Existe la costumbre en algunos lugares de sacar el 31 de diciembre los trastos viejos a la calle para quemarlos. Tal vez sea una manera de sacudirse la culpa o de dar portazo a las cosas menos buenas que hayan podido suceder a lo largo del año. Un rito como otro cualquiera, que puede tener su sentido, siempre que no se caiga en la superstición y el autoengaño de pensar que un poco de fuego puede darnos “buena suerte” para el año entrante.
Ahora que nos acercamos a tiempo de balance, de análisis –por ligero que sea- sobre lo vivido en los últimos 12 meses, conviene no ser demasiado ingenuos, indulgentes en exceso o castigadores desabridos con nosotros mismos.
Existe un riesgo, en todo caso: confundir la responsabilidad con la culpa. Y de manera
insospechada me he encontrado con la inestimable ayuda de uno de mis más fieles
compañeros de la primera adolescencia: «El Príncipe de Bel Air». O mejor dicho, quien lo encarnó con tanta genialidad: el actor y cantante Will Smith.
Will Smith: “Es de tu responsabilidad ver de qué manera vas a lidiar con los traumas para resolverlos y poder llevar una vida feliz adelante”
En un vídeo, fácil de encontrar a través de cualquier buscador en Internet, Smith plantea la diferencia entre la culpa y la responsabilidad de una manera sencilla y genial. El rapero y actor plantea que “no importa de quién es la culpa si algo se rompe, cuando es tu responsabilidad arreglarlo”. Y tiene mucha razón.
Uno no es necesariamente culpable de las desgracias que le suceden en la vida (otra veces, sí, claro, pero ya se sabe que preferimos que la derrota sea huérfana, aunque nos hagamos trampas al solitario). Pero, en efecto, es responsable de lo que hace con lo que queda.
No importa si se trata de la pérdida de un familiar, del fin de una amistad de años, de una ruptura sentimental o de una ruina económica. Para todas estas situaciones y las que se nos ocurran, es aplicable la reflexión de Smith.
En el caso, por ejemplo, de una enfermedad tan destructiva como el alcoholismo en un padre, el actor reflexiona que “es de tu responsabilidad ver de qué manera vas a lidiar con los traumas para resolverlos y poder llevar una vida feliz adelante”, aunque, obviamente, no sea tu culpa.
Lo mismo en el caso de una infidelidad: “Es tu responsabilidad afrontar ese dolor y
sobreponerte a él para lograr encontrar la felicidad nuevamente”.
Y añade: “Culpa y responsabilidad no van de la mano, y apesta, pero es así” porque aunque desearíamos que los culpables pagaran el pato “no es como funciona. Especialmente cuando se trata de tu corazón, tu vida, tu felicidad. Es tu responsabilidad y es sólo tuya”, sigue el bueno de Will Smith.
¿No es más productivo plantearse -en singular- ‘cual es mi responsabilidad’? ¿Qué cometido concreto me corresponde hacer a mí para arreglar la situación?
Que sí, que “la culpa fue del cha cha cha”, como cantara Gabinete Caligari. Pero ¿a quién –que mire al futuro de verdad- le importa eso?
En estas semanas que nos vemos abocados a una maratón de encuentros grupales con amigos, familiares y compañeros de trabajo, bien nos convendría evitar la tentación de buscar a quién echar la culpa de las desavenencias que, abiertas o soterradas, están como el elefante en el salón del refranero anglosajón.
¿No es más productivo plantearse -en singular- ‘cual es mi responsabilidad’? ¿Qué cometido concreto me corresponde hacer a mí para arreglar la situación? ¿Qué parte está a mi alcance para minimizar los roces e incomprensiones?
La culpa es una mirada al pasado que, si no es meramente instrumental, se vuelve ponzoñosa. Es beneficioso conocer las causas de una desgracia o de un mal paso de consecuencias negativas para no repetirlo, modificar patrones de conducta, etc. En definitiva aprender. Pero ahí queda.
La responsabilidad es, al contrario, una mirada al futuro. Existe un problema y en mi mano está hacer esto y lo otro para minimizar o anular los efectos negativos o, incluso, revertirlos y obtener un bien.
La Psicología ha descrito algo parecido con una palabra utilizada casi a modo de conjuro en los últimos años: resiliencia. Que es una forma de expresión moderna que en castizo siempre se ha formulado con aquello de “si te tocan limones, haz limonada”.
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