Europa lleva 75 años sin guerras, España 81. Tantos años de paz que creemos que es inalterable.
Quien no ha sufrido la falta de libertad, no sabe apreciarla. Quien no ha sufrido la miseria no sabe apreciar el lujo. Quien no se ha visto privado de sus derechos no los valora, no es capaz de respetarlos. Quien no ha estado amordazado no valora la expresión libre del pensamiento.
Damos todo por sentado. Damos por sentada la democracia. Damos por sentados los derechos fundamentales.
La adversidad nos unió al inicio, ¿y luego?
Al inicio de la situación de alarma sanitaria y de confinamiento, cuando el alto número de muertes diarias nos dejaba sin aliento cada mañana, cuando veíamos a tantas personas sufrir en soledad o perder su trabajo, cuando veíamos cómo nuestros mayores caían sin remedio, sin calor y sin
despedidas, se despertó en la ciudadanía un sentimiento de solidaridad y de fraternidad.
La adversidad era global, el esfuerzo de todos tenía el mismo fin, los corazones se volvieron compasivos. Todos los españoles, los europeos, admiramos al unísono la entrega del personal sanitario, del personal de limpieza y de cuidados, de quienes integran las fuerzas y cuerpos de
seguridad del Estado, del personal militar.
La grandeza del servicio y del sacrificio de tantas personas anónimas nos hizo recuperar la fe en el ser humano
Según va avanzando la ‘desescalada’, se ha vuelto a instaurar el maniqueísmo, la ira, las miras cortas, la pequeñez.
Hay una agresividad extraordinaria en el ambiente, es tan espeso el aire de la envidia y la frustración que se corta con tijera. Hay unos «nosotros» que son buenos y unos «ellos» que no, el prejuicio frente al que piensa distinto se ha instalado en las vísceras como los adipocitos en el hígado graso, se intercalan e interfieren con las células hepáticas y se va perdiendo la función propia del órgano. Los cerebros se atrofian llenos de odio, de sed de venganza. ¿Por qué ellos sí y nosotros no?
El triunfo del relato lleva a la derrota social
La vida se reduce a una comparación constante entre estos y aquellos, los de mis siglas y los que no, los de aquí y los que no son de aquí que me roban y son despreciables, se reduce al enfrentamiento, a la cacerolada, al escrache y a la protesta.
La gente ya no se escucha, solo enarbolan eslóganes y banderas. Quien lleva mi bandera vale y quien no, no merece nada. Destruir, instigar, criticar, hundir, insultar. Es triste y desesperanzador que los dirigentes fomenten los odios, la beligerancia, la crispación y la descalificación. Lo que me gusta es verdad y lo que no me gusta es “fake”.
Nos tratan como a seres inferiores
Estamos instalados en el discurso de la conveniencia y la negación. Es triste que se utilice esa técnica desde la oposición política, pero resulta todavía más preocupante y terrorífico que se haga desde los puestos de poder,
desde quienes gobiernan, en el ejecutivo central, en las Comunidades Autónomas, en los gobiernos locales.
Y han resucitado en las conversaciones cotidianas palabras atávicas de la guerra, de las últimas guerras, facha, comunista, fascista, terrorista… Y ya no se puede hablar con tranquilidad de las cosas ni dar una opinión sin que se cuelgue un cartel que descalifica a la persona para siempre.
Y empiezan a sobrevolar nuestro cielo los fantasmas de la censura, de la mordaza y del miedo
Porque hay a quien le interesa que el mundo esté dividido, que la sociedad esté enfrentada, que se encienda la rabia en el corazón de la gente para que con un silbato se pueda convocar a las masas en las calles para gritar, para destruir.
Porque hay a quien le interesa remover el dolor, las heridas y el enfado, que nada sane, que la tolerancia y el respeto desaparezcan como un azucarillo en un vaso de agua.
El Parlamento es la reunión de los representantes de los ciudadanos, es el espejo en el que todos se miran. Es donde debería reinar el argumento, la razón, el diálogo sereno, la explicación lógica, el reconocimiento de la dificultad, la mano tendida, la cooperación, la crítica constructiva, el análisis
ponderado, el respeto a todos y de todos.
La historia de la humanidad es una historia de guerras, de abusos, de conquistas, de vencedores y vencidos, de esclavitud y de sometimiento. Han pasado muchos siglos para que se reconocieran los Derechos Humanos, mucho tiempo y esfuerzos para conquistar un consenso internacional sobre Derechos y Libertades fundamentales.
Dos guerras mundiales para unificar Europa en un proyecto de hermandad compartida. En España se ha recorrido mucho camino para lograr superar las rencillas, para la convivencia en paz y la consideración de todas las personas en la diversidad, un enorme compromiso social de generaciones hacia la igualdad y en favor de la libertad, la libertad de pensamiento, de expresión, de opinión, la libertad y el derecho de decidir y participar en la vida pública.
Hemos luchado por una sociedad plural que vive en la enorme riqueza de la diferencia y por conservar el esfuerzo común para preservar la paz conquistada con la Constitución.
Europa lleva 75 años sin guerras, España 81. Tantos años de paz que creemos que es inalterable. No podemos dar todo por sentado
La libertad y los derechos fundamentales hunden su raíz más profunda en el respeto, en el respeto de los derechos del otro precisamente cuando piensa de forma distinta, precisamente cuando no comparte mis ideas o mis proyectos; en el respeto a las instituciones y a la división de poderes.
El respeto es el hilo finísimo del que pende la democracia. El odio solo lleva a la guerra.
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