«Querido Tomás, mi amor. Hoy tuve que llevar a Delantal al veterinario, ¿te lo puedes creer? La ola de calor nos abrasa y sin darme cuenta pasé por un paso de cebra recién arreglado ¡Y se ha quemado sus almohadillitas! El veterinario me ha dicho que son quemaduras leves. La tenías que haber visto, me miraba con esa carita que te ponía a ti siempre.
Esta mañana me quedé mirando ese libro que cada año leías por Semana Santa, ¿te acuerdas? Aurora, me ha dicho que me vaya con ellos a la playa, me lo estoy pensando, vaya o no, he decidido que tu libro sea mi lectura para este verano. A ver si averiguo porqué escogías a Delibes cada Semana Santa, siempre me intrigó y creo que nunca te lo pregunté. Quizá ese pensamiento confiado de que podría preguntártelo en cualquier momento, y ese momento murió…
Ya estoy más tranquila, Carmen está mucho mejor. Pobre nieta nuestra, tantos meses en el hospital, pero ya está en casa, te lo conté hace unos días. Además, se porta tan bien, me recuerda a ti, tan austera, tan dejarse hacer y llevar, y solo tiene 16 años. Me enorgullece mucho ver a sus padres al pie del cañón y a sus hermanos, toda la familia como una piña en torno a ella, pero con los mimos justos. Le pido a Dios que la enfermedad no deje secuelas en sus riñones, hay que confiar, como siempre tú me decías «la medicina avanza que da gusto».
Mi vida, te voy a dejar porque si no, creo que no voy a llegar a rezar las oraciones de la noche ¡Bendita radio! Ya por las noches ni las gafas me componen la vista, así que he desarrollado el oído, ja, ja, ja
Te quiere con locura, Gloria».
Y así, día tras día, año tras año, esta viuda rejuvenece cada noche desde que Tomás se fue al Cielo. Sus cartas sin enviar son su tesoro. El secreto bien guardado que ni sus hijos conocen. La intimidad de la mujer amada y amante.
Ella, de vez en cuando las relee, no es un diario, son sus cartas a Tomás desde que ya no está con ella. No es una terapia, es la vida compartida durante más de 50 años que reanuda día a día. Él esperándola desde la eternidad y ella aguardando pacientemente…
Gloria ya pasa de los ochenta, como una novia nerviosa y enamorada espera al final del día, cuando las llamadas y visitas se silencian. Y entonces es «su momento», el tiempo exclusivo para ella y Tomás. Todo se lo cuenta, dice que a veces calla esperando que él le diga algo sobre lo que le escribe. Ella no le siente en el más allá, sabe que él vive junto a ella, pero de esa otra manera que los vivos descubren de sus muertos, porque el alma nunca muere.
Y como cada noche, Gloria se pone las gafas, se sienta y escribe sobre esa encantadora mesita camilla de su habitación, en el silencio, ella amada, ella amando… hasta la eternidad.
Delantal tumbado entre la mesilla y la cama, simula dormir. Pero vigila a su dueña… de reojo. Cuando percibe que se pone triste o que llora, rápido sube a su regazo y le da lametones, así Gloria vuelve en sí, termina su carta y sonriente se desliza entre las sábanas.
Felices sueños, Gloria.
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