* La siguiente historia es un hecho real, pero la autora ha preferido mantener su anonimato. Por ello, por respeto a su persona, y por que creemos la reflexión merece ver la luz, le hemos pedido permiso para poder publicarla desde nuestra redacción. Esperamos la disfruten *
Los hechos de la infidelidad
Bueno, soy Ana tengo 48 años, soy fisioterapeuta, vivo en una ciudad pequeña, estoy casada con Luis desde hace 20 años y tenemos 3 hijos.
Hace un año, estando en el trabajo me llegó una foto de mi marido besando a otra mujer. Se acababa de abrir la caja de Pandora.
Tengo que decirte, que nada más abrir el Word para escribir esta reflexión ya me han empezado a sudar las manos, el pulso lo tengo acelerado y se me ha secado la boca, pero quiero seguir haciendo esta carta para compartir contigo por donde he pasado, qué he sentido y qué he aprendido.
Los hechos han quedado claros, mi marido me estaba siendo infiel con una mujer y yo me acababa de enterar porque su amante me mandó una foto.
Cuando fui capaz de volver a respirar después de procesar lo que estaba viendo y volví del baño de vomitar, dije en el trabajo que me marchaba para casa porque me encontraba muy mal. De casa al trabajo llamé a una amiga, una de las dos personas que se ha enterado de este episodio de mi vida, y, entre llantos, le conté lo que acababa de ver. Previamente había llamado a Luis, que esa noche estaba fuera por motivos de trabajo. La reacción de Luis fue instantánea, “perdóname, no sé qué me ha pasado”. Al llegar a casa entré en un estado catatónico, no podía moverme, no podía mantener los ojos abiertos, me costaba respirar. Algo dentro de mí se había roto, no sabía qué era, pero se había hecho añicos y el dolor era muy profundo y real, me dolía el pecho. Solamente me despegué de la cama para ir al baño, ante este episodio de estrés mi cuerpo decidió eliminar todo lo que no es importante y empezó por mi tracto digestivo.
Emociones
Ahora que ha pasado un año de este episodio de nuestras vidas, puedo decir que durante esas primeras horas sentí muchas emociones en estado puro. Sentí dolor, ira, rabia, enfado, tristeza, miedo, pánico, asco, vulnerabilidad, entre otras muchas que puedes imaginarte.
Nuestra relación no era una relación perfecta, somos humanos, teníamos nuestras pequeñas desavenencias, podíamos discutir por asuntos sin importancia, pero para mí, Luis era mi amigo, la persona con la que me había casado delate del Señor, mi compañero de vida y con quien quería ver crecer a mis hijos y hacerme mayor. Somos una familia católica, que vamos los domingos a Misa a la parroquia del barrio y que intentamos ser buenos cristianos, en la medida que nuestra acomodada conciencia nos lo exige. Lo que me estaba sucediendo no lo había leído yo en ninguna de las cartas a los matrimonios católicos, ni en ninguno de los diferentes documentos que habían llegado a mis manos y que me había parado a revisar. Lo que me estaba pasando solamente pasa en “Corazón, corazón”, donde Anne Igartuburu, con su aire lánguido, cuenta los últimos devaneos amorosos de la prensa rosa. Esto no le pasa a las buenas personas como yo, esto le pasa a otros… a mí no. Pues no, esto nos puede pasar a todos.
El cúmulo de emociones que sentí las primeras horas no tuvo nada que ver con las que vendrían una vez que pude empezar a moverme, perdí mi autoestima, mi confianza, mis raíces, los cimientos sobre los que estaba apoyada mi vida entera. Sentí pavor por ver cómo la vida de mis hijos se podía tambalear, el daño que le haría a mis padres, a mis suegros, qué iba a pasar con nosotros, qué había pasado. Lo mismo piensas que estoy exagerando, me encantaría que hubiera sido así, pero en mi caso no fue así. Yo confiaba ciegamente en Luis, una confianza de la que después hablaré, infantil, Luis ha sido mi único novio, el único hombre con el que he estado en mi vida y la persona con la que he compartido todo, a la que había ayudado a crecer y madurar y que contaba con su apoyo, o eso creía yo.
Si pasa esto en una relación, es que hay algo que no va bien. Hay una gotera que no se está teniendo en cuenta y que puede tener efectos devastadores sobre el edificio que estábamos construyendo. Pero ahí llegué, bueno, llegamos, mucho más tarde, cuando decidí buscar responsables antes que culpables.
Cuando Luis llegó de su viaje, destrozado, avergonzado, culpable, vulnerable y muchos más calificativos que seguro él se pondría, entró en casa, empezó a llorar y me preguntó qué le íbamos a decir a los niños, mi reacción fue tajante, a los niños no se les tiene que decir nada, este es un problema de adultos que vamos a solucionar entre adultos, si tú y yo queremos resolverlo. Ahí fue la primera vez en esas intensas 24 horas que tomé conciencia de que la relación para mí no estaba rota, que podía luchar por ella, que la gente nos equivocamos y que el tipo de unión que tengo con Luis es lo suficientemente sólida como para resistir este primer envite.
Toma de conciencia
Qué reflexiones hemos tenido que hacer, puf, tantas, tan duras, tanto dolor, tanto perdón, tanto amor, tanta oración, tanta paciencia, tanto tomar conciencia del equipo en vez de por el individuo, tantas veces pararte a respirar, dejar que corran las lágrimas, limpiarte la cara y volver al “tablero de juego”, tantas, que creo que ha sido un curso forzado de crecimiento personal, terrenal, mundano y divino, cuanto poco.
Tres puntos importantes:
- Autoestima
La autoestima de la persona que ha sido engañada, en el mismo instante en el que se entera, se hace añicos. Te quedas sin una percepción adecuada de ti. Aunque los primeros arranques de ira los diriges contra el traidor, los siguientes y con la misma virulencia los rediriges contra ti. Aquí es donde empiezan los autoreproches “de bolsillo” que te haces, es que estoy más gorda, es que no tengo tiempo, es que estoy más arrugada, es que tengo canas, es que tengo vello en la barbilla, es que no soy moderna, tantos “esques”, tantos, a cuál más desgarrador y más hiriente. Estos reproches te los lanzas porque no sabes cómo ha podido pasar y no sabes qué hacer con ese dolor, porque tienes que buscar una excusa y, sobre todo un culpable. En mi caso, preferí buscar dos, uno Luis y la otra yo. Así tenía más margen para volcar todo el dolor que estaba sintiendo.
Y otra cosita, no menos importante, cómo voy yo a digerir esto en la sociedad actual, donde la inmediatez y las cosas de usar y tirar han copado todos los estratos de la vida. Donde ya nadie “aguanta” nada, donde el divorcio está de moda y se describe como un paso liberador de la mujer (nada más lejos de la realidad, he vivido divorcios de cerca y son tristes, amargos, duros y rompen a las personas, que después necesitan mucho tiempo para volver a reconstruirse), como iba yo a hacer público que Luis me había sido infiel y que aquí estamos los dos, tan felices y cómo si nada hubiera pasado. En esta sociedad que no entiende que en los momentos en los que nos equivocamos es cuando más necesitamos que crean en nosotros. En esta sociedad de mercado de “amor barato” en el que puedes diseñar un amante a tu gusto, y si te das cuenta de que no cumple tus expectativas, pues se desecha. Cómo voy yo a aceptar este nuevo título de mujer engañada… bueno, pues en mi caso, como lo he hecho, sincerándome tan solo con dos amigas que sabía que iban a apoyar mis decisiones, por muy contracorriente que fueran, siendo consciente de que no me podía exponer nada a opiniones externas y porque las pocas energías que me quedaban después del tsunami debían de ser para reconstruir mi matrimonio, mi familia y mi vida.
Porque una cosa sí tuve muy clara desde el principio, esta guerra no era entre Luis y yo, en esta guerra los daños colaterales afectarían de lleno a mis hijos.
- Paciencia
Si realmente la persona que ha cometido la infidelidad está arrepentida, sabe que ha sido un error, quiere cambiar y está dispuesta a luchar por su matrimonio, por su familia y por el modelo de vida que estaba llevando, tiene que pedir al Señor un refuerzo de paciencia, porque en los siguientes meses la va a necesitar. Una de las primeras cosas que yo necesité fue conocer al 100% todos los detalles de la infidelidad. Cuándo empezó, qué había pasado, qué habían hecho, qué había sentido. Y hacer 5.000 preguntas, pero no 5.000 preguntas diferentes, no, 100 preguntas repetidas 50 veces cada una, y que demandaban el mismo tipo de respuesta, con detalles, pausas y comas.
Otro punto en el que se va a necesitar mucha paciencia es en la tristeza, si has cometido este error, tanto tu mujer como tú vais a tener momentos de mucha tristeza, porque se ha roto algo dentro del matrimonio. La única solución que nosotros encontramos fue vivir esa tristeza, vivir ese dolor, pedir al Señor que nos ayude, y seguir. En estos momentos tan duros, mil veces me repetí el evangelio de las bodas de Cana, cuando la Virgen le dice al Señor que no había vino y Él le dice que no era su momento, pero ella indica a los sirvientes que hicieran lo que Jesús les pedía. Mil veces le dije al Señor que no había vino, que si quería, podía transformar el agua, pero que ahora no había. Y así lo hizo, transformó el agua en vino.
Afronté este capítulo de mi vida pensando que estaba luchando por mi matrimonio, que me dio mucha fuerza porque estoy profundamente enamorada de Luis, y también por luchar por mis hijos, porque quiero exprimir al máximo el modelo de vida que les estamos dando y que vivan en una familia con su padre y con su madre, con sus aciertos, con sus errores, pero sobre todo, con mucho amor. Para mí saber que estaba trabajando por todos nosotros me dio mucha fuerza, eso, y poner cada mañana en manos del Señor mi situación, pedirle que se hiciera su voluntad, pedirle humildad para entender que esto era más grande de lo que yo podía entender, y centrar mi confianza total en Dios.
Y, en el plano terrenal, una vez que había pedido al Señor que abriera mis “entendederas”, comprendí muchas cosas. Comprendí que durante muchos años, no había puesto a Luis en una posición importante en mi vida, que lo había tenido de comodín. Había permitido que la casa, el trabajo, la educación de los niños, el cansancio, la costumbre, los compromisos, la comodidad hubieran construido barrotes tan gruesos que, casi impedían que viera a Luis como lo que es, el hombre del que estoy enamorada, mi compañero de vida, mi cómplice, mi amigo y solamente apreciara a distinguir trazos distorsionados de un compañero de piso que se encargaba de comprar y de la lavadora. He sido consciente como he descuidado mi relación con Luis, como se había convertido en la última elección, en el segundo plato, en lo que queda si lo interesante no se puede hacer.
Este descubrimiento me resultó duro, porque me di cuenta de que el amor es un verbo activo, no se puede realizar de forma pasiva, cada día eliges amar, eliges compartir, eliges ser tu mejor versión con las personas que quieres, y eso a mí, se me había olvidado. Y creo que a él también. De hecho, cuando he hablado de la confianza infantil, me refería a esto, a una confianza plana, sin fondo. No una confianza inocente, no, una sin pulir. Hemos acuñado muchos términos inventados durante el terremoto que vivimos hace un año, y este ha sido uno de ellos, la inocencia infantil y la inocencia adulta. Los dos queremos seguir teniendo esa inocencia de los niños, pero con la proyección de la vida adulta, sabiendo las consecuencias de perderla.
Y qué asume Luis, bueno, pues asume haber relajado los límites, asume que las redes sociales han actuado facilitando comportamientos que, de manera física, le habrían supuesto más rechazo, asume que se ha dejado llevar por la vanidad y por la necesidad de sentirse deseado, asume su inmadurez y asume que ha tenido una permisibilidad y una relajación de conciencia, impulsada por conseguir placer inmediato. Cuál podría ser un buen termómetro para medir si tus actos están dentro o fuera de una vida con valores, muy fácil, si lo que tú estás haciendo se lo hiciera tu cuñado a tu hermana o tu yerno a tu hija y lo vieras con buenos ojos. Si no ves bien que tu yerno mande mensajes subidos de tono por Facebook a una tipa, bueno pues no lo hagas tú tampoco. Si no ves maldad en que se tome un café con una amiga de la infancia porque se aprecian mucho y después llegue a casa y lo comparta, bueno, pues tú también puedes hacerlo, ese baremo te puede ayudar. Sobre todo, porque las infidelidades, en gente como nosotros, no llegan de golpe, llegan de forma sutil y cuando te has dado cuenta, estás cerca de un punto de no retorno.
Aprendizajes de la infidelidad
¿Y qué hemos aprendido? Muchísimo. Tanto.
Hemos salido muy reforzados en nuestro matrimonio. Ya no pongo a Luis en las últimas posiciones de mis elecciones, ahora es de los primeros, he aprendido a cuidarme para gustarme a mí y a él. He aprendido que soy vulnerable, que tengo puntos que desarman mi vida y que cuidar mi relación repercute en cuidar mi familia y el modelo de vida que quiero. He aprendido que hay personas sin conciencia que pueden hacer mucho daño, de forma descerebrada, pero el daño está hecho y que hay que proteger el tesoro tan preciado para mí, como es la familia y, sobre todo, he vuelto a comprobar el apoyo que supone para mí la Fe en Cristo.
Luis ha dejado de utilizar redes sociales personales, solamente utiliza las profesionales, ha minimizado el tiempo de uso de móviles, ha visto de frente las fauces del monstruo llamado vanidad y como puede empujarte a terrenos pantanosos y ha decidido apostar por su matrimonio y su familia, perdonándose cada día y reconquistándome a diario.
¿Y colorín colorado este cuento se ha acabado?
Pues ni mucho menos, la cicatriz que me ha quedado, como les pasa a las personas mayores, de vez en cuando me duele y me pica casi a diario. He necesitado ayuda psicológica para reconstruir mi autoestima y cada mañana sigo pidiendo a Jesús que me ayude, poniendo mi vida entera en sus manos, y rogando que esto no se repita, porque no sé si sería capaz de aguantar otra envestida como esta, pero aquí seguimos. Confiando en las palabras del Señor, “no he venido a salvar a justos, sino a pecadores”, Mateo, 9, porque la virtud no consiste solamente en no equivocarse, consiste también en saber reconocer nuestros errores y trabajar para corregirlos.
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