Asistimos hoy día a gran cantidad de aportes innovadores sobre formas de ayuda tendentes a aliviar el sufrimiento humano.
A pesar de la enorme diversidad de teorías, metodologías y técnicas, sin embargo no todas han logrado una mejora efectiva en la evolución de los tratamientos terapéuticos.
Psicoterapia y Proceso de Coaching, aún con puntos de encuentro, y líneas muy tenues de coincidencia, no son lo mismo, ni requieren las mismas condiciones básicas, tanto del consultante como del terapeuta.
Una mala experiencia, puede causar al consultante una frustración que derive en no querer saber nunca más nada con la psicoterapia, ni con el mismo coaching.
Desde los seguidores de una ortodoxia rígida y terapias muy largas, de incluso años de duración, en diferentes paradigmas como el psicoanalítico, líneas cognitivas, perspectivas sistémicas, Constelaciones Familiares, Gestalt o aportes de la Escuela Sistémica, Psicodrama…, asistimos hoy a un boom de ofertas a modo de “dietas milagro” utilizando el “marketinero” nombre de “Coaching”, al que se asocian “apellidos”, tales como “emocional”, “creativo”, “artístico”,” espiritual”… que ya por el propio hecho de hacerse constar, hablan de desconocimiento e inoperancia de lo verdaderamente propio de dicho proceso.
No existe “per se” un coaching espiritual, ni emocional, ni artístico, por citar algunas de las ofertas que solemos encontrar.
El ser humano, cuya naturaleza holísticamente constituida, ha de contemplar estas y otras dimensiones en cualquier proceso terapéutico, si fuera preciso, e indudablemente un buen coach ha de tener presente en su acción, sea cual sea la demanda de desempeño de su cliente paciente. Somos cuerpo y alma, y sobre ellas ha de incidir cualquier proceso de sanación o crecimiento que se solicite sobre un paciente, o cliente, en caso de un proceso de Coaching.
Nos encontramos así, hoy día, con personas que se autodenominan terapeutas y que no poseen ni las cualidades personales, ni los conocimientos, ni la experiencia mínima necesaria.
En muchos casos incursionan en este campo, personas que ni siquiera poseen título habilitado para ejercer la psicoterapia o el coaching. Personas incapaces de brindar una ayuda efectiva, como para permitir a los consultantes colocarse, pacientemente en posición de pacientes.
Una persona que consulta por su malestar o sufrimiento en su trabajo, su familia, o cualquier otro ámbito de su vida, necesita ser escuchada, sentirse claramente comprendida, y experimentar en cada sesión, que lo que se le dice es útil y le sirve para una vida mejor.
Cada sesión debe dar lugar a un proceso de reflexión sobre sus circunstancias, que les facilite un estado emocional de mayor calma, que le permita verse a sí misma y comprender lo que le ocurre en el marco de estas circunstancias, y poder crear nuevas formas de afrontar su sufrimiento para resolverlo o, al menos para minimizarlo.
Si el terapeuta no logra entonces que el consultante se convierta en paciente, ese tratamiento estará condenado al fracaso porque el proceso descrito no podrá tener lugar.
El terapeuta, frente al paciente o al cliente, profesional cualificado y experimentado, podrá detectar entonces, si realmente es oportuno realizar un proceso de coaching, de entrenamiento para el ejercicio de una mejora de una parcela muy concreta de su vida, o bien, es necesario un proceso previo, más largo y continuo, de terapia propiamente dicha, antes de enfrentarse al ejercicio de sesiones de coaching.
Es ésta, otra de las razones por las que no es recomendable ni eficaz inscribirse sin más en cursos de coaching con “añadidos” o grupales, a excepción de que provenga de una iniciativa desde su propia empresa o grupo al que pertenezca por cualquier tipo de vínculo, que no supondrían más que pérdida de tiempo, esfuerzo y dinero, muy difícil de rentabilizar en la vida cotidiana del individuo.
Respecto a “grupos de coaching”, cursos colectivos, casi excepción hecha de agrupamientos gremiales o profesionales, serían comparables a ejercitarse en el conocido método “Pilates” en el ejercicio físico, en grupo, sin atención individualizada y con el profesional y aparatología adecuada.
Si una persona que sufre por algún motivo, un día decide hacer una psicoterapia, dicha psicoterapia debe servirle para vivir mejor. Y si este objetivo no se cumple, dicha psicoterapia no servirá para nada.
Y así nació la “Industria de la Psicoterapia”, y más adelante la “Industria del Coaching”.
Hoy en día el marketing se ocupa de que tomemos determinadas afirmaciones como válidas y si no estamos mínimamente atentos, comenzamos a creer en todo lo que se nos dice sin pasarlo por el filtro de nuestro propio raciocinio, de nuestra propia capacidad para darnos cuenta.
“Industria de la Psicoterapia”, incubada en varios países dio lugar a proliferación de tratamientos excesivamente prolongados en el tiempo y que no sirvieron para mejorar una buena relación entre el esfuerzo realizado y una mejor calidad de vida del paciente.
Esta práctica se llevó a cabo durante décadas, si bien esto es variable, según qué países. Recientemente las crisis económicas, y un poco de sentido común, condicionaron modificaciones sustantivas.
Hoy es prácticamente imposible que alguien pueda disponer del tiempo y el dinero como para sostener un proceso analítico de tres o cuatro sesiones semanales. Todo ello es más irreal aún, si pensamos que dicho proceso debe prolongarse durante algunos años.
En este contexto de “tilinguería”, los propios pacientes valoraban su tratamiento en función de la cantidad de años, de lo que habían aprendido de psicoanálisis, más que de una mejora efectiva en su salud y en su bienestar.
El término “Tilinguería” resulta perfecto para definir la moda, el boom a que asistimos como ofertas de “coaching”.
Fue acuñado por el escritor argentino Arturo Jaureche para referirse a un estado de subversión de valores, a partir del cual, la superficialidad, las modas, marcan lo que “es bueno”, “lo que se debe hacer”, en detrimento de lo auténtico y verdadero.
La pregunta que deberíamos hacernos entonces es, si ese terapeuta durante años, o en esas sesiones grupales tan costosas y largas, no ha logrado ayudar lo suficiente a su paciente ¿éste debe continuar viéndole? ¿sería sensato pensar que, quizá ha entrado en un enfermizo vínculo dependiente?
Quizá debería consultar con un profesional que pueda escucharle mejor, comprenderle mejor y acompañarle mejor en la búsqueda de las soluciones que necesita.
Las cosas han evolucionado, pero también es cierto que en la diversidad de ofertas, no todo ha sido para mejor. Se nos vende la idea de que todo lo nuevo es mejor y en realidad no es necesariamente así; no todo lo nuevo, simplemente por serlo, es mejor.
Hoy en día el marketing se ocupa de que tomemos determinadas afirmaciones como válidas y si no estamos mínimamente atentos, comenzamos a creer en todo lo que se nos dice sin pasarlo por el filtro de nuestro propio raciocinio, de nuestra propia capacidad para darnos cuenta.
En los últimos cien años han aparecido muchas escuelas de pensamiento y acción, que han culminado en la creación de diversas prácticas de la Psicoterapia y más recientemente el Coaching.
Muchas de estas diversas maneras de concebir el hecho humano, de pensarlo y de actuar en forma concreta con los consultantes para ayudarles, han producido notorias mejoras en el proceso terapéutico en sí tanto como en los resultados, que es, en última instancia, lo más importante.
A propósito, digamos también que la calidad del proceso terapéutico determinará en gran medida la calidad de los resultados.
Entre los condicionantes del proceso terapéutico, hay uno que merece un lugar destacado: la calidad del proceso de interacción entre consultante y terapeuta.
Es importante que el terapeuta se involucre como persona en el proceso. No se trata de que el terapeuta le cuente su vida o problemática personal al paciente. Se trata simplemente de que no se oculte detrás de la “máscara” de la supuesta neutralidad, e instrumente con profesionalidad toda la información que surge de la resonancia que pueda tener en él mismo el relato del paciente.
Ello humaniza la relación entre paciente y terapeuta y facilita el trabajo de buceo interior por parte del primero, al experimentar la mayor proximidad humana con el profesional que está abocado a la tarea de ayudarle.
Más allá de los aspectos técnicos y metodológicos de estas diversas escuelas, de lo que se trata es de trabajar desde una posición de autenticidad, y no desde la posición de un rol de terapeuta supuestamente neutral.
Es esas relaciones puede haber simpatía, antipatía o empatía. Es necesario que el vínculo sea empático, que el consultante experimente una clara sensación de comodidad, que pueda sentirse con toda la libertad de hablar de lo que desee, sin inhibición, sin vergüenza, sin censura.
Ello, o se desplegará naturalmente o no aparecerá por más que se quiera forzar, y en este caso, esa relación terapéutica no tendrá futuro. Quizá, de los condicionantes para que una terapia logre buenos resultados, éste sea el más importante.
Si esta condición está presente en la relación impersonal, no será tan importante si la línea de trabajo seguida por el terapeuta está más alineada con el Psicoanálisis, la Gestalt, un abordaje en línea Cognitiva, el aporte de la Escuela Sistémica, el de las Constelaciones Familiares, o incluso en un proceso de Coaching.
De hecho, el mismo “padre” del Psicoanálisis, el propio Freud, no trabajaba para nada con un encuadre rígido, como algún antecesor suyo (el que empleaba Meltzer, por ejemplo, que llegaba a usar siempre el mismo traje, la misma corbata, los mismos zapatos, o usaba la misma puerta para la entrada del paciente que no coincidía con la de salida…). Freud, el creador del dispositivo del diván, relata en sus obras, como ha mantenido sesiones caminando por los parques de Viena.
Jacob Levy Moreno, creador del Psicodrama y la Terapia de Grupo, trabajaba totalmente involucrado en la trama intelectual y emocional que desplegaban sus pacientes. No sólo él, sino sus Yo auxiliares y el mismo público, en aquellos casos que trabajó con sesiones públicas, en lugares como el Canergie Hall de New York.
El español David Solá, en el marco de las Constelaciones Familiares, con puntos muy próximos al Psicodrama, donde es fundamental la involucración, tanto como la de los colaboradores en el desarrollo de las escenas de los pacientes.
Estas características de “desalmidonar” e “involucrar” son igualmente necesarias en los procesos de Coaching personal.
Otras consideraciones que intervienen de modo determinante en el proceso son las variables espacio y tiempo.
El Coaching parte en esto con un encuadre mucho más flexible. Si bien el requerimiento del consultante es también, en principio, diferente.
Respecto al tiempo, hay que señalar que en ocasiones, nos encontramos con personas que realmente no logran hacerse un hueco para atenderse a sí mismas, del mismo modo que si lo harían en el caso de padecer un dolor de muelas.
El sufrimiento del alma, o las consecuencias de una merma de potencialidad de sus capacidades, en el ámbito laboral, familiar, intelectual, o cualquier otro, y su tratamiento en cambio, se mantiene por mucho más tiempo que un dolor de muelas, incluso a veces, a lo largo de toda la vida, sin tomar en consideración en muchos casos, las consecuencias nocivas que tiene también para quienes le rodean.
En realidad, no se trata tanto de que tengamos o no tengamos tiempo para hacer una consulta en busca de asistencia. La pregunta que deberíamos hacernos, frente a la escucha de la afirmación “no tengo tiempo”, es ¿por qué no logro hacerme el tiempo?
Seguramente una razón es que uno no logra hacerse tiempo para hacer algo a lo que uno no le encuentra sentido.
Otra puede ser que no sea fácil embarcarse en un proceso sobre el cuál no se le da a uno la seguridad de que le permita superar el sufrimiento.
En los tratamientos médicos, esto también puede ocurrir, pero a la medicina se le perdona esto con más facilidad que al tratamiento de los problemas del alma.
En cuanto al tema del espacio, hoy día, las nuevas tecnologías son facilitadoras en muchos casos de las dificultades y costes de espacios de comunicación y privacidad que se requieren para estos procesos.
El desarrollo de sesiones mediante el uso del ordenador empleando una cámara web y Skype permite acomodarse igualmente en situaciones de viaje y cambio de husos horarios
Un buen terapeuta y coach debe comprender muy bien los procesos vinculares, sobre la importancia que tiene para un paciente o un cliente, vivenciar en lugar de simplemente escuchar.
Vivenciar es aquí entendido como “darse cuenta” y poder incorporar en el campo de la conciencia lo que nos ocurre, no sólo desde el cuello para arriba, sino en todo el cuerpo, ya que éste guarda memoria, que están en el cuerpo mismo, no sólo en la cabeza. Esta distinción nos permite apreciar la diferencia entre el entender y el comprender algo.
J.L.Moreno lo llamó “catarsis de integración”( acto mediante el cuál el paciente logra una comprensión clara y profunda), ya que la palabra es portadora de emoción y en esa descarga emocional se va produciendo un proceso de sanación y de activación de potencialidades, a veces, dormidas.
Se usa el gerundio porque es éste el tiempo verbal que permite expresar la idea de que es algo que va ocurriendo, en lugar de ser algo puntual y mágico que ocurre en un momento.
También ha de decirse que en todo este proceso habrá una sucesión de momentos que son los que terminarán conformando el resultado final.
Hoy vivimos inmersos en un contexto social, económico y cultural en el que tenemos la sensación de que los tiempos se han acelerado.
Todo es rápido y hasta pareciera que estuviese bien que las cosas sean así. Con frecuencia vivimos apurados, corriendo de un lugar a otro, siempre con el temor de no llegar a tiempo, de perder oportunidades, sin darnos cuenta de que cuando hacemos las cosas con apuro, ese tiempo del apuro, es un tiempo no higiénico. De ahí los errores, olvidos..
El consultante debe pasar a otro escenario mental, y debe tener lugar un proceso emocional e intelectual que vaya abriendo paso de la situación, mucha veces estresante de la que se viene, a la que se desea analizar.
Una vez instalado en el proceso, se han de pasar diferentes momentos. Hay momentos de entusiasmo y también momentos resistenciales, difíciles de transitar.
En momentos de entusiasmo, el tiempo de paso de una escena a otra puede ser más rápido, en cambio, en tiempos resistenciales, el tiempo se lentifica.
Lo que hay que poder comprender es que estas son características naturales de este proceso y no se puede hacer mucho para acelerar los tiempos.
Instalarse como paciente, o consultante en un proceso, bien de coaching, bien de terapia, requiere ir desarrollando en sí mismo la condición de paciencia para tolerar los procesos del cambio.
No se trata de “ser una persona paciente”, se trata de estar con posibilidad de mirar hacia dentro de uno y nutrirse con la escucha de lo que el terapeuta o coach, tiene para mostrar.
Una cosa es ser o no ser paciente y otra muy distinta es estar paciente, o lograr estarlo en los momentos en que ello es necesario.
Y estas consideraciones sobre la paciencia y la inmediatez, no son privativas de situaciones terapéuticas o del coaching. Son válidas para todas las relaciones con personas, sean éstas muy próximas, como los miembros de la propia familia, como para cualquier otra relación.
En definitiva, tanto en un proceso terapéutico, como en un proceso de coaching, la instancia última de esta tarea consiste en aliviar el sufrimiento humano, y esa debe ser la definición del trabajo que desempeñe, bien sea un terapeuta o un coach, así como el resultado final que debe experimentar el cliente que enfermo o no, debe desarrollar el rol de paciente en el sentido referido anteriormente.
Es así como literalmente definen su profesión terapeutas tan largamente experimentados y de tan variada y amplia trayectoria vital y profesional durante casi sesenta años de ejercicio, como el licenciado Luis Parilla en Buenos Aires.
Habría una larga lista de terapeutas españoles que podrían citarse en esta línea, y entre ellos Eduardo Larriera, heredero en muchos aspectos de L. Parilla, que definió del mismo modo su profesión en los años que ejercicio docencia y consultas en procesos tanto de terapia como de coaching, coach profesional senior certificado, en nuestro país por más de diez años.
El grado de desarrollo personal y profesional alcanzado, la experiencia, y la actitud del terapeuta, serán determinantes, así como su singular forma de ejercer el acto terapéutico, aunque ésta pueda ser variada.
Los conflictos, ya sean internos o externos, del mismo modo pueden agobiarnos como impulsarnos a abrir nuestra mente y nuestro corazón.
En el segundo caso, ayudarán a descubrir oportunidades que no percibimos fácilmente, pues su ocultamiento, forma parte del modo en que formulamos el mismo conflicto.
Si tenemos en cuenta éstas y otras posibles variables, con una psicoterapia o un proceso de coaching, bien llevado, estaremos contribuyendo a la salud psicofísica y social, facilitando el acceso a estados de bienestar, tanto en nosotros mismos como en las personas que amamos y que nos rodean.