Dos de mis muchos buenos amigos pueden ayudarnos a ilustrar la cuestión que nos ocupa: descubrir el lenguaje del amor y sus, digamos, dialectos. Se trata de un lenguaje, valga la advertencia, que sirve para todo tipo de relaciones, no sólo para las que, por naturaleza, llaman a hombres y mujeres a entregarse mutuamente.
Uno de mis amigos, según te ve, te ofrece un abrazo. Pero un buen abrazo, no uno protocolario. Incluso, si tiene confianza suficiente, te planta un discreto beso en la mejilla y te da una caricia en la cabeza y un toquecito en el hombro.
El otro está en el extremo opuesto. Se trata de uno de estos tipos que van siempre en mangas de camisa, porque tienen un termostato interno perfecto para sobrevivir en Siberia sin un jersey.
Tal vez eso tenga que ver con el hecho de que, aunque la ocasión lo merezca, se revuelve cuando alguien le abraza. En confianza, hasta mete un poco de codo en las costillas para que acabe cuanto antes lo que para él supone, cuando menos, una incomodidad.
Durante los ya algo lejanos años universitarios, recuerdo que una explicación recurrente, sobre todo en los comienzos, era la del proceso básico de comunicación. Como cualquiera puede imaginar, para que se produzca tal comunicación deben existir, al menos, un emisor, un receptor y un mensaje. Hay otros elementos como el ruido, aunque los dejaremos aparte. Pero los tres elementos principales no son suficientes. Es necesario, además, compartir un mismo código. También en el lenguaje del amor.
¿Verdad que al comunicarnos con otros hemos experimentado interferencias o malos entendidos? Con frecuencia, compartimos con personas de nuestro entorno un mismo código en el humor, que otros no captan. En ocasiones, ya no sólo supone que esos no se enteren, sino que además puede ser malinterpretado y por tanto, fuente de enfados e incomprensiones.
A mí me ha sucedido con frecuencia que, en medio de un buen corrillo de amigos apasionados y practicantes del golf, pierdo el hilo entre maderas, swings, hierros, sands, eagles, boogies y otras expresiones de un código que no domino.
La lección obvia, centrando el tiro ya en el lenguaje del amor, que es a donde iba, es que necesitamos compartir un código para poder comunicarnos con eficacia.
Ha caído en mis manos una de las versiones de «Los cinco lenguajes del amor» de Gary Chapman, autor de éxito con decenios de experiencia en el acompañamiento y formación de personas en el importante arte de comunicarnos con el otro.
Cinco son los principales lenguajes del amor: las palabras de afirmación; el tiempo de calidad; los regalos; los actos de servicio; y el contacto físico
La perspectiva de Chapman abre el foco, de tal forma que no se queda en las relaciones amorosas entre hombre y mujer, bien casados, bien con proyecto de contraer matrimonio.
Todos queremos ser amados y amar a una multiplicidad de personas, en un espectro muy amplio: los padres, los colegas de trabajo, las amistades, los compañeros de la parroquia o los del club de recreo…
Al igual que cada quien tiene sus preferencias gastronómicas, deportivas o culturales, también tenemos cierta preferencia por ser amados de una manera determinada. Cinco son los principales lenguajes del amor según el criterio y la experiencia de Chapman: las palabras de afirmación; el tiempo de calidad; los regalos; los actos de servicio; y el contacto físico.
El lenguaje del amor se puede aprender
Conocer en qué medida cada lenguaje del amor nos hace sentirnos más queridos es fundamental. No se preocupe, si tiene dudas, Chapman propone un test que confirmará sus intuiciones. O tal vez le sorprenda.
Alguno pensará: “Me cuesta decir cosas positivas sin motivo aparente”; “soy malísimo haciendo regalos”; o “nunca sé cuándo es oportuno que me ofrezca a ayudar”. Tranquilidad en las masas.
Porque lo bueno de cada lenguaje del amor es que se puede aprender. No es necesariamente un paseo militar, pero seguro que es más fácil que aprender chino.
Es necesario aprender a expresarse en los diferentes lenguajes del amor, haciendo especial hincapié en aquél que más alcanza los recovecos más profundos del corazón del ser amado
En todo caso es imprescindible tener presente que el amor, pasado el momento inicial del ‘estado de imbecilidad permanente’, se convierte en un amor intencional, consciente, un compromiso de permanencia a pesar de todo que se plasma en un voto desinteresado por el bienestar del otro.
Para lograr ese objetivo, es necesario aprender a expresarse en los diferentes lenguajes del amor, haciendo especial hincapié en aquél que más alcanza los recovecos más profundos del corazón del ser amado.
Lo que más arriba he contado de mis amigos es real. Me costó un poco de tiempo acostumbrarme a ambos comportamientos. Pero comprendí con el tiempo que cada uno necesita su propia manera de abrazar para sentirse querido. Y trato de adaptarme, aunque uno me pueda parecer en ocasiones excesivo y el otro demasiado escaso.
Aprendo… observando
Del mismo modo, he comenzado con la lectura de este libro a explorar las características de cada uno de los lenguajes y he tratado de identificar en las personas de mi entorno aquellas expresiones que mejor me sirven para transmitirles ese amor.
Por otro lado, trato de identificar mejor cuáles son las palabras, los gestos, los tiempos, los regalos y los actos de servicio con los que me siento más amado. Así, podré también transmitir a quienes sé que me quieren, pero que no aciertan, cuales son los lenguajes del amor que mejor me encajan.
Invito a los lectores a hacer este ejercicio. Pregúntese cuál es el mejor código para amar y ser amado. Y aprenda cada lenguaje del amor. No es chino.
¿Qué te pareció este artículo? Deja tu opinión: