El olor a Navidad inundaba las calles del pueblo. Aquel año, el ayuntamiento se había esmerado en la decoración. No solo eran las típicas guirnaldas de luces coronando la entrada a Lanjarón, sino que había carteles que anunciaban que estábamos en el Polo Norte, con indicaciones para llegar a “Villa Elfo” y al taller del mismísimo Papá Noel.
La Plaza de los Naranjos había dejado de serlo: las luces tintineantes, un trineo, los renos y una casa de galleta de jengibre habían reemplazado la seriedad habitual de aquel rincón. El pueblo se había convertido en el escenario de un cuento para los más pequeños de la casa, un relato que fomentaba su espíritu navideño y despertaba en ellos la sensación de magia. Lanjarón había transmutado en el lugar al que yo siempre había querido estar en Navidad.
Eran las ocho de la mañana. Hacía rato que había amanecido. Salí de la cama, me abrigué de arriba abajo, me calcé unas deportivas, tomé los cascos, el móvil, un libro y salí a hurtadillas de casa. Entonces me recorrió un escalofrío, pues Granada no es Almería, en donde vivo de manera habitual. Las temperaturas son mucho más bajas y la niebla, aquel día, había cubierto todo lo visible. Sin prestar más atención a la atmósfera eché a andar. Me sabía el camino de memoria. En tres minutos llegué a mi destino. Me deslicé por los callejones recubiertos de flores de todos los colores. Conforme me iba adentrando en la plazuela, su olor característico empezó a envolverme.
En el centro se erguía un árbol de Navidad fabricado a base de crochet, cortesía de unas cuantas mujeres del pueblo. Me senté en uno de los bancos laterales, puse música, conecté el móvil en “modo avión” y abrí el libro: “Cuento de Navidad”, de Charles Dickens. Tengo por costumbre leerlo cada año por estas fechas. Deslicé las páginas hasta que llegué al primer capítulo, y me sumergí en el relato.
Como me dejé llevar por la historia, apenas percibí la llegada de un grupo numeroso de turistas, que se pusieron frente al árbol para tomarse fotos. Me levanté, alcé la vista mientras me quitaba los cascos y recibí el golpe de un señor de avanzada edad que pasaba junto a mí. Me sonrió y me dijo algo que no acerté a entender. Traté de preguntarle, pero se escurrió entre la masa de gente. En vista de que no había manera de ubicarlo, volví a sentarme y proseguí la lectura hasta que, enseguida, llegó una señora, que me sonrió al pedirme que la ayudase a ponerse una pulsera. Mientras se la enganchaba, escuché una voz masculina a mi espalda.
–Es que yo no sé cerrársela, mis dedos ya no me lo permiten.
Al girarme vi al hombre que minutos antes me había golpeado. Iba a responderle cuando volvió a hablar:
–Antes de bajar a la plaza, el guía nos había anunciado que este es un lugar precioso. Y al verte aquí, inmersa en tu lectura, me he dado cuenta de que lo mejor de la plaza eres tú, jovencita.
Me sorprendí al tiempo que me robaba una dulce sonrisa. En estos tiempos, semejante comentario se juzgaría ofensivo, pero yo no lo consideré en absoluto de esa manera. La sencillez de sus palabras, acompañadas de un ademán sincero y tierno, me gustó. Por eso le respondí:
–Muchísimas gracias.
La mujer buscó en su bolso un ramito de flores amarillas.
–Es para ti –me lo tendió–. Hinojo. Nos han dicho que aquí es el ingrediente esencial para un puchero típico en invierno.
–Además –añadió el señor–, se llama como nuestro pueblo, que está en Huelva, justo al lado de El Rocío.
–Guárdalo en tu libro, niña, y no lo pierdas –me solicitó ella.
No sabía qué decir. Tenía el corazón en un puño ante aquel sencillo gesto, que me hizo entender que lo que son solo unos momentos para mí, para otras personas puede significar una vida entera. Una vez más les agradecí no sólo el ramito de flores amarillas, sino la dulzura de sus palabras.
El guía los llamó para continuar la visita. Yo me quedé en la plaza, con mi libro, el ramito de hinojo y una lágrima asomándose a mis ojos, envuelta por aquel ambiente navideño que, efectivamente, había vestido de luces la monotonía en Lanjarón.
María del Carmen García Lea
Ganadora de la XIX edición de Excelencia Literaria
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