¿Es posible amar hoy con la calidad y autenticidad con que se amaron María y José, los padres de Jesús de Nazareth?
Mejor aún: ¿podemos imaginar cómo se amaron estos dos seres excepcionales dado que el Evangelio no contiene apenas trazos de su historia? A pesar de su excepcionalidad y salvando las distancias, ¿podrían ser modelo de nuestras parejas actuales?
A este reto acude el libro publicado por Andrea Mardegan en Ediciones San Pablo bajo el título José y María. Nuestra historia de amor (2023). Un libro enriquecido con las acuarelas de Anna María Trevisan que van glosando visualmente el relato; lo que embellece el texto y es muy de agradecer en nuestros tiempos.
Abordar la historia de la Sagrada Familia en una era descristianizada siempre es un reto. Hacerlo de manera sencilla y amena, pero sobre todo creíble resulta difícil. Su historia parece demasiado conocida porque múltiples libros piadosos se han dedicado a ello desde hace siglos. Y con solvencia. El autor acude al reto, obviando la hagiografía propia de los libros píos y adoptando un punto de vista personal. Son ellos, los protagonistas José y María quienes en primera persona van contando su historia de amor, alternándose y casi quitándose la palabra para que el lector pueda observar los acontecimientos desde perspectivas complementarias (femenina/ masculina).
Como decía, sus voces se alternan a lo largo de diecisiete capítulos de títulos sugerentes: “Nuestra historia de amor”, “Perfume de flores nuevas en el aire”, “El amor que vence al temor”, “Aquel fulgor inusual en el cielo”; o meramente descriptivos: “Isabel fue una madre para mí”, “A Belén sin demora”, “En Nazareth teníamos casa”, o “Todos los años a Jerusalén por la Pascua”. Evidentemente y como cumple en un sacerdote (Mardegan lo es y se dedica a la pastoral universitaria y familiar en Verona y Milán), la base del relato son los evangelios que sigue con fidelidad.
Dos personas ante la inmersión de Dios en la historia que altera por completo sus perspectivas. Funcionarán poco a poco con una intensa sintonía de corazones. Pero no cabe duda de que la voz cantante la lleva María y José lo reconoce desde el principio: “ella era la madre que me había engendrado para aquel proyecto de vida y me alimentaría para que creciera en aquel camino lleno de aventuras. Me sentía como engendrado nuevamente –esposo y niño, amante y amado- por el Amor mismo, a través de ella” (p. 25).
¿Señales de identidad de los padres y esposos? La apertura a lo divino, la disponibilidad al Señor que los evangelios suelen subrayar en la Virgen (“Fiat”, es decir “hágase” es su respuesta al ángel en la anunciación), pero que aquí es patente también en José: “Pero aquel niño entre los brazos me ilumina el alma y me calienta el corazón. Experimento una sensación nueva. Me siento padre de este niño. No es un recorrido que yo dirijo sino algo que me sucede. También yo ahora me animaría a exultar y alabar a Dios a gritos” (p. 78).
Y para hacerlo recurre a un salmo. Los salmos estaban muy presentes en la formación de los israelitas y este libro lo refleja. Afloran espontáneamente a los labios de ambos –sobre todo María- ante cualquier suceso, para certificar que es de Dios. Indirectamente aluden a la formación y vivencia religiosa de los protagonistas, muy superior a la media de los judíos y que los permite ir intuyendo las cosas: “Las profecías sobre nuestro hijo nos inundaban de emoción y de seguridad, pese a las incertidumbres de la vida” (p. 113). Lo que les ayuda a comprender juntos, poco a poco la palabra de Dios. En ese sentido, puede decirse que el libro de Mardegan está tejido de citas, tanto de los salmos como de los evangelios… es una inmersión en esta maravillosa historia salvífica.
Es un acierto que el libro no sea una hagiografía. Los personajes, María y José, también Jesús, son muy creíbles porque no lo tienen fácil: dudan, pero se apoyan en la fe. Por ejemplo, hay un pasaje en que dice José: “El misterio de los caminos del Señor a veces me daba miedo y desalentaba. Me resultaba difícil comprender el sentido de las dificultades por las cuales dejaba pasar la vida de su hijo. Pero sabía que mi cometido era custodiar a aquel hijo y a su madre, María, y fiarme de Dios y de sus designios inescrutables de salvación” (p. 98).
Incluso es muy creíble la figura de Jesús Dios niño que va aprendiendo y madurando hasta convertirse en el maestro de sus padres. Muy bonito el momento en que Jesús niño pregunta a su padre qué es el amor (p. 129) y la respuesta de José en que el amor va entretejido de dolor. Y la conclusión: “Cuanto más amamos más libres somos. Cuanto más libres somos, más podemos amar”.
Pero vamos al amor entre los esposos. Con las dificultades de encajar un matrimonio tan original (en virginidad), la ternura y los abrazos entre ambos suple con creces otras cosas como el sexo, santo entre los esposos de un matrimonio normal y excluido en los planes de Dios para su familia en la tierra. Hay palabras de María a José al respecto realmente preciosas, no concebibles en una hija de Israel de su tiempo, pero sí en la madre de Dios: “Con el tiempo has perdido la conciencia de la belleza de tu amor. El don de mi hijo por ti es que tú sientas toda tu capacidad de amar. Es él quien vuelve a entregártela hoy” (p. 125). Y José responde: “Me has sabido amar con el tiempo como ninguna otra habría sabido hacerlo, Tu corazón ha abrazado el mío y el mío sigue abrazando el tuyo. Para mí, es tiempo de crecer en el amor” (p. 125). Y más adelante hablando a su hijo José recuerda: “Y construíamos juntos nuestro amor, que no era un amor avanzado del amor de Dios, era precisamente el amor de Dios por nosotros. María me ha hecho vivir como un hombre amado. Verdaderamente deseado. Verdaderamente querido para ser el padre de Jesús en esta tierra. María me ha mostrado físicamente el corazón de Dios, lo hemos sentido palpitar en nuestra casa”.
¿Hay amor más grande que este Amor?
¿Qué te pareció este artículo? Deja tu opinión: