No sé ustedes, pero hubo años en mi vida en los que pensaba que Dios no me hacía falta absolutamente para nada. De manera más consciente, me ocurrió en mi etapa universitaria, hace más de tres décadas. Compatibilizaba entonces los estudios de Periodismo con mis primeros pinitos profesionales y tenía todo lo que podía desear un joven de esa edad: salud para mí y para mis seres queridos, una familia maravillosa y unida, buenos amigos, toda la vida por delante. Desde niño me habían educado en la fe y tuve siempre grandes ejemplos, pero lo de ir a misa se había convertido en una rutina que había acabado por cansarme y desde hacía tiempo había dejado de frecuentar la confesión por vergüenza o pereza. En resumen, vivía de cara al mundo y de espaldas a Dios.
Pero Dios se lanzó a por mí descaradamente hace justo veinticinco años, cuando conocí a la que hoy es mi mujer, Mercedes. Gracias a ella volví a la práctica de la fe, a ir a misa, a confesarme. Al principio reconozco que para impresionarla, pero luego de manera absolutamente consciente. Juntos formamos una familia preciosa con cuatro hijos: Mer, Iñigo, Blanca y Eugenia. La vida nos ha sonreído, aunque las cosas no han sido fáciles en estos veintidós años de duro trabajo, renuncias y sacrificios para dar la mejor educación a nuestros vástagos, además de los altos y los bajos por los que atraviesa toda pareja.
Después de algún tiempo de tibieza en mi relación con el Señor, se lanzó por segunda vez a por mí hace casi dos años, a principios de 2023. Sin sospechar nada, se fueron concatenando una serie de hechos providenciales como preparatorio para la mayor prueba a la que un ser humano pueda enfrentarse.
Primero tuvimos la suerte de ser invitados a viajar a Tierra Santa. Cada año la agencia Halcón Peregrinaciones organiza un viaje inaugural y recurren a algún periodista para que sea testigo directo del “Quinto Evangelio”. Recorrimos Nazaret, Belén, Petra, Cafarnaún, Jerusalén… y regresamos muy removidos tras contactar con los escenarios donde el Señor nació, vivió, murió y resucitó. Especialmente conmovedor fue el vía crucis por la Vía Dolorosa, la visita al Santo Sepulcro, la misa en la casa de la Virgen, la renovación del matrimonio en Caná de Galilea… Pero lo que me removió más fue Getsemaní, en el Huerto de los Olivos. El contacto con el lugar donde Cristo pidió al Padre que apartara de Él ese Cáliz, pero que no se hiciera su voluntad sino la del Padre. Medité mucho durante el viaje y en las semanas posteriores.
Allí mismo, en medio de una duna del desierto de Wadi Rum, en Jordania, un catalán con el que habíamos coincidido en la expedición, Pep Borrell, nos preguntó si habíamos hecho el retiro de Emaús, del que nos habían hablado y al que nos habían invitado sin éxito en bastantes ocasiones. Esta vez, sin embargo, pensé que Dios nos estaba llamando a miles de kilómetros de casa y nos propusimos hacerlo. Primero fue mi mujer y una semana más tarde yo. El encuentro personal con Cristo supuso un apretón de clavijas muy importante y me ayudó a sumergirme con ansias en la Oración y en la lectura de textos espirituales. Además, tanto mi mujer como yo asistíamos regularmente a las reuniones semanales en la parroquia a la par que se iba intensificando la vida de comunidad con el resto de hermanos.
Así de fortalecidos y llenos de Dios llegamos al 22 de julio de 2023. En medio de un caluroso verano, con nuestros cuatro hijos disfrutando de sus vacaciones, nosotros esperábamos con verdaderos deseos que llegara agosto y tomarnos algunas semanas de descanso. Teníamos planes muy familiares y pensábamos recoger a los niños en Lisboa nada más clausurarse la JMJ 2023 junto a algunos primos y sobrinos al norte de Portugal.
Pero los planes de Dios eran otros. El 22 de julio, después de disfrutar de un estupendo día de playa, nuestra hija mayor Mer, que entonces tenía veinte años, empezó a sentirse mal. Se estaba preparando para ir a un concierto con su hermana Blanca, pero un fortísimo dolor de cabeza obligó a cambiar el guión. Nos fuimos al hospital y al cabo de una hora llegaba el jarro de agua helada: había sufrido una hemorragia cerebral masiva y se encontraba entre la vida y la muerte. Tras un primer TAC la habían desahuciado y su deterioro estaba siendo muy rápido, presentando mucha inestabilidad que podría hacerle entrar en parada en cualquier momento.
Nos invitaron a entrar en una sala para que estuviéramos solos. No dábamos crédito a lo que estaba ocurriendo. Todo tan rápido y tan increíble. Nos faltaban las lágrimas y estábamos bloqueados. Sin embargo, tras informar al resto de nuestros hijos, un audio enviado a nuestra familia pidiendo que rezaran para que Mer se salvara se haría viral. La cadena de Oración #RezandoPorMer llegó a cientos de miles de personas en las semanas previas a la Jornada Mundial de Juventud de Lisboa. Después de una noche y una madrugada interminables, nuestra hija pudo ser trasladada en coma desde Jerez y ser intervenida en el Hospital de Cádiz, donde un impresionante equipo de neurocirujanos lograron salvarle la vida tras dos intervenciones a vida o muerte.
Después de diez interminables días en coma y dos semanas en la UCI, Mer pasó a planta y seis días más tarde le daban el alta y regresaba a casa. Durante esas jornadas interminables y angustiosas, algo nos sostuvo en todo momento. Humanamente nos enfrentábamos a algo insoportable y muy difícil de sobrellevar, pero no estuvimos solos en ningún momento. Jamás perdimos la serenidad, nos abandonamos a la voluntad de Dios y pusimos la vida de nuestra hija en sus manos. Los médicos no se explicaban la paz que transmitíamos y se preguntaban entre ellos quién había informado a esos padres de la gravedad extrema de su hija. No entendían la tranquilidad con la que nos comportábamos pese a las noticias tan inquietantes. Alguien nos preparó meses atrás y algo nos sostuvo en los momentos más inciertos.
Tan sólo mes y medio después de todo aquello, otra casualidad quiso que la médico intensivista que atendió a Mer aquél 22 de julio contactara con nosotros. Nos citamos con ella en el hospital. Lo que no contaba es que llegáramos con nuestra hija, que entró en el centro por su propio pie y con una sonrisa que le iluminaba la cara. La doctora Virginia Pérez, que fue un ángel que luchó denodadamente por salvar la vida de Mer, no podía evitar las lágrimas y negaba con la cabeza, incapaz de explicarse esa recuperación tan increíble que a día de hoy es ya prácticamente total.
Algún tiempo después cayó en mis manos el cuaderno en el que hice algunas anotaciones durante mi retiro de Emaús. En ellas le pedía al Señor: “Sácame de esta tibieza en la que me pierdo con tanta frecuencia y pon a prueba mi fe”…
Tanto mi familia como yo nos sentimos bendecidos tras haber sido testigos directos del Amor Infinito de Dios. Lo ocurrido antes, durante y después del derrame cerebral de Mer ha sido un regalo lleno de “Diosidades”. La Providencia de Dios ha actuado en todo momento, dándose una serie de increíbles coincidencias con hechos, personas y fechas a través de las que el Señor no ha dejado de hablarnos.
Como periodista, me dedico al mundo de la Comunicación desde hace más de treinta años. Familiares, amigos y conocidos, tras saber los pormenores de todo lo acaecido, nos pidieron que contáramos a todo el mundo lo que entienden ha sido un milagro. Pero no ya la curación y recuperación casi total de nuestra hija, sino lo que ha dado forma a esta historia de Dios que es una verdadera maravilla y que hemos recogido lo mejor que hemos podido y sabido en “Confía!”, un libro que junto al testimonio que cuenta no paramos de compartir con todos aquellos que nos lo piden por todos los rincones de España. Todo para mayor Gloria de Dios.
Eugenio Camacho
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