“El poder del hombre para hacer de sí mismo lo que le plazca significa el poder de algunos hombres para hacer de otros lo que les plazca”. C.S. Lewis
Me viene a la mente una vez que, embarazada de mi segundo hijo, iba tirando del primero de apenas cumplidos dos años, que quería un tambor. La gente me miraba como si fuera una mala madre porque el niño iba montando una pataleta por el tambor del puestecillo, y no podía casi con él debido a mi avanzado estado. Yo, sin embargo, me sentía víctima tanto del llanto tirano de mi hijo, como de las miradas acusadoras de los que pasaban. Esos ciudadanos, que no podían opinar de nada me sentenciaban, desconociendo además que antes había querido una moto de un escaparate y un camión de otro. Otro día me pasó con mi hija, de seis meses (como veis han tenido bastante temperamento), ella empeñada en tirarse de la silla y yo, llena de bolsas de hacer la compra, intentando que no se abriera la cabeza y que se entretuviera mientras llegábamos al coche y pudiera soltar las bolsas y sacarla de la silla, tuve que aguantar las palabras de una señora mayor acusándome de lo que le estaba haciendo a la niña. A lo que yo la contesté: señora, antes mire lo que la niña me está haciendo a mí. Y es que los padres somos los responsables de educar, formar, orientar, y tratar de evitar que nuestros hijos no se den tortas contra una pared. Eso sigue siendo así aunque el Estado se empeñe en hacerlo por nosotros.
Estos detalles sucedieron, evidentemente, siendo muy pequeños, y con un NO a tiempo (o muchos), con sus correspondientes explicaciones en función de la edad, hacen magia para que las personas no sean caprichosas, que no vivan sometidas a deseos del momento, o por lo menos, sepan medir las consecuencias y discernir.
Cuando se habla de que estamos en un momento en que la ley está siendo establecida en base a deseos y los sentimientos y emociones son determinantes, pueden darse dos opciones, o hay muchos niños, hoy adultos caprichosos, que no fueron educados, o somos víctimas de un proceso de ingeniería social para destruir la sociedad como comunidad de personas que se interrelacionan para conseguir el “bienestar” de la misma, y reitero para destruir, porque cuando solo funcionan los deseos, siempre hay personas que pagan el pato.
Hoy vemos cómo solo por el hecho de sentir o desear algo, esto se convierte automáticamente en válido y reivindicable. Lo que siento, y lo que quiero y creo que me va a hacer feliz, automáticamente es correcto, permitido e incluso adquiere el valor de ético. Todo, por el simple hecho de ser deseable para alguien. (Que poco lee y se medita hoy para saber que lo que es realmente la felicidad…)
Mi hijo también pensaba en aquel momento que el tambor le iba a dar la felicidad, pero los padres sabemos que muchas cosas no son buenas y no ayudan a la educación de los hijos, y por supuesto no les va a hacer más felices, y cuantos más años tienes, más claro lo ves.
Asumir la realidad necesita, además de sensatez, un acto de esfuerzo. Como dice Javier Gomá, muchas veces esas renuncias llevan a la tentación de probar otras soluciones: “en lugar de un arte para transformaros a nosotros mismos, una técnica para transformar el mundo y adaptarlo a nuestros deseos, que quedan así sin educar”.
Las estadísticas nos alarman de una sociedad joven con poca tolerancia al fracaso. Mientras que los educadores no paran de dar recetas para contrarrestar esto, por otro lado se magnifica al deseo como valor, a cualquier edad, sin cuestionar ninguna consecuencia, por poco inocua que sea o por muy joven, y por tanto inmaduro, que sea el “deseador”. Que un niño de 4 años decida que es trans, sin duda va acompañado de un gran empuje paterno en la sombra. A esa edad los niños juegan y quieren jugar. Tal es el caso hace unos años de la «niña» que asombrosamente dio un discurso en el Parlamento extremeño, superando a la famosa Greta y presumiendo de que desde hacia 4 años (tenía 8 en ese momento) era trans y estaba muy contenta y arropada. El titular consolidaba como maduro el mensaje de una niña/o de 8 años, como un referente, además de otorgar al deseo de fuerza suficiente para recriminar y enseñar a los señores diputados, proclamándose la noticia como si tuviera gran trascendencia lo que una niña, de 8 años, pueda opinar en terrenos tan complejos.
Si Luar, el hije del trans, que no es trans porque tiene todo lo que una mujer debe tener para gestar, es una víctima del deseo de su madre-padre, esta niña sin duda lo era de los suyos.
Recuerdo cuando salió la noticia de Rubén, el “valiente padre que había dado a luz”. Otra manipulación de la prensa, porque hay que leerla entera, además de no dejarse timar, para saber que nunca un hombre podrá dar a luz. Rubén, en todo caso, ahora es la madre que se siente padre, cosas muy difícil de sentir en ese momento por los cambios que ha sufrido y las hormonas que su cuerpo, de mujer, ha puesto en marcha para dar a luz, amamantar a su hijo, sentir el apego etc.
Tampoco podemos ponerle el sustantivo de madre-padre, porque no es hermafrodita, necesitó un gameto masculino, que no tenía, y uno femenino, que sí tenía, además de toda su definición genética femenina para que su hijo creciera dentro de su cuerpo. Hay más de 6.500 genes que diferencian al sexo femenino del masculino, es decir, a mujeres de los hombres, y que nos predisponen para albergar una vida o colaborar a que esta se pueda crear. Por tanto, no es novedoso que un cuerpo femenino geste a su hijo, y desde luego, no supone ningún avance científico más allá de los aparentes intentos de cambiar atributos y tratamientos hormonales, que van y vienen en este caso. El morbo de los titulares, acompañado de la “intención” de cambiar las cosas, nos llevan a que hay mucha gente que se cree que ve el traje del emperador aunque este siempre vaya desnudo. Y el dar “la cara” de Rubén, como se ha vendido el titular, plantea varias cuestiones éticas, incluso la falta de protección de “Luar”.
Solo un cuerpo fisiológicamente femenino puede gestar y dar a luz una vida.
El primer caso se dio en Estados Unidos en el año 2008, y desde entonces ha habido alguno más en Inglaterra y en Argentina, siempre mujeres que habían conservado el útero y ovarios. La impronta genética, así como todos los procesos que regula esta, prevalecen durante toda la vida promoviendo el desarrollo de su naturaleza sexuada femenina, aunque se hayan realizado agresivas intervenciones dirigidas a modificar su “apariencia” para asimilarla a la del sexo contrario. Igualmente, los varones, biológicamente definidos como masculinos, desde su nacimiento hasta su muerte, no pueden gestar. Esto no sería posible hoy día ni siquiera con complicadas intervenciones quirúrgicas que persiguieran dotarlos de estructuras anatómicas, ni con regulaciones hormonales necesarias para la gestación.
¿Qué pasaría si descubren los restos de Rubén dentro de 1000 años, o 500?
Los estudios arqueológicos muestran siempre que los restos pertenecían a un hombre o una mujer gracias a su ADN, y aunque en su lápida ponga Rubén, siempre pensarán que fue una equivocación. La maternidad es una cualidad biológica y genética femenina que condiciona el ciclo vital de la mujer, que define toda su vida y su cuerpo, y que, por ahora, no se puede crear. La biología seguirá prevaleciendo frente a modas, deseos o leyes.
Rubén ha decidido parte de su destino aparente, pero ha privado a su hijo, que no “hije”, de elegir el suyo porque siempre estará determinado por un deseo de la madre que le trajo al mundo. Y es que cuando se habla de deseos, no hay límites, ¿quién no ha deseado la luna?
No quiero pensar las vueltas que dará su hijo al tema cuando estudie el cuerpo humano en biología, o quizás para entonces lo habrán sacado de los libros porque será una información que discrimina.
Dicen que le critican otros trans y nos les falta razón: quiero “todo” porque lo deseo.
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