Después de compartir lo que significa tratar la información con verdad en tiempos de la posverdad, te propongo reflexionar también sobre la manipulación del lenguaje como otro juego de la posverdad.
Hay muchas formas de utilizar el lenguaje con “malas artes”, buscando el mismo resultado que la distorsión intencionada del relato de unos hechos o de unos datos… Solo mencionaré algunas de ellas.
Manipular el lenguaje da “mucho juego” a la posverdad
Comencemos por el uso de eufemismos para nombrar algunas realidades duras, dolorosas, incómodas… ¿Te has fijado que se suelen emplear varias palabras para nombrar este tipo de realidades? Como si necesitáramos dar un rodeo para ocultar la crudeza, inconveniencia o perplejidad que suscitan y predisponernos para aceptarlas con suavidad.
«Daños colaterales» (víctimas), “persona con capacidades diferentes” (discapacitado), «reajuste laboral» (despido), “interrupción voluntaria del embarazo” (aborto), “muerte digna” (eutanasia)… ¿Es indiferente el uso que se da a estos eufemismos?
Evidentemente no es indiferente y lo muestra la sucesiva aparición de nuevos eufemismos con distintas motivaciones. En algunos casos tratan de adaptar el lenguaje a la evolución de la sensibilidad social; en otros, de apoyar el respeto a la dignidad de las personas.
Sin embargo, pueden utilizarse también con la finalidad de relajar la conciencia ante situaciones sobre las que debemos tomar decisiones difíciles, como es el caso del aborto o de la eutanasia.
Los eufemismos sobre algunas realidades duras, dolorosas o incómodas deberían ajustarse a la completa verdad, apoyar el respeto a la dignidad de las personas y utilizarse con fines rectos
En otros casos se utilizan palabras y expresiones con una fuerza emocional tal que no admiten réplica ni razonamiento lógico. Son los llamados adjetivos disuasivos. Tenemos ejemplos de cómo los utilizan los políticos, en sus discursos o para desacreditar a sus oponentes: “(deber) insoslayable”, “(error) irremisible”, “(aspiraciones) legítimas”, etc.
En definitiva, el juego con el lenguaje es causa de acusaciones no sólo entre políticos, también entre empresarios, activistas, personajes públicos o simplemente entre vecinos. Muchas de ellas llegan a los tribunales porque se falta a la justicia o a la verdad. Así que volvemos a la pregunta ancestral: ¿Qué es la verdad?
Verdad, objetividad e imparcialidad para informar y para hablar
Es significativo que en las diversas lenguas la palabra verdad tenga el mismo sentido habitual, que es algo así como: “Si dices lo que piensas dices la verdad, pero si dices lo contrario, mientes” y “Si lo que piensas o dices sobre las cosas es conforme a cómo son (a la realidad), entonces es verdadero y cuando no, falso”1.
Entonces, ¿es lo mismo verdad que objetividad? En un artículo académico de Juan Ramón Muñoz-Torres sobre objetividad, subjetividad y realismo en la actividad periodística2, se aclara que identificar objetividad con verdad es un error del positivismo.
Informar con verdad de ciertos datos o hechos supondría, según este error, que el informador lo hiciera de forma impersonal, sin enjuiciar los datos, sin interpretarlos significativamente, es decir, sin emitir juicios de valor.
Sería una pretensión absurda, pues cualquier persona comprende e interpreta la realidad según su mentalidad y sensibilidad. Informar supone aportar valor a los datos o hechos que se van a contar.
Lo que importa no son los datos empíricos ni los meros hechos, sino el sentido que tienen, su valor referencial, lo que dicen acerca de lo real (Muñoz-Torres, J. en Communication & Society)
Dando un paso más, nos preguntamos también: ¿Ser subjetivo al informar equivale a falsedad? Claramente no. Los juicios que emite el informador sobre los datos, hechos empíricos o sociales, ideas… serán falsos solo cuando mienta, cuando no diga lo que realmente sabe, razona, cree o siente.
Ah, ¿entonces la verdad no existe y la postura honrada es renunciar a ella, como propone el relativismo? No, antes al contrario, nos empuja a tener una actitud siempre abierta a buscar y encontrar la verdad.
Ser subjetivos tampoco significa renunciar la imparcialidad. Se requiere de nosotros, de nuevo, una actitud abierta, que no tiene prevención en favor o en contra de alguien o algo. Solo así nuestros juicios de valor, palabras y actuaciones, serán rectos, es decir, justos.
Informar significa cargar con la responsabilidad de enjuiciar y valorar la realidad, sin refugiarnos en una indiferente e impasible relación de los datos, hechos, actuaciones o ideas. Junto a esto, no podemos obviar que estamos comprometidos con la verdad y la justicia.
La subjetividad con que percibimos la realidad no nos aboca al relativismo. Antes al contrario, nos recuerda que tenemos un compromiso con la verdad y la justicia
El compromiso de informar y hablar con verdad ¿Una utopía?
A España también ha llegado el debate sobre la conveniencia de legislar para eliminar las noticias falsas que puedan influir durante un periodo electoral, como ha hecho Francia a raíz de la injerencia rusa en las elecciones norteamericanas de 2016.
Surgen dudas sobre cómo acometer este asunto tan complejo sin limitar la libertad y pluralidad de opiniones. Al tiempo, el informe y entrevistas anteriormente citados se hacen eco de la necesidad detectada por la sociedad de tomar medidas para la “alfabetización mediática” y para combatir la desinformación a través de la educación y de soluciones técnicas y empresariales.
Una reacción a esta manipulación de la información son las iniciativas relacionadas con la verificación de hechos o verificación de datos (fact checking) que pueden hacer un gran servicio a la verdad si cuentan con la imparcialidad -a la que acabo de hacer referencia- de quienes utilizan las plataformas de verificación y sobre todo, de sus responsables.
Por los datos que recoge el informe Trust in News de Kantar Media, sí que nos estamos convirtiendo en una audiencia más informada y más reflexiva. Un 44 % de las personas encuestadas en cuatro países del mundo se consideran responsables de enfrentarse a las noticias falsas eligiendo medios de comunicación fiables, aunque afirman que una regulación más estricta también ayudaría (42 %).
Buscar la verdad, no imponer «mi verdad»
La desinformación no depende de estructuras. Una estructura se desmonta pieza a pieza, respetando o mejor dicho, amando la verdad con la humilde aceptación de que otros pueden pensar de otra manera y podemos llegar a entendernos.
Hemos de procurar que sea verdadero lo que cada uno diga, haga y sea3, sin abandonar el esfuerzo de buscar la verdad
¿Es esta nuestra respuesta? O por el contrario, ¿aceptamos cualquier afirmación que cuadre con nuestras ideas y sentimientos porque, al fin y al cabo, la verdad es lo que yo decida que sea?
¿Nos sentimos autorizados sin más a imponer “mi verdad” y colaborar en difundirla sin contrastarla de ninguna manera?
Puedes pensar que es una utopía conseguir que informar y hablar con verdad no sea cosa de minorías. Lo será si ninguno hacemos nada por lograrlo.
¿Tu verdad? No, la verdad;
y ven conmigo a buscarla.
La tuya guárdatela.
(Antonio Machado)
Referencias
1 El debate sobre la verdad de Enrique Alarcón. Departamento de Filosofía de la Universidad de Navarra.
2 Muñoz-Torres, J. (1995). .Communication & Society 8(2), 141-171
3 Romano Guardini. Libro Cartas sobre la formación de sí mismo
¿Qué te pareció este artículo? Deja tu opinión: