Recientemente se ha publicado la estadística del INE sobre fertilidad. Los datos son escalofriantes. Las mujeres quieren tener más hijos de los que tienen. España no alcanza la tasa de reemplazo. Y con pena y preocupación hay que subrayar que esto ya no es novedad, hace demasiadas décadas.
Todos los organismos internacionales llevan más de 20 años alertando de la situación de envejecimiento y despoblación crecientes en España. El invierno demográfico ya no es invierno: es infierno. Le ofrezco tres pinceladas:
El 95,3 % de las mujeres menores de 25 años no tiene hijos. Lo mismo casi 8 de cada 10 féminas entre 25 y 29 años. El retraso medio respecto al momento deseado de tener el primer hijo es de más de 5 años. Y, aún más grave por lo que tiene de cambio cultural, hay un número destacado de mujeres que no quieren ser madres que ronda entre el 18,3 % y el 26,4 % entre las mujeres de 30 a 44 años.
Quisiera ofrecer en este momento algo de esperanza en mitad de la negrura: no es lo mismo fertilidad que fecundidad
Al mismo tiempo cada vez nos casamos menos y más tarde lo que produce un efecto inmediato en la fertilidad. La razón, obvia: es la familia el entorno que genera las condiciones más adecuadas para apostar por traer al mundo nuevas vidas humanas.
Mientras tanto, en los últimos 35 años han sido abortados en España más de 2.300.000 españoles desde 1985 a 2017, según las cifras oficiales. En los últimos años, la cifra ha rondado los 100.000 anuales.
El panorama de la fertilidad es dantesco, pero no es exactamente de esto de lo que quería reflexionar con los lectores de Woman Essentia este mes, aunque me sirva de otero sobre el que tratar de compartir una nueva perspectiva.
Porque quisiera ofrecer en este momento algo de esperanza en mitad de la negrura: no es lo mismo fertilidad que fecundidad.
Esto se entiende fácil cuando uno se fija en los miles de españoles que a través de diferentes tareas de voluntariado hacen que su vida y la de otros cobre sentido pleno.
No es menos evidente el ejemplo de los misioneros y religiosos. Ellos, sin ser biológicamente fértiles por su decisión personal de vivir en castidad, son profundísimamente fecundos. No solo en lo material, sino también respecto a las necesidades psicológicas y espirituales de tantos necesitados en el mundo.
Traten cada día de encontrar la manera de ser abono social, de ser fermento para el crecimiento o la mejora de otros
Conozco un tipo que desde que tiene veintitantos sueña con ser padre. Siempre lo ha deseado. Frisando los 40 aún no ha encontrado la persona con la que abordar la maravillosa aventura de traer hijos al mundo, educarlos, hacerles crecer y darles una libertad responsable con la que afrontar los azares de la vida. Pero pese a su circunstancia ‘infértil’ a efectos estadísticos, ha sabido ser inmensamente fecundo en su vida.
Colabora en diferentes voluntariados, procura mantener una formación actualizada que le permite aconsejar a quien se lo pide y mantener conversaciones de provecho en sus ambientes familiares, profesionales o de ocio. También ayuda económicamente a organizaciones de su confianza que desarrollan una gran labor social.
Quisiera plantear un reto a los amables lectores que han llegado hasta aquí, con independencia de si ya han experimentado la maravilla de la paternidad o la aún más intensa ocasión de la maternidad.
Plantéense en qué área de sus relaciones personales o profesionales pueden convertirse en un factor determinante de fecundidad espiritual, social, material, etc.
Traten cada día de encontrar la manera de ser abono social, de ser fermento para el crecimiento o la mejora de otros.
¿Cuánto hace que no realiza esa llamada de apoyo a un amigo o familiar? ¿Por qué no abordar esa petición de perdón pendiente que le asalta con remordimiento cada cierto tiempo en mitad de la noche? ¿Por qué no iniciar ese voluntariado que está deseando hacer?
Un sabio dijo: donde te planten, florece. Pues en la entrega amorosa, total y desinteresada se halla la felicidad.
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