y su cuerpo se dobló sobre sí mismo, al tiempo que el botellín se la caía al suelo, vertiéndo su contenido sobre la hierba. Se quedó en esa extraña posición, sin hacer ningún esfuerzo por incorporarse.
De pronto escuchó una voz femenina y dulce. Javier levantó la cabeza, creyendo que era producto de su imaginación chisposa. Pero, para su sorpresa, se encontró con una muchacha de tez morena y melena rubia, que también tenía una bicicleta.
—Ho… Hola —le saludó Javier con azaro—. ¿Quién eres?
La mujer no le respondió; apoyó uno de sus pies en un pedal y se lanzó ladera abajo.
—¿Adónde vas? —le gritó Javier, saliendo de su ensimismamiento.
De nuevo no recibió respuesta. Al ver que la chica comenzaba a alejarse, no se lo pensó dos veces, agarró su bicicleta y empezó a seguirla, abandonado la botella en el prado.
Descendieron la cuesta y se introdujeron en un pinar. Ella esquivaba los obstáculos con sorprendente agilidad. Javier, que arrastraba cierto mareo, intentaba alcanzarla.
El camino desembocó en una carretera. La muchacha continuó hacia un pequeño pueblo de montaña. Su perseguidor la iba detrás, aunque cada vez era mayor la distancia que los separaba. Aunque Javier perdía el resuello, la melena dorada que se flameaba con el viento le dio fuerzas para seguir pedaleando. Ese mismo aire le ayudó a despejarse y asegurarse de que no estaba viviendo un sueño.
La misteriosa mujer se escurrió por las callejuelas. Seguirla no era fácil.
—¿Cómo puede ser que avance tan rápido? –se preguntó.
Las calles comenzaron a ensancharse y desembocaron en una plaza. Javier se detuvo de golpe: la chica había desparecido. A través del chorro de una fuente, creyó verla desaparecer por un callejón.
—Conque tienes ganas de jugar… –se dijo con gallardía.
Avanzó a toda prisa y llegó hasta un cruce. Allí estaba, frente a él. Pero su bello rostro se había transformado en una calavera. Desconcertado, percibió un destello a su derecha que terminó por cegarle.
—Estoy llegando al paraíso… —susurró.
Permaneció de pie, con los ojos muy abiertos, ante el resplandor que se le acercaba, hasta que algo le arroyó con una fuerza sobrehumana. Después, la oscuridad.
***
—Ya le he dicho lo que ocurrió, agente. Ese hombre salió de la nada, se quedó parado en mitad de la carretera y no me dio tiempo a frenar —un camionero volvió a relatarle a un policía.
—Que cosa tan extraña… Nadie en este pueblo dice conocerle. Aseguran que lo vieron pedalear como un loco.
—¡Mi comandante!
Se les acercó otro policía que había permanecido examinando el cadáver.
—La víctima agarra con fuerza un mechón rubio entre los dedos.
—¿Un mechón?… Ya lo examinaremos en la morgue. ¿Ha llamado al juez?
Al tiempo que el segundo agente sacaba el teléfono, una mujer apareció tras él. Caminaba por la carretera hacia la salida del pueblo.
-¡Señorita! –la llamó el agente.
La mujer se giró y volvió sobre sus pasos.
-Caballero, esta noche tenemos una cita. No llegue tarde -susurró al oído del policía.
Se estremeció, pues el aliento de la dama estaba helado. Acto seguido, aquel personaje femenino se dio la vuelta y se perdió en la oscuridad.
-González, ¿tiene algo que decirme? -preguntó su jefe, atónito ante lo que acababa de ocurrir.
-Comandante, le aseguro que no la conozco -dijo su subordinado, aún confundido.
-Eso espero, González. ¿Acaso su esposa se merece que usted mantuviera citas con desconocidas?
Pero el policía había caído en el embrujo de la melena rubia.
Pablo Garrido
Ganador de la XIII edición
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