Silencio, esa palabra que expresa nuestro vivir cotidiano. Un elemento poderoso en el ser humano, ¿Cómo puede decir tanto una palabra encarnada en la persona? El silencio llama continuamente a la puerta de hombres y mujeres en cualquier circunstancia, a cualquier edad. Una realidad que posibilita ponerse al habla con Dios y a la vez con el prójimo. Su poder evidencia la vida.
No es lo mismo vivir en silencio que silenciado. Como no es lo mismo mandar silenciar que optar por callar. Tampoco es lo mismo silenciarse por compasión, que por omisión. Ni la ausencia de sonido por adoración, que el ruido del descreído. Existe el silencio del sabio y el de quien no quiere complicarse la vida.
Una realidad que posibilita ponerse al habla con Dios y a la vez, prescindir del prójimo. Su poder evidencia la vida. El silencio es poderoso, para bien o para mal.
Posee personalidad e identidad, como las ondas expansivas en el agua tras tirar la piedra. El reflexivo del escritor; o el del maestro que observa a sus alumnos en el recreo. El recogido del monje que labra la huerta; al del devoto antes de comenzar la Misa para tratar de sintonizar con lo Alto.
El silencio se nos encarna, o más bien… nos encarna en actitudes. El interior que propicia el recogimiento, la introspección o directamente al aislamiento del prójimo. Auto silenciarse de lo exterior y poner la voluntad para acallar lo que realmente nos estorba e impide crecer más en humanidad, como las realidades virtuales, por ejemplo.
Se convierte en perplejidad, por ejemplo, en los padres al descubrir que su hijo atraviesa problemas insospechados para ellos, alguna deficiencia, estado emocional, acoso, etc. En fortaleza en la madre ante el grito enfurecido del adolescente; Se torna en el dolor del familiar al constatar rupturas, abandonos.
Es el contraste del silencio sufrido y a la vez lleno de vida del enfermo o el chispeante del bebé. Descubre la grandeza del anciano arrastrado por la debilidad corporal y, denuncia la pasividad del joven enganchado al móvil. Disfraza la aparente tranquilidad en el adulto que no nutre su mente ni de lecturas, ni de películas, ni de conversaciones, esa ausencia no es igual al silencio del lector que junta imaginación con recreación.
El no hablar de los enamorados dista mucho de la tensión silenciosa entre quienes olvidaron el amor primero. El silencio del amigo que te conoce y te quiere no es igual al del falso amigo que ocupó tu espacio en tiempos mejores.
Tampoco es lo mismo en el ámbito mediático dispuesto a omitir el bien y vendido a la difusión del mal. O más bien, la mentira en los medios ante la verdadera corrupción que opta por la difamación del prójimo. Como aterrador el sometimiento de la esclava al placer del depredador.
Para bien o para mal, el silencio es nuestra carta de presentación.
Abrir el alma al Misterio de Dios, al fin y al cabo, posibilita escuchar a Dios y al prójimo.
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