Cualquier profesor universitario ha podido recibir esta respuesta
“Me estás ofendiendo”, es una respuesta típica que un alumno hoy puede dar a su asesor universitario, mientras que el asesor intenta sugerirle algún cambio en su vida, buscando el bien del alumno.
Por ejemplo, el asesor podría oír esa respuesta si le dice al alumno que ha suspendido por no haber estudiado las horas suficientes o que es mejor que no se dedique al consumo compulsivo de alcohol (binge drinking) los fines de semana, o que no se convierta en un adicto de las pantallas.
A la generación posterior a la de los Millennials, se le denomina la generación i-gen (como iPhone), que es la abreviatura de «generación de Internet», porque es la primera generación en crecer con Internet en sus bolsillos. También se usa el término Generación Z para denominarlos.
Los millennials usaron MapQuest, Netscape o Altavista (solo en ordenadores). Se consideran millennials a los nacidos entre 1980 y 2000. En cambio, se sitúa el comienzo de los años de nacimiento de los i-gen aproximadamente hacia 1995-2000. ¿Por qué este cambio de generación?
En 2006, cuando los mayores de la i-gen cumplían once años, Facebook cambió sus requisitos de pertenencia. Ya no había que demostrar que se estaba matriculado en una universidad para inscribirse en Facebook. A partir de 2006, cualquier niño, de cualquier edad, que mintiese sobre su edad diciendo que era mayor, ya podía inscribirse en Facebook (2).
Pero no fue hasta 2007, que es cuando surge el iPhone –como primer teléfono inteligente– cuando Facebook y otras redes sociales atrajeron a muchos estudiantes de bachillerato o menores. El iPhone y otros smartphones ampliamente adoptados desde 2007 hicieron que internet estuviese ya en los bolsillos de los adolescentes.
La vida de los adolescentes cambió sustancialmente cuando comenzaron a usar Twitter (fundado en 2006), Tumblr (2007), Instagram (2010), Snapchat (2011), y otras redes sociales.
Las autopistas de la información usadas en ordenadores (MapQuest, Netscape o Altavista) fueron revolucionarias, pero no cambiaron la psicología o la sociología de los adolescentes. Las redes sociales sí que las cambiaron (2).
En la actualidad existen informes que hablan de las pantallas como el “mayor escándalo para la Salud Pública de todos los tiempos” (3-5). Describen cómo estas redes están conformando jóvenes con una afectividad diferente. Por ejemplo, están perdiendo la capacidad de interpretar caras en una relación personal directa o son jóvenes que no soportan convivir con el silencio (necesitan el estímulo continuo de sus smartphones). El miedo al silencio afecta a la capacidad de meditar, de reflexionar sobre sus orígenes y su finalidad en la vida; son reflexiones que surgen habitualmente desde el silencio interior de cada persona (4-7).
Estas compañías de redes sociales se volvieron cada vez más hábiles para cautivar y atrapar los «ojos», como dicen estas industrias. Se volvieron cada vez más adictivas. Han cambiado la sociología de los jóvenes a una velocidad supersónica, nunca conocida antes. En este contexto surge la “generación copitos de nieve” (snowflake generation) (2).
¿Cómo es la generación «copito de nieve»?
Este término describe a un joven demasiado sensible que piensa que el mundo debe girar a su alrededor y que se puede herir fácilmente su delicada sensibilidad. El joven copito de nieve es susceptible y frágil, fruto de una educación familiar llamada “permisiva” (con mucho afecto, pero con poca autoridad y ausencia de normas y disciplina) (8).
Los copitos de nieve no pueden lidiar con opiniones que no sean las de su grupo o “tribu” y se sienten enseguida ofendidos por palabras o ideas que en ningún modo racional representarían un atentado contra su integridad o contra la de nadie (2). El copito de nieve es intrínsecamente frágil, se funde y se derrite ante la presión o la adversidad, se siente “ofendido” si se le contradice.
El joven copito de nieve es susceptible y frágil, fruto de una educación familiar llamada “permisiva” (con mucho afecto, pero con poca autoridad y ausencia de normas y disciplina)
El término snowflake se ha vuelto tan popular que fue añadido al Diccionario de Inglés de Oxford en enero de 2018. Según esta fuente, se utiliza ahora “para describir a alguien que es demasiado sensible o que se siente con derecho a un trato o consideración especiales”. Surge tras una película de Brad Pitt, en 1996, en la que se afirmaba: «No eres especial. No eres un hermoso y único copito de nieve». Claramente dio en la tecla y así despegó este término.
El diccionario Collins describe la Generation Snowflake como: «La generación de personas que se convirtieron en adultos en la década de 2010, vistos como menos resistentes y más propensos a sentirse ofendidos que las generaciones anteriores.»
Es sorprendente que haya en EE.UU. sindicatos de estudiantes que lancen por ejemplo «alertas » reclamando que se retracte la invitación que su universidad hizo a un conferenciante con cuyas opiniones podrían no estar de acuerdo o podrían herirles. Montan protestas, sin ni siquiera escuchar antes al conferenciante. Piden que sus autoridades les acurruquen en un confortable estuche o burbuja para estar protegidos de cualquier idea que no les guste. Esto ha hecho aumentar la burocracia en las universidades norteamericanas para crear espacios de seguridad, con una obsesión proteccionista.
Piden burbujas, eso son los llamados “espacios de seguridad”, donde sus sesgos cognitivos de confirmación se vean reafirmados y nunca sometidos al necesario reto o confrontación intelectual (2). Esto supone una hostilidad directa y manifiesta frente a un derecho humano básico: la libertad de expresión.
Es muy grave, porque si existe un lugar donde las ideas deban debatirse respetuosamente, pero libremente y muy abiertamente, es precisamente en la Universidad. La “des-invitación” de conferenciantes, impedirles hablar, sin siquiera oírles antes, es lo más contrario a la esencia de una universidad.
Las generalizaciones son injustas. No todos los universitarios del siglo XXI, ni mucho menos, son “copitos de nieve”. Pero como sube el café por el terrón de azúcar cuando se moja, así puede subir por la psique de cualquier universitario actual la mentalidad de copito de nieve. Flaco servicio les hacen las autoridades académicas si protegen esta tendencia patológica.
Es necesario subrayar también lo positivo de esta generación: es una generación muy aventajada, están más viajados que nunca, tienen más «mundología», más habilidad en el mundo digital, más influencia comercial, marcan las tendencias, dominan más idiomas… Esta es la generación de los alumnos con la que deben trabajar hoy las universidades y deben conocerles bien.
Retos para una educación auténtica
Se tratará a continuación de tres retos para compaginar las labores universitarias con la educación auténtica, que afronte en profundidad las características descritas de los alumnos i-gen:
1. Excelencia sin alma.
Una pregunta que es imprescindible hacerse es: ¿Se está primando en el modelo de universidad imperante en el siglo XXI una excelencia que prescinde de formar personas maduras, íntegras y virtuosas, para dedicarse en cambio a cubrir unos meros indicadores o expedientes excelentes, pero sin alma?
Hay alumnos que, en bachillerato o en sus primeros años de universidad se han sentido escuchados muchas veces por sus tutores, mentores o asesores. Son afortunados. Rara avis. No deja de sorprender el siguiente comentario que uno puede escuchar con frecuencia de profesores universitarios:
«Si dedico mi tiempo a atender a los estudiantes, ¿cuándo podré hacer «mi trabajo«?».
Esta pregunta es emblemática de una “enfermedad” que podría estar destruyendo la universidad. Fue denunciada por Harry Lewis en su libro de 2007: Excellence Without a Soul (excelencia sin alma) (9). Describe las preguntas que muchos profesores universitarios se pueden hacer en la España actual de la todopoderosa aneca (Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación):
- ¿Para qué dedicarse al alumno si parece que lo único que cuenta para promocionarse como profesor es ser un gran publicador de artículos con prestigio mundial?
- ¿No es una pérdida de tiempo dedicar horas a pensar en cómo compartir con los alumnos esos conocimientos?
- ¿Hay algún incentivo para formarles uno a uno y lograr que sean personas íntegras?
- ¿Cómo hacerles pensar si esto requiere mucho tiempo?
Harry Lewis en su libro describe nada menos que la Universidad de Harvard, buque insignia mundial del modelo de universidad liberal, porque el autor fue el Decano de Harvard College de 1995 a 2003.
Hay muchos aspectos admirables y excepcionales que aprender del brillante modelo de Harvard, pero ¿se puede copiar lo malo sin una reflexión seria previa?
El problema es que la búsqueda de un tipo de excelencia a todo precio, basada en indicadores académicos meramente mecánicos, acaba robando el alma a la universidad. Cuando sucede esto, se les puede estar robando el alma también a los estudiantes. Una sociedad sin alma es una sociedad inhumana, y no se puede permitir que a nadie se le robe el alma.
El problema es que la búsqueda de un tipo de excelencia a todo precio, basada en indicadores académicos meramente mecánicos, acaba robando el alma a la universidad.
Si investigar y publicar es lo único que cuenta, porque es lo mejor recompensado económicamente o para la aneca o el curriculum, entonces la docencia y el asesoramiento (tutoría de los alumnos) se valorarán necesariamente a la baja.
No quiere esto decir que el profesor universitario sienta la necesidad de acompañar mejor a sus alumnos hacia la madurez por un mero interés crematístico. Muchos lo hacen, de hecho, a pesar de no ser reconocidos ni suficientemente pagados por ello porque, como comentan Maria Rosa Espot y Jaime Nubiola, hay profesores que tienen “alma de profesor” y viven su profesión como “la mejor profesión del mundo” (10).
Sin embargo, no cabe duda de que esta labor de acompañamiento, preceptuación y formación íntegra debería recibir su recompensa justa, mediante incentivos a aquellos profesores que la cumplen bien y saben profundizar y educar. La justicia exigiría que se le diesen ventajas sobre quienes sistemáticamente la obvian.
La universidad debería ofrecer a los estudiantes no solo conocimientos técnicos, títulos o buenas colocaciones, sino que debe formar mentes, afectos y voluntades. Adultos sabios. Personalidades armónicas. Profesionales íntegros y virtuosos. En esto consiste realmente educar. Se puede afirmar que la educación es «lo que queda después de que se haya olvidado todo lo que hemos aprendido» (9,11).
Pero si la universidad ha perdido la idea de que ésta es su misión, entonces significa que ella misma anda perdida. Por muy excelente que sea la tradición que tenga su «alma mater», si una universidad perdiese así el norte parecería que alguien le habría robado su alma.
Muchas universidades parecen haber renunciado a educar. Se instrumentaliza el saber. El error según Lewis es que la misión consista en dar títulos y no en la formación moral, del carácter o de la virtud.
Es más fácil que suceda esto cuando solo cuenta la satisfacción del alumno, al que se acaba por considerar un «cliente». De hecho, se le trata como a un cliente, al que se le mide continuamente su nivel de «satisfacción» con encuestas ad hoc, similares a las que recogen información para hacer marketing de las empresas
La figura clásica del docente incluía la faceta de consejero: un maestro, un tutor, alguien capaz de proporcionar orientación en la duda y motivación en el momento del miedo. Un auténtico mentor. Por ejemplo, en el confinamiento por la pandemia del COVID-19, hay profesores que estamos en contacto virtual, pero personal, con nuestros alumnos universitarios para compensar el distanciamiento social con un acercamiento afectivo.
Esta tarea formativa en profundidad no incide solo en las conversaciones personales con los alumnos, sino que es lo que da forma (le pone el alma) a toda la tarea docente. Esta finalidad incidirá sobre la selección del temario que entrará en el programa, la estructuración del curso académico, el tipo de ejemplos y recursos docentes que se utilizan, los retos intelectuales que se plantean a los alumnos y los paradigmas que se confrontarán y debatirán en las clases.
Nunca será misión de la universidad amoldarse camaleónicamente a los aspectos más tóxicos de la cultura dominante, sino ser su más clara conciencia crítica y desenmascarar así las contradicciones inherentes a esa toxicidad. Esto requiere una gran dosis de coraje intelectual y de integridad.
«Harvard, hoy, pasa de puntillas sobre la educación moral» dice literalmente Lewis (9). Ha preferido ciertas formas de inteligencia (por otra parte muy encomiables) a la integridad.
Nunca será misión de la universidad amoldarse camaleónicamente a los aspectos más tóxicos de la cultura dominante, sino ser su más clara conciencia crítica y desenmascarar así las contradicciones inherentes a esa toxicidad.
Pero no es la intención de estas páginas hacer un diagnóstico pesimista, sino todo lo contrario. En este texto, como se verá, se ha optado por el optimismo, de modo casi patológico. Hay que ser optimista porque el diagnóstico es el primer paso para el optimismo. Nada mejor que un buen diagnóstico para dar paso al tratamiento más adecuado del problema.
Desde todos los sectores en muchos países, la derecha y la izquierda política, los conservadores, los liberales, los republicanos, los demócratas, están alzando la voz, porque el diagnóstico coincide: la enfermedad de la universidad es la excelencia sin alma.
Uno de los diagnósticos más lúcidos es el descrito por Lukianoff y Haidt en su libro publicado en 2018 («Mimando a la mente americana: Cómo las buenas intenciones y las malas ideas están creando una generación para el fracaso») (2). El segundo de los 3 temas que aquí se tratan es en el que estos autores centran su obra. Lukianoff y Haidt se centran en desenmascarar tres grandes mentiras.
2. Tres grandes mentiras.
Los estudiantes universitarios actuales, con cierta infantilidad, mimados y frágiles, viven creyéndose tres grandes mentiras, que les dañan mucho: que toda contrariedad necesariamente les herirá y debilitará; que los sentimientos son lo fundamental en la vida y que el mundo está compuesto de buenos (ellos) y malos (los demás).
(a) Toda contrariedad hiere y debilita.
Esta es la primera mentira y consiste en asumir que cuanto más protegidos estén, más fuertes y más sanos serán. Se asume que lo que no te mata, te debilita. Esto es algo radicalmente falso. La realidad es otra, porque hay adversidades que fortalecen a las personas. Siguiendo a Taleb (12), existen diferentes grados de solidez:
- Describe a una persona que no resiste la adversidad, como una taza de loza que se rompe cuando cae al suelo.
- Sería la característica de alguien que no se rompe ante la adversidad, como una taza de madera o de plástico, que resiste cuando cae al suelo y aguanta el golpe.
- Antifragilidad (12): Describe a la persona que se fortalece ante la adversidad, como hace el sistema inmune. El contacto con antígenos, que suponen una agresión, provoca una respuesta potente frente a ellos que deja una protección ya de por vida. Cualquier jugador de fútbol que ha sido la estrella del partido recibió patadas, zancadillas y otros traumas, y no solo no se rompió, sino que acabará el partido fortalecido. Probablemente acabase también con elevación de sus biomarcadores de inflamación. Pero nadie duda de que salió fortalecido.
El consejo «¡Crécete ante la dificultad!» que da en Camino S. Josemaría Escrivá (13) es anti-fragilidad pura. Pone el ejemplo del muelle que es aplastado. Que no solo es resistente, sino que acumula más energía cuanto más se le aplasta. «Como muelle que fue comprimido, llegarás sin comparación más lejos que nunca soñaste» (13).
Se habla mucho de empowerment en salud pública. El “empoderamiento” se adquiere en gran parte ante la dificultad. Sería preferible traducirlo por «señorío»; ser “señor” de uno mismo o tener “señorío” sobre las cosas (14). No se puede tener nada ni ser nada si uno no es dueño de sí mismo. Por otra parte, si uno no es dueño de sí mismo difícilmente puede entregar-se a alguien en el amor. La anti-fragilidad consiste en aprovechar los riesgos y amenazas inevitables para fortalecerse. Cada batalla ganada aumenta más y más ese señorío. Cada amenaza puede convertirse en una oportunidad.
Una de las cosas estupendas que se aprenden en Harvard es: «nunca digas esto es malo, es un fracaso, esto es difícil». No. Lo adecuado es hablar de challenge: esto es un reto, es un desafío, una oportunidad. Todo esto se encuadra en un contexto de crecimiento personal, del que ya hablaba Platón.
Más Platón y menos Prozac, es un libro de Lou Marinoff (15) que ha hecho época. Platón ya trataba de las 4 virtudes cardinales, entre ellas la templanza. La universidad necesita formar en templanza. Es la moderación ante la atracción instintiva de las apetencias personales. En tiempos donde la cultura imperante hace que primen las gratificaciones inmediatas, se hace más necesaria que nunca la formación profunda y a la vez concreta en la virtud de la templanza, que permite la libertad y el señorío de buscar el equilibrio en el uso de los bienes que nos atraen y nos rodean. Supone siempre aplicar el “uso de la recta razón” y ser así más humanos.
El león no es capaz de apreciar la belleza en el ciervo: solo ve carne.
En tiempos donde la cultura imperante hace que primen las gratificaciones inmediatas, se hace más necesaria que nunca la formación profunda y a la vez concreta en la virtud de la templanza.
El lobo devora 20 kg de carne de una sola tacada cuando se cobra una pieza. El hombre primitivo se atiborraba también de carne cuando cazaba un mamut. A medida que se fue haciendo inteligente y racional aprendió a ahumar la carne para ser previsor y conservarla. Después, aprendió a compartir, a ser generoso. Estableció el contrato social (16).
Hoy día hay adolescentes y jóvenes sobrios en el ambiente del botellón. Hay millones de personas que mantienen el peso ideal en un ambiente obesogénico (14). Hay muchos universitarios comprometidos afectivamente que en un ambiente de multiplicidad de parejas sexuales tienen suficiente personalidad y autonomía y viven y defienden el valor que tiene esperar hasta el compromiso del matrimonio. Esperan para entregar su sexualidad a una persona especial con quien quieren estar el resto de su vida. Son anti-frágiles.
Casi toda adversidad puede fortalecer al ser humano, si se sabe aprovechar bien. Fuera por tanto la primera mentira, que es la falacia de que la adversidad siempre debilitará. Casi siempre es al revés. ¿Cuál es la segunda gran mentira?
(b) Lo que más cuenta para guiar mi vida son mis sentimientos.
Esta falacia de dejarse arrastrar por el sentimentalismo es la más dañina psicológicamente. Es precisamente lo que la terapia cognitiva de los psicólogos está combatiendo más hoy día (2). ¿Por qué se enferma hoy tanto mentalmente? Hay varios mecanismos mentales para arruinar la propia salud psíquica. Y están asumidos acríticamente y con gregarismo por muchos estudiantes universitarios actuales. Se contagian de unos a otros. Se debe ayudar al estudiante universitario actual para que esté atento frente a los 4 mecanismos siguientes, para no dejarse contagiar:
- El razonamiento emocional: Dejar que sean los sentimientos quienes guíen la interpretación de la realidad. «Me siento triste; por lo tanto, mi carrera o mi noviazgo no está funcionando.»
- El catastrofismo y la mega-generalización: Percibir un patrón global de efectos negativos sobre la base de un solo incidente. Ante el fracaso en una relación romántica «No voy a encontrar nunca a alguien que me quiera».
- El pensamiento dicotómico (también conocido como «pensamiento en blanco y negro», «pensamiento todo o nada» o «pensamiento binario»): Ver eventos o personas en términos de todo o nada. «Me rechazan todos» o «Fue una completa pérdida de tiempo». Valorarse mentalmente con un 0 o con un 10. No existe el 6,8.
- La lectura mágica o parapsicológica de la mente: Asumir que uno sabe lo que la gente piensa sin tener suficiente evidencia de sus pensamientos. «Creo que todos me ven como un fracasado, un perdedor». Me ha mirado de una manera que seguro que es porque tiene mal concepto de mí o lleva tiempo hablando mal de mí, a mis espaldas. Asumir que se puede predecir el futuro iría en la misma línea mágica de poseer poderes parapsicológicos. Y esos «futuribles» suelen ser los que más ansiedad generan, a pesar de que no existen más que en la propia imaginación. La mayor parte de los miedos del universitario siglo XXI son infundados.
Todos estos sentimientos, miedos u otras sensaciones, si no se someten a la recta razón y a la afectividad integrada (de nuevo la templanza), pueden acabar arruinando la salud psíquica. Es lo que está detrás de tantos trastornos de ansiedad, depresiones, adicciones, y desgraciadamente suicidios que han crecido como nunca en los campus universitarios. Los psiquiatras están asustados.
¿Cuál es actualmente la primera causa de muerte en menores de 30 años en España? El suicidio, desde 2008 (17). Y lo mismo pasa en la mayoría de los países europeos. Y, además, las estadísticas oficiales ocultan al menos una cuarta parte de los suicidios que se cometen. La medicina preventiva, debe afrontar esta lacra. Por eso hay que desenmascarar estas distorsiones cognitivas (razonamiento emocional, catastrofismo generalizador, pensamiento dicotómico, lectura parapsicológica), que son consecuencia de la segunda gran mentira (solamente quiarse por los sentimientos). ¿Cuál es la tercera gran mentira?
(c) Dividir el mundo en buenos (ellos) y malos (los demás) y echarles la culpa siempre a los demás y no a nosotros.
Aleksandr Solzhenitsyn, en su libro “Archipiélago Gulag” (18), afirmaba que la línea que divide el bien y el mal atraviesa el corazón de cada ser humano. Hasta que uno no reconoce humildemente su parte de culpa, no empieza a haber solución. Cuando estaba en el campo de concentración se recordó a sí mismo en otra época. Era una época en la que estuvo a punto de emprender un camino que le habría llevado a convertirse en uno de sus esbirros o carceleros. No era admisible pensar que quienes le retenían en el campo de concentración eran los malos y él era de los buenos. El podría haber estado fácilmente al otro lado.
Esta cerrazón intelectual impide que un joven se atreva a afrontar la esencia del estilo universitario: el debate informado desde las distintas posiciones, la libertad de expresión, con respeto y apertura, la escucha y el necesario espíritu crítico que obliga a una permanente revisión racional de la propia postura.
Mucha conflictividad y polarización política o ideológica que ocurre ahora en los campus universitarios se debe a herencias ancestrales de “tribalismo”. Las redes sociales han configurado nuevas tribus con tendencias a polarizarse, a vivir en un permanente sesgo de confirmación o de “vómitos” afectivos contra cualquier adversario. Es el afán de buscarse una tribu que reafirme la propia visión personal y de censurar todo lo que la contradiga.
Esta cerrazón intelectual impide que un joven se atreva a afrontar la esencia del estilo universitario: el debate informado desde las distintas posiciones, la libertad de expresión, con respeto y apertura, la escucha y el necesario espíritu crítico que obliga a una permanente revisión racional de la propia postura.
3. Copitos de nieve y salmones.
Los jóvenes tienen dos posibilidades para desenvolverse en su entorno: pueden ser “copitos de nieve” o pueden transformarse, con la ayuda de los profesores que se han tomado en serio la tarea de la universidad, en una generación de salmones capaces de nadar contra corriente en un mundo complejo.
Lamentablemente, muchos de los alumnos de la universidad española están impregnados de lleno por el ambiente de esa generación de copitos de nieve que no saben ser antifrágiles, ni siquiera resistentes. El universitario actual necesita aprender del salmón, que es fuerte porque nada contra corriente. Esta generación tiene algunas características que les perjudican. Sus miembros son:
(i) Manipulables y gregarios
Tienden a creer que todo fue siempre así. Lo que ven se les antoja normal (aunque no lo sea) y lo erigen en la norma social. Es decir, existe una fuerte distorsión cognitiva. Esta generación piensa que siempre hubo botellón, que siempre estuvieron abiertas las discotecas hasta altas horas de la madrugada, que siempre la mayoría de sus coetáneos se emborrachaban una vez al mes de media. Y, por supuesto, que siempre se han fumado porros con normalidad. Tienden a pensar, sin más, que el descreimiento religioso fue siempre masivo entre los jóvenes y que el consumismo materialista que ahora se ve, estuvo siempre presente.
Los i-gen han respirado solo aires contaminados por la ideología de género en los medios y las redes. Es una generación que ha crecido con la presencia de pornografía gratuita y asequible en sus móviles (19,20). Y prácticas que son antinaturales, y que la humanidad ha considerado inaceptables, les parecen normales y aceptables. Por ejemplo, hace 15 años no era ni imaginable que se pudiesen asumir como algo legal ver por ejemplo de forma sencilla (y gratuita) pornografía infantil o abusos sexuales on-line.
Otro ejemplo; solo han conocido tiempos donde el aborto era legal, aunque toda la ciencia actual deje más claro que nunca, que el embrión es un ser humano vivo desde la fecundación y que desde ese momento es del sexo masculino o femenino. Y la ciencia también deja claro que, aunque una madre elimine a ese hijo suyo de su útero, nunca se lo podrá quitar de su psique. Es una lacra gravísima. Pero se banaliza, porque se tiene la impresión de que todos lo banalizan y de que siempre fue así (gregarismo).
La manipulación de algunos medios y las redes sociales han producido un cierto gregarismo de la generación i-gen. Es muy revelador un dibujo de una ovejita tirándose por un barranco y el rebaño que la sigue cayéndose detrás. Se puede encontrar en Google escribiendo Don’t Follow the herd. El rebaño, la grey, el gregarismo, es lo contrario del salmón que nada contra corriente. A los i-Gen se les ha manipulado a base de ofrecerles falazmente dulces promesas para un dócil rebaño. Se les ha repetido “la libertad os hará verdaderos” y poco a poco se han ido olvidando de que la verdad es lo único que les hará libres.
El gregarismo significa no tener criterio propio, hacer las cosas simplemente porque se piensa (erróneamente) que “todos las hacen” o porque “no quiero señalarme”. El famoso FOMO (fear of missing out) es solo una parte del gregarismo. Consiste en el temor cuasi-patológico a sentirse fuera de la corriente social, y que provoca un grado intenso de ansiedad en muchos universitarios.
Todo esto, al final, equivale a perder la capacidad de ser autónomo y, por lo tanto, realmente libre. La libertad es patrimonio de todo ser humano. Por el contrario, a un copito de nieve le cuesta rebelarse o salir del grupo gregario, es súbdito de su tribu. Sigue al rebaño sin pararse a pensar. Es más, se siente perdido y angustiado si no sigue la corriente social (FOMO).
Todo esto, al final, equivale a perder la capacidad de ser autónomo y, por lo tanto, realmente libre. La libertad es patrimonio de todo ser humano.
Otra característica de la generación i-gen es su dependencia de la tecnología.
(ii) Dependientes de la tecnología.
La tecnología, que es excelente, puede producir una adicción cuando no se usa con inteligencia. Y los i-gen son más propensos a las adicciones. En una escalofriante entrevista en 2017, Sean Parker, el primer presidente de Facebook explicaba así el éxito de las redes sociales:
«¿Cómo logramos atrapar tanto de su tiempo y atención consciente como sea posible?» (…) tenemos que darles un poco de dopamina de vez en cuando, porque a alguien le gustó o comentó una foto o un post o lo que sea. Y eso va a conseguir que contribuyan con más contenido, y eso les va a conseguir…. más gustos y comentarios…. Es un bucle de retroalimentación positiva de validación social… exactamente el tipo de cosas que un hacker como yo inventaría, porque estás explotando una vulnerabilidad de la psicología humana». (2)
Compulsión. Pérdida de libertad. Efectivamente, acaban desatendiendo sus obligaciones al quedarse enganchados a las pantallas horas y horas, con medias de uso de 9 horas/día, sin contar el uso académico.
Se les altera el sueño y pasan noches secuestrados por su adicción practicando el “vamping” y durmiéndose muy tarde con el móvil debajo de la almohada.
El ciclo de la adicción comienza por la búsqueda de una gratificación inmediata. Pero lo que se obtiene es solo una apariencia de gratificación, que no solo no sacia la sed de gratificación, sino que la incrementa y crea un círculo vicioso (19). Esto está contribuyendo a los “ataques” nocturnos al frigorífico por atracones de comida y la pandemia de obesidad o de otros trastornos de la conducta alimentaria.
La adicción a tecnología es un grave problema. «Siempre contigo»: ése es el lema de muchas pantallas. Lo tienen las mismas empresas digitales como slogan. Además, el adicto al móvil es carne de cañón para otras adicciones: apuestas, ludopatía, cannabis, pornografía (20).
La población se escandaliza de las agresiones sexuales, pero no confrontan una de las principales causas, que es la adicción a la pornografía. La pornografía cambia las preferencias sexuales, lleva a su consumidor a querer experimentar lo que ve. Hay páginas web cuyo tema es el sexo en manada, o el sexo violento e incluso el sexo con menores. En muchas revistas médicas se habla hoy de la pornografía como un gran problema de salud pública. Entre sus consecuencias se cuenta la violencia de la pareja íntima, y las agresiones sexuales en los campus (19-21).
No se puede pretender ser bombero por la tarde e incendiario por la mañana. No parece racional rasgarse las vestiduras por la violencia contra la mujer, el sexo con menores, cuando no se es capaz de hablar claramente en contra de la lacra que representa la pornografía.
Nada rompe hoy tantos matrimonios como la adicción a la pornografía (21). La coherencia consistiría en eliminar y prohibir, estas páginas, como mínimo para los menores de edad. La fragilidad es otra característica que queremos describir.
(iii) Frágiles.
El copito de nieve “se funde” ante la presión. Y se funde sobre todo mentalmente. La profesora Carol Ryff de la Universidad de Wisconsin, es una auténtica pionera abriendo caminos para solucionar los graves problemas de salud que han convertido a nuestras sociedades en sociedades enfermas (17,22). Contrapone algo que ella llama «eudaimonia» a la visión hedonista (23). Ha comprobado en los estudios MIDUS, con más de 700 publicaciones científicas, que cumplir seis condiciones es lo que mejor predice una vida sana y larga, menos infartos, menos cánceres, menos suicidios, menos demencias, a pesar de tener lesiones cerebrales típicas de Alzheimer. Estas dimensiones no están sin más en nuestros genes, han de quererse libremente, trabajarlas con la ayuda de adultos referentes; la vida universitaria es un tiempo perfecto para ello. Las 6 dimensiones son:
- Cultivar unas relaciones interpersonales positivas y de alta calidad.
- Tener un propósito en la vida, darle sentido a la vida.
- Trabajar en el crecimiento personal, esforzarse por llegar a ser la mejor versión de uno mismo.
- Autoaceptación: ser capaz de aceptar con realismo y paz las propias limitaciones.
- Crecerse con maestría ante la adversidad (ella le llama environmental mastery): resiliencia y antifragilidad.
- Autonomía: saber ser uno mismo, no ser “borrego”, no hacer las cosas solo porque es lo que todos hacen, aunque suponga nadar contra corriente.
En definitiva, ser un salmón que nada contra corriente y que llega a su destino fruto del esfuerzo de nadar contra corriente.
He aquí la misión insustituible y apasionante de la institución universitaria en el siglo XXI: ayudar a nuestros jóvenes alumnos para que sean salmones, no copitos de nieve.
REFERENCIAS
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