El ambiente era tenso. Lo que ahí ocurría era algo sin precedentes. Nunca en su historia, el FBI había organizado un operativo tan gigantesco. Cientos de agentes llegados de otros Estados a San Francisco para atrapar a una persona.
Era un operativo engorroso, pero no complicado. Un único escenario: Una plaza pequeña con una fuente, bancos alrededor, un entorno agradable. A la plaza se podía acceder por tres calles, todas peatonales, lo que facilitaba la tarea de los agentes estratégicamente colocados. Unos en edificios, otros a pie de calle como mendigos, parejas, jugando al ajedrez, patinadores, vendedores ambulantes, etc. Más de 100 agentes camuflados en la plaza y francotiradores en las azoteas.
El objetivo: Vigilar un quiosco durante 14 horas para atrapar a un hombre que comprara el “Washington Post”. Todo se había revisado al milímetro en un radio de 500 metros. Había que detener al hombre que comprara un periódico aquel día.
En un principio todo encajaba y el operativo culminaría con éxito tras 15 años de búsqueda. Se había tendido una trampa y con toda seguridad, para el FBI, el asesino sería atrapado.
Las horas fueron pasando y los ánimos cayendo. Nada, nada, nada.
— No es posible, no es posible — se decía Jack una y otra vez golpeándose contra la pared
El agente FitzGerald permanecía al fondo, anotando en una pizarra enorme los resultados de los agentes. Uno tras otro marcaba cruces. Tras catorce horas de intensa búsqueda el operativo anunciaba un nuevo fracaso.
— Jack ¿QUÉ ESTÁ FALLANDO? — le gritaba el Jefe Olson — No lo sé, señor. No lo entiendo — — ¿Quieres largarte a tu casa ya de una vez,eh? —
El Jefe daba vueltas por la habitación desesperado.
— ¿Eres consciente de que la mismísima Fiscal General se juega el puesto por esta operación y a mí me van a mandar a Alaska? ¡LARGO DE AQUÍ! ¡FUERA! — — Lo siento, señor — balbuceaba Jack
Jack no sabía dónde meterse, él y nadie más que él era el responsable de lo que allí ocurría. Su compañera y único apoyo, Carrie, de brazos cruzados le miraba en silencio. Él no quería verla, actuaba como si no estuviera allí. Nadie como Carrie sabía el sacrificio y las incontables horas de trabajo para atrapar a “Unabomber”.
Seis meses atrás la historia era otra
El agente FitzGerald llegó a una unidad sin ideas, cansada y con pocas ganas. Jack FitzGerald sufrirá el ninguneo y rechazo de sus superiores y compañeros al poco de llegar. Él no era el primer analista de inteligencia que pisaba aquella oficina, durante 15 años habían pasado “expertos analistas de perfiles criminales” y para colmo, era novato, recién salido de la Academia. Al Jefe Olson le pareció que se reían de él.
15 años de frustración sin conseguir una sola pista del “Unabomber”, y el agente, -recién titulado como analista de inteligencia-, se muestra ilusionado y con iniciativa. Pero tener iniciativa y proponer una nueva línea de investigación, en un primer momento le supuso ser el “hazmerreir” del grupo.
El tiempo demostró que FitzGerald resultó ser el pionero en lo que hoy se conoce como: “Lenguaje forense”.
El FBI seguía la pista “cierta” de que el perfil real del terrorista era:
- Mecánico de aviones
- Sin estudios
- De unos 30 años
Pero a FitzGerald se le encendió la luz al leer una de las cartas que “Unabomber” enviaba a los periódicos.
— ¡Este hombre es culto, no hay más que ver cómo es su narrativa! - le decía a Carrie — Fíjate bien, reitera palabras que un mecánico de aviones no emplearía: Revolución industrial, tecnología, desarrollo humano… No, un mecánico supuestamente sin estudios no escribiría así, -concluyó-.
En poco tiempo, le planteó a su jefe un perfil radicalmente opuesto de “Unabomber”:
- Inteligente, más de lo normal
- Culto, universitario
- En torno a los 50 años
- Solitario, casi ermitaño, reniega de la sociedad moderna
Se rieron de él. Ya se sabe, los seres humanos somos reacios al cambio y a la novedad, y el jefe Olson se burló en su cara tirando a la basura el nuevo perfil trazado por el agente FitzGerald. Aun así le dijo que continuara… lo relegó a un segundo plano para que siguiera su extraña investigación. Le puso una ayudante, la agente Carrie, quien desde el principio creyó en Jack, fue la única. El analista FitzGerald no se rindió y sin apenas recursos y abandonado por sus superiores siguió adelante.
— ¡El quiosco cierra, señor! — gritó un agente
Desesperado Olson perdió las formas, comenzó a dar patadas a las sillas, a tirar papeles a largar a todos a la calle. Nada. Fracaso absoluto. No quería Olson enfrentarse a la llamada de teléfono a la Fiscal General para informarle.
(Continuará)
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