No sé si a ti también te pasa. Cuando profundizas en los postulados del movimiento cultural, intelectual y científico del transhumanismo es inevitable sentir un escalofrío. No es por la promesa de bienestar y felicidad semieterna del “hombre-dios” en el que nos convertiremos, que despierta un anhelo escondido en el corazón del hombre. Es porque se augura el fin de la especie humana tal como la conocemos o, quizás, porque no nos seduce el transformarnos en semimáquinas impasibles e inmortales.
El hombre en busca de su nueva especie
La creencia transhumanista ha diseñado el símbolo H+ que expresa la nueva era de una especie posthumana de capacidades físicas, intelectuales y psicológicas incomparablemente superiores a nuestras posibilidades actuales. Como afirma la Declaración Transhumanista, podremos «traspasar un perfil psicológico sometido y dictado por las circunstancias más que por la voluntad individual y eliminar nuestra cautividad en el planeta tierra y el sufrimiento, en general». Habrá cambiado nuestra naturaleza, no estará ya sometida al sufrimiento, a la enfermedad, al envejecimiento… ni a su condición mortal. ¡Los homo sapiens habremos conseguido por fin, ser dioses!
¿Cómo sería el hombre posthumano, totalmente diverso? Así resume la experta en transhumanismo, Elena Postigo1, la visión del filósofo Bostrom: tendría una esperanza de vida superior a los quinientos años, unas capacidades intelectuales dos veces superiores al máximo de las que alcanza el hombre actual, para el cálculo y procesamiento de datos y para resolver problemas o tomar decisiones. Dominaría y controlaría los impulsos de los sentidos y no tendría padecimiento psicológico. Gozaría de una prolongación de la vida sin deteriorarse, tendría un cuerpo conforme a sus deseos, podría engendrar copias de sí mismo, dispondría de un control absoluto de sus emociones.
El camino hacia esa transformación son las mejoras artificiales en nuestra condición actual, sean genéticas, orgánicas o tecnológicas. No se trata ya de aplicar la ciencia y la tecnología de forma terapéutica, sino de potenciar a las personas de tal modo que los “humanos mejorados” o transhumanos se diferencien cada vez más de los “simplemente humanos», hasta llegar al hombre posthumano.
El primer paso para alcanzar ese cuerpo humano 2.0, es mantener una vida y alimentación sanas. En una segunda fase, se emplearía la ingeniería genética y la biotecnología para combatir el envejecimiento celular. En la tercera fase, la propiamente transhumanista, se utilizaría el desarrollo de la nanotecnología y la inteligencia artificial para la reconstrucción completa del cuerpo y el cerebro a escala molecular.
Esto dará lugar a nuevas especies transhumanas con capacidades mejoradas, en las que no habrá diferencias entre cerebro humano y artificial ni entre ser humano y simio u otro animal. No la habrá tampoco, por supuesto, entre mujer y varón. El transhumanismo asume todos los postulados de la ideología de género.
Los transhumanos podrían ser cíborgs (híbridos biológicos y mecánicos, que vivirían en el entorno natural o en un espacio estelar cercano, con chips integrados que les permitirían interactuar mentalmente con otros individuos y con superordenadores o androides), bio-orgs (los homo sapiens codificados proteínicamente), entes artificiales y otras criaturas diversas2 ¿Por qué impedir cualquier combinación posible si ha desaparecido también la diferencia hombre-Dios?.
¿No sugiere esto, otro símbolo para el transhumanismo: H∞, humanidad infinita? Es el título del libro de Albert Cortina y Miquel-Àngel Serra, «Humanidad ∞. Desafíos éticos de las tecnologías emergentes»3, que recopila las reflexiones de varios expertos participantes en el curso “Singularidad Tecnológica, Mejoramiento Humano y Neuroeducación” de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo – UIMP (2015), patrocinado por la Fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno. Abordan los postulados transhumanistas desde una óptica ética y se valora la factibilidad técnica de sus propuestas, cargadas de una buena dosis de fe optimista en la ciencia y la tecnología.
La mano que mueve el enhancement o la ¿mejora? humana
En efecto, el avance multidisciplinar de la ciencia junto al desarrollo de la nanotecnología, la biotecnología y la ciencia neurocognitiva, y de tecnologías como la inteligencia artificial (tecnologías NBIC) o de técnicas como la bioelectrónica o la criónica, han ido dando optimismo y nuevos impulsos la idea bautizada como “tanshumanismo” por el biólogo Julian Huxley en su artículo publicado en 1957 (New Bottles for New Wine, London: Chatto & Windus).
A finales del siglo XX toma forma el movimiento del transhumanismo con el impulso de David Pearce y Nick Bostrom, fundadores de la World Transhumanist Association (WTA). El movimiento ha logrado adeptos entre científicos, filósofos, activistas culturales, empresarios, millonarios de Silicon Valley, políticos… Todos tienen una fe visionaria en proyectos que apoyan una cultura favorable al enhancement o “mejora humana” (transhumana), para que el avance tecnológico, de crecimiento exponencial, adelante la llegada de la singularidad tecnológica.
Con la Singularidad, emergerán inteligencias artificiales creadoras de una inteligencia muy superior a la humana (la llamada IA total). Habrá cambios sociales culturales y políticos impredecibles y se acelerará el progreso, hasta que finalmente se imponga la inteligencia no biológica de los posthumanos y se expanda por el universo. Ray Kurzweill, director de Ingeniería de Google e impulsor de la Singularity University para la promoción global del transhumanismo, predijo que este acontecimiento sucedería en 2045.
El movimiento cuenta con el apoyo económico de gigantes como Amazon, Facebook, Microsoft o IBM, además de Google, y la implicación de varios de sus directivos. Fundaciones, institutos, organizaciones no gubernamentales, asociaciones, universidades… son también baluartes de la investigación y experimentación y focos de cultivo del pensamiento transhumanista.
Para lograr la superlongevidad, primer objetivo de los proyectos en marcha, se quiere detener el envejecimiento celular. Algo que es «por lo menos utópico, tanto ahora como en el futuro, porque supondría la superación de una condición intrínseca al transcurso del tiempo en las sustancias orgánicas»1,, señala Elena Postigo. La transferencia mental (mind uploanding) pretende reducir los contenidos mentales a operaciones lógicas y luego a información materializada, para fabricar una «copia de seguridad» que se pueda cargar en un ordenador, en un cerebro biológico o robótico o incluso en una futura plataforma informática global que forme parte de una gran red de conocimiento.
El proyecto Iniciativa 2045 busca alcanzar la inmortalidad cibernética para ese año. Y, hasta que la ciencia logre cortar la cabeza de la muerte con su propia guadaña, se nos invita a mantener nuestros cuerpos inertes criogenizados (en congelación) a la espera de su futura, aunque incierta, reanimación.
El imperativo moral y la moral del transhumanismo
Para los transhumanistas, convertirse en una nueva especie no es solamente algo muy beneficioso para el hombre, sino que es un imperativo moral. Se puede objetar que es ilícito imponer una creencia que, además, parte de una concepción errónea de la identidad, libertad y dignidad humanas, porque considera al cuerpo humano como un sustrato meramente mecánico y determinista.
El transhumanismo reduce nuestra naturaleza a pura materia y la mente humana, a simples conexiones neuronales1. Pretende reducir todos los organismos vivos y los ecosistemas a información genética y/o electrónica y luego usarla para superar las limitaciones de espacio y tiempo. Sin embargo, en el hombre se entrelazan biología y espíritu, formando un verdadero nudo gordiano. Por decirlo de forma sintética, no existe un pensador sin un cuerpo y por ello, nunca se podrá igualar el pensamiento con un proceso computacional.
¿Y cómo trata el transhumanismo la libertad? La entiende como el ámbito de lo espontáneo e impredecible, no como acto voluntario que busca la verdad. Por otra parte, las modificaciones neuronales o en la conducta, realizadas para nuestro “mejoramiento” mediante fármacos o sustancias, podrían alterar los procesos deliberativos y comprometer nuestra libertad.
El transhumanismo también parece olvidar que existen actos humanos singulares, únicos, sorprendentes. Por ejemplo, aquellos a los que se refería Oscar Wilde: «Todo arte es completamente inútil», así como tantos actos que realizamos de forma inesperada.
El rechazo transhumanista de la deficiencia física, del cuerpo imperfecto, pretende “mejorar” la condición humana, paradójicamente a costa de la vida o de la dignidad humana: eugenesia, uso de embriones para la investigación, clonación humana, manipulación genética en el hombre, aborto, eutanasia, ficticia creación de seres inmortales.
El transhumanismo olvida que la identidad humana y su excelencia van unidas precisamente a su desvalimiento biológico. En este ámbito, es un ser inacabado y dependiente de otros, y precisamente es su componente no-biológico lo que le hace capaz de dominarse y dominar su entorno. Los postulados transhumanistas encierran al hombre en su individualidad y consideran que no tiene un valor especial respecto a los demás entes naturales.
Así, el desprecio a la creación, a la naturaleza humana tal como es, trae consigo la oposición a la procreación, residuo premoderno que debe ser sustituido por reproducción, con el consiguiente “control de calidad”, que elimina a los “defectuosos”. Estamos ante un hombre-dios creador y destructor, carente de misericordia.
El enhancement elimina la autonomía moral de cada hombre, que quedaría sometida a los intereses sociales, políticos o económicos, así como la igualdad entre los hombres. Porque, como explica Elena Postigo: «¿Quién decide qué recursos utilizar para mejorar y no, prioritariamente, para curar? ¿Quién establece los estándares por los que una vida es una wrongful life, una “vida fallida”, o no?»
Albert Cortina4 recuerda que «la Ilustración también afirmó que la ciencia y la tecnología iban a producir progreso ilimitado, como hace ahora el transhumanismo. Pero la ecología nos ha mostrado que esos límites existen y toda esta idea se pone en crisis».
Como explica también Elena Postigo, ¿hasta qué punto la perfección física y psíquica del hombre, la mejora de sus capacidades, son garantía de felicidad? ¿No es la felicidad algo más profundo, que pertenece al ámbito de lo moral y se relaciona con toda la estructura de la persona? ¿No es el amor, que es algo inmaterial, la gran causa de felicidad? ¿Es que se pueden negar las inclinaciones naturales del hombre?
No todos queremos dejar de cerrar los ojos para siempre… y mucho menos, hacerlo a costa de nosotros mismos. Ironías de la vida, el hermano de Julian Huxley fue Aldous Huxley, el famoso escritor y autor de Un mundo feliz. Transcribo uno de sus párrafos:
« —Es que a mí me gustan los inconvenientes.
—A nosotros, no -dijo el Interventor-. Preferimos hacer las cosas con comodidad.
—Pues yo no quiero comodidad. Yo quiero a Dios, quiero poesía, quiero peligro real, quiero libertad, quiero bondad, quiero pecado.
—En suma -dijo Mustafá Mond-, usted reclama el derecho a ser desgraciado.
—Muy bien, de acuerdo -dijo el Salvaje, en tono de reto-. Reclamo el derecho a ser desgraciado.
—Esto, sin hablar del derecho a envejecer, a volverse feo e impotente, el derecho a tener sífilis y cáncer, el derecho a pasar hambre, el derecho a ser piojoso, el derecho a vivir en el temor constante de lo que pueda ocurrir mañana; el derecho a pillar un tifus; el derecho a ser atormentado. Siguió un largo silencio.
—Reclamo todos estos derechos -concluyó el Salvaje.
Mustafá Mond se encogió de hombros. —Están a su disposición –dijo».
Referencias
3 Presentación sintética del libro «Humanidad ∞. Desafíos éticos de las tecnologías emergentes»
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