Marzo es el mes de San José. En el año 2021, en medio de una pandemia, el papa Francisco nos convocó a celebrar un Año Jubilar con motivo de cumplirse el 150 aniversario de la declaración de San José como Patrono de la Iglesia Católica. Nos regaló una hermosa y sencilla Carta apostólica, Patris corde (Con corazón de padre), en la que nos invitaba a contemplar la figura de este santo que con su sencillez y silencio custodió los dos grandes tesoros de Dios: su Hijo y su Madre. San José es una figura extraordinaria y a la vez cercana a nuestra condición humana. El Prefacio de la fiesta litúrgica de San José nos presenta al santo “como el hombre fiel y prudente a quién Dios puso al frente de su casa”. La liturgia le adorna con dos calificativos de primera necesidad hoy: la prudencia y la fidelidad.
Dios, a la vida humilde y santa de José, añadió la vida de la Virgen María y la de Jesús, Señor Nuestro.
Superado ya, y Dios nos oiga, el tiempo de pandemia, la figura de san José nos puede ayudar a levantar la mirada hacia arriba y extenderla a nuestro alrededor: su figura es una invitación a alentar nuestra vida de relación con Dios y a dinamizar un nuevo impulso de relaciones fraternas, superando la propensión a mirarnos solo a nosotros mismos y curvarnos en un cierto aislamiento justificado, secuela de la pandemia. El nombre de José significa, en hebreo, Dios añadirá. Sí, Dios siempre añade dimensiones insospechadas a la vida santa de los que cumplen su voluntad: Dios, a la vida humilde y santa de José, añadió la vida de la Virgen María y la de Jesús, Señor Nuestro.
Contemplando a San José, en esta Cuaresma podemos aprender de él varias lecciones de mucha utilidad para un buen ejercicio de la paternidad y la maternidad. Reflexionemos sobre dos puntos:
- San José se nos muestra como un «padre en la sombra». Cada paternidad, cada maternidad, es una sombra de la paternidad de Dios. El Papa, en su Carta, evoca que “el escritor polaco Jan Dobraczynski, en su libro La sombra del Padre, noveló la vida de san José. Con la imagen evocadora de la sombra define la figura de José, que para Jesús es la sombra del Padre celestial en la tierra: lo auxilia, lo protege, no se aparta jamás de su lado para seguir sus pasos».
«Nadie nace padre, sino que se hace». La hermosa tarea de ser padre no es cuestión solo de la capacidad biológica de engendrar. La Carta nos dice: “Nadie nace padre, sino que se hace. Y no se hace sólo por traer un hijo al mundo, sino por hacerse cargo de él responsablemente. Todas las veces que alguien asume la responsabilidad de la vida de otro, en cierto sentido ejercita la paternidad respecto a él». La Carta extiende esta necesidad de paternidad a la misma Iglesia.
San José nos enseña a amar de manera extraordinariamente libre: supo descentrarse de su propio yo para poner en el centro de su amor a María y a su Hijo.
La generosidad de la entrega: «la castidad de no-poseer». La sociedad de hoy parece ser una sociedad huérfana, porque ha ocultado la figura del padre. Francisco nos deja una consideración muy sugerente al unir la castidad con la paternidad. La paternidad y maternidad supone la generosidad de dejar ir al hijo cuando ha crecido. Se fundamenta en un amor casto porque se apoya en un amor contrario a la posesión, al ejemplo del amor divino. San José nos enseña a amar de manera extraordinariamente libre: supo descentrarse de su propio yo para poner en el centro de su amor a María y a su Hijo. Dice la Carta: “Ser padre significa introducir al niño en la experiencia de la vida, en la realidad. No para retenerlo, no para encarcelarlo, no para poseerlo, sino para hacerlo capaz de elegir, de ser libre, de salir. Quizás por esta razón la tradición también le ha puesto a José, junto al apelativo de padre, el de castísimo. No es una indicación meramente afectiva, sino la síntesis de una actitud que expresa lo contrario a poseer. La castidad está en ser libres del afán de poseer en todos los ámbitos de la vida. Sólo cuando un amor es casto es un verdadero amor… José fue capaz de amar de una manera extraordinariamente libre. Nunca se puso en el centro… para poner a María y a Jesús en el centro de su vida”. Todos podemos ejercer la paternidad sin necesidad de engendrar.
Más allá del sacrificio estéril, la belleza del don. La felicidad de José no está en la lógica del autosacrificio en sentido negativo, sino en el don de sí mismo. Ante sus dudas no se encierra, sino que se abre al anuncio del ángel. Nunca se percibe en este hombre la frustración, sino sólo la confianza. Su silencio persistente no contempla quejas, sino gestos concretos de confianza. Nos dice la Carta: “El mundo necesita padres, rechaza a los amos, es decir: rechaza a los que quieren usar la posesión del otro para llenar su propio vacío; rehúsa a los que confunden autoridad con autoritarismo… Toda vocación verdadera nace del don de sí mismo, que es la maduración del simple sacrificio. También en el sacerdocio y la vida consagrada se requiere este tipo de madurez. Cuando una vocación, ya sea en la vida matrimonial, célibe o virginal, no alcanza la madurez de la entrega de sí misma deteniéndose sólo en la lógica del sacrificio, entonces en lugar de convertirse en signo de la belleza y la alegría del amor corre el riesgo de expresar infelicidad y tristeza”. Así se entiende mejor porque en el día se San José se celebra el Día del Seminario: pidamos que Dios suscite vocaciones sacerdotales y nos conceda pastores que sean sombra de su paternidad.
Una clave educativa primordial y necesaria: la generosidad de dejar crecer al hijo. Ser padres supone acompañar el crecimiento del hijo y respetar su aprendizaje de la libertad. José es un padre en la sombra: observa el crecimiento del Niño y sabe aceptar su propia autonomía cuando alcanza la madurez. No es un padre posesivo y protagonista, sino que sabe estar en un segundo plano. Nos dice la Carta: “José, siempre supo que el Niño no era suyo, sino que simplemente había sido confiado a su cuidado. Eso es lo que Jesús sugiere cuando dice: «No llamen padre a ninguno en la tierra, pues uno solo es su Padre, el del cielo» (Mt 23,9)”.
- Toda paternidad y maternidad, nos remite a «una paternidad superior». Nos dice la Carta: “Siempre que nos encontremos en la condición de ejercer la paternidad, debemos recordar que nunca es un ejercicio de posesión, sino un signo que nos evoca una paternidad superior. En cierto sentido, todos nos encontramos en la condición de José: sombra del único Padre celestial, que «hace salir el sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos» (Mt 5,45); y sombra que sigue al Hijo”. Cada paternidad y maternidad es una sombra de la paternidad de Dios: nos remonta hasta la paternidad de Dios sobre cada uno de nosotros.
Cuando nos angustiamos ante la vida de nuestros hijos, olvidamos la providencia de Dios sobre nosotros y nuestros hijos. Nuestros padres solían repetir con frecuencia «Dios proveerá». Nosotros somos más bien hijos de nuestra programación y la nueva generación quizás se está educando en el azar y la improvisación. Todos estamos invitados a descubrir y sentir en nuestra vida la sombra protectora de Dios Padre. En estos tiempos de especial desasosiego y debilidad, hay que recuperar la confianza en su divina Providencia.
Oración a san José (Patris corde)
Salve, custodio del Redentor y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.
Oh, bienaventurado José, muéstrate, padre, también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía, y defiéndenos de todo mal. Amén.
Alfonso Crespo Hidalgo, párroco de san Pedro.
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