La comedia española sigue en racha. Si hace unos meses Campeones cautivó al público y a la crítica ahora se estrena un título que llevará al público a las salas.
Dani de la Orden ha rodado una comedia familiar con todas las letras: un producto divertido, blanco y bienintencionado. De esos que quizás no convencen a la crítica pero cuentan con el favor del espectador. La cinta, narrada por Nico, un chaval de 9 años, cuenta las aventuras de una familia disfuncional en un verano que cambiara las vidas de todos sus integrantes. La madre es una mujer con carácter que trabaja en una fábrica y lidera un sindicato que trata de evitar la venta del negocio (venta que dejaría en la calle a decenas de empleados). El padre es un soñador peligroso, de esos que se creen sus propias ensoñaciones. Su cabeza no deja de proyectar éxitos profesionales pero la realidad es una dolorosa bancarrota y una amenaza de paro demasiado cercana para tomarla a broma. Nico adora a sus padres y adora sobre todo verlos juntos. Un día, el padre fanfarrón promete regalar al hijo unas inolvidables vacaciones si saca buenas notas. Gracias al esfuerzo del chico, las buenas notas llegan. Ahora solo falta que el padre cumpla su promesa…
La cinta empieza regular y requiere del espectador un cierto pacto de lectura: no estamos ante un Spielberg, estamos ante una comedia familiar española con sus momentos fallidos y sus interpretaciones algo impostadas. Pero, una vez que pactamos, la película es absolutamente disfrutable.
El cómico Leo Harlem protagoniza la película. Quizás su presencia sea excesiva y no ayuda demasiado a que el resto de personajes se desarrollen, pero –por otra parte- el carisma y las tablas del cómico ayudan a que más de una broma aparentemente sin gracia funcione.
Además, hay momentos muy divertidos y una inteligente crítica social que se agradece en estos tiempos de empacho de corrección. En ese sentido, todo el episodio del campamento veggie es hilarante.
Por otra parte, aunque en algunos tramos la historia pueda resultar almibarada, se agradece también la radical apuesta por el valor de la familia y la unidad del matrimonio… a pesar de las dificultades. También resulta atinada la reflexión sobre la necesidad de la honestidad en el trabajo y la defensa del eslabón más débil, el trabajador manual que depende de su empleo para sacar adelante a su familia.
Como suele ocurrir con títulos similares, habrá quien se ensañe con esta película por buenismo y exceso de moraleja. Yo, ¿qué quieren que les diga?, que frente a un panorama donde tanto se premia el cinismo (a veces por el simple hecho de serlo) no viene nada mal unas gotas de idealismo. Máxime, si, además estamos en verano. Un tiempo especialmente dedicado a recargar pilas y mejor si es en familia. O eso al menos es lo que aprendimos con tanta sobremesa de Verano Azul.
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