– Qué es esto? -dijo con gran estruendo el chico.
– Es tu regalo de cumpleaños -sentencié con seguridad.
El rostro del chico manifestaba una mezcla entre desagrado, decepción y engaño. Por lo que no era ausente a su desasosiego. Así que traté de mantener la calma no con cierta sorna.
– Abuelo, no sé por qué sonríes -manifestó mostrando su desencanto, mientras fruncía el ceño.
– Tranquilo -intenté mantener la compostura-, pero me causa cierto asombro la forma que has despreciado mi regalo.
Mientras, el animalito caminaba con cierta avidez a pesar de sus cortas patas, investigando el terreno olisqueando con su achatada naricita. La colita retorcida como un chorizo, enroscándose sobre sí misma, las orejas caídas y un leve sonido “oink, oink”. Todo ello, agravaba más aún, si cabía el enfado de mi nieto.
– Abuelo, yo esperaba un Golden Retiever -me explicó enojado-. Y mira lo que me has traído.
– Está bien -me acomodé a su lado-, te voy a explicar una historia.
El chico se calmó un poco, le pasé el brazo para acogerle y comenzar mi relato:
– Hace muchos años, cuando aún no habías nacido, había una jovencita, preciosa que se encontraba a la espera de su primer hijo. Se había convertido en todo un acontecimiento en la familia. No sólo su marido estaba entusiasmado por la buena nueva que se avecinaba, si no que sus padres, hermanos, amigos y allegados celebraban con alegría la nueva vida que se habría paso en este mundo. El embarazo transcurrió en un ir y venir de algarabías alegres, donde corría el vino, buenos manjares que ofrecía la tierra y presentes que le brindaban a la futura madre.
– Abuelo, espero que esto no sea un rollo -dijo mi nieto con cierto descaro.
– Tranquilo, ten un poco de paciencia –acerté a decir mientras le daba unas leves palmaditas sobre su pequeño hombro-. Como decía, la joven transcurría sus días en un constante acontecimiento social en el pueblo, denotando los mejores sentimientos de los pueblerinos.
Hice una pausa para comprobar la atención de mi nieto, y proporcionarle un poco de intriga.
– De repente, como ocurren todas las cosas buenas y malas de este mundo, llegó el tan esperado día. La jovencita, inevitablemente se puso de parto. Ella, que venía de buena familia y lustrosa casta, tuvo un alumbramiento digno de las señoras pudientes del pueblo con una elegancia que jamás ninguna comadrona había vivido con anterioridad -dije mientras me quedé un poco pensativo recordando el momento.
– Abuelo, ¿y qué pasó? -insistió mi nieto con premura, mientras le miré con complicidad.El médico de la familia recogió entre sus brazos al nuevo miembro sin ser capaz de disimular un cierto asombro. La joven, empapada en sudor, a pesar de su casta, después del esfuerzo, se percató del semblando pálido del doctor. Tan pálido como si le hubieran encalado en ese mismo instante. Lo cual preguntó: “¿qué pasa doctor?”. El recién nacido presentaba un aspecto un poco peculiar: nariz excesivamente achatada, tanto que los orificios se disponían como los cañones de una naviera, extremidades cortas y rechonchas, un tronco embutido en grasa recubierto por una piel sonrojada.
– Vaya, que niño más feo -dijo con cierto desprecio mi nieto.
– No te quito razón. Cuentan las malas lenguas, que en lugar de llorar emitió un sonido parecido a un “oink, oink” -dije mientras miraba de reojo a mi nieto esperando su reacción.
– Abuelo, ¿era un cerdo?
– No, no exactamente. El recién nacido generó un gran revuelo en pueblo, entre otras cosas porque esperaban un progenitor a la altura de las circunstancias de la dama que le había engendrado. Lo cual, provocó una gran desilusión en la familia, hasta al punto que ciertos miembros, amigos y familiares proyectaron una actitud repulsiva y de desprecio. La Señora se sintió perdida y desolada desde entonces. De alguna manera se sentía culpable por tal atropello a la belleza natural que se esperaba con tanta ilusión.
– Que gente más mala, abuelo -dijo mi nieto asombrado.
– Bueno, el ser humano a veces es un poco cruel -le contesté con suavidad-. Pasaron los años y la madre tuvo que hacer frente prácticamente en solitario en los quehaceres de la educación del extraño niño. Aunque hay que decir, que su marido trabajaba muy duro para salir adelante, te lo aseguro -miré a mi nieto-. El niño, no dejaba de sorprender porque, aunque tenía un aspecto, digamos diferente, y porque no, repugnante, gozaba de una extraordinaria inteligencia, amabilidad, paciencia y sobre todo bondad. Aunque cuando comenzó a gatear la imagen se transformó en aún más penosa, resulta relevante que la ya no tan joven pareja vio en él un potencial suficiente para que se sacrificaran en su educación y sobre todo, en su felicidad. Lo importante para ellos es hacer del retoño una persona de bien, con el suficiente carácter para hacerse autónomo y seguro de sí mismo y así afrontar los avatares que se le iba a presentar a lo largo de su vida. Y así fue, como un día, de repente como ocurren tanto las cosas…
– Y las malas de la vida, ya lo has dicho abuelo.
– Así es. Pues de repente, conoció a una joven que fue capaz de ver en él, esa inteligencia, amabilidad y sobre todo bondad dejando el aspecto incómodo que tenía el chico. Había que ahondar con cierto ahínco para adentrarse en su persona y encontrar esas características que le hacían de él un ser tan especial.
– Oh, vaya -me miró asombrado- ¿y qué era esa mujer?
– Estaba esperando esta pregunta -me volví hacia mi nieto-. Esa mujer era tu madre. Ella fue capaz de encontrar y apreciar el interior de ese chico tan extraño que los más cercanos se alejaron para repudiarlos a los tres. A veces, hijo mío, la familia puede llegar a ser tu peor enemigo.
– Entonces -dijo expectante- ¿el cerdo era mi padre?
– Así es, pero no era exactamente un cerdo -dije asintiendo.
Esperé unos instantes la reacción de mi nieto.
– Lo importante es, mirar dentro de cada uno de nosotros y de los demás para ver lo que realmente merece la pena -le dije mientras le arrechuchaba-. El aspecto es una superficie secundaria, como una coraza para guardar los más preciado que está en nuestro interior.
– Sabes abuelo, creo que ya me está gustando más mi regalo, además ya le tengo un nombre.
– Eso me gusta, cuál es el nombre.
– Le voy a llamar Golden Maialy.
Propiné una sonora carcajada junto con mi nieto.
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