“Estamos viviendo unos tiempos realmente inquietantes, caracterizados por una profunda confusión y desorientación”. Con estas palabras, el psicólogo clínico especialista en prevención de la conducta suicida en la infancia y adolescencia, Francisco Villar Cabeza, da comienzo a su libro Cómo las pantallas devoran a nuestros hijos (Herder, 2023). En él, habla de que vivimos tiempos de “cansancio, de empacho, de náusea, fatiga, hastío, tristeza, insatisfacción y deseos de muerte”.
El autor analiza cómo la tecnología afecta a los procesos de desarrollo del ser humano. Especialmente de los bebés, los niños y los adolescentes. Una estadística reciente arrojada por el Instituto Nacional de Estadística (INE) daba cuenta de que, por primera vez en España, la proporción de niños de entre los 10 a los 15 años que tienen móvil ha superado a los 7 de cada 10
La conclusión de ese análisis es que “la exposición a las pantallas es una variable clave en el incremento del malestar” de los jóvenes. Eso sí, matiza que “no son la causa única”, como tampoco lo son de otras dolencias como la obesidad infantil, las pérdidas visuales, el insomnio, los problemas de aprendizaje, el suicidio o un largo etcétera.
Las pantallas deterioran el desarrollo de las habilidades personales de afrontamiento, interfiriendo en los hábitos saludables y en las actividades relacionadas con el bienestar. Parecen contribuir negativamente en todos y cada uno” de los trastornos que sufren los jóvenes. La exposición a las pantallas desborda los recursos cognitivos y emocionales de nuestros niños y adolescentes.
Como solución se sugiere prohibir a los niños y adolescentes acceder a “un mundo contaminado”, al menos, hasta que se hayan desarrollado suficientemente para enfrentar esos peligros por sí mismos. Por eso, indica que antes de los 16 años no se deberían usar smartphones. También aconseja que antes de los 16 años se usen dispositivos que solo permitan hacer llamadas y que los grupos de WhatsApp sobre actividades escolares “siempre” se tengan en los dispositivos de los padres.
La mejor manera de enseñar a los niños es predicar con el ejemplo. Por eso durante el tiempo libre de juego compartido o a la hora de comer las pantallas deben desaparecer. La clave es eliminar el “potencial dañino que supera con mucho sus beneficios” en los más jóvenes. Y de ahí su conclusión: “En la infancia y en la adolescencia, la desconexión es la única forma de estar realmente conectado”.
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