Según Daniel Goleman el cociente intelectual y las destrezas técnicas son importantes, pero la inteligencia emocional es la condición sine qua non del liderazgo.
Por supuesto que el cociente intelectual es importante. Incluye el conocimiento de tu organización, el del sector donde se encuentra, el de la competencia, la estrategia de la compañía, del mercado, además el conocimiento de los procesos y sistemas, datos, finanzas y por supuesto la inteligencia comercial.
Ahora bien, la inteligencia emocional entendida como el adecuado conocimiento y gestión de las emociones dispara la eficacia del liderazgo.
El líder tiene la tarea fundamental de despertar los sentimientos positivos de sus colaboradores: la inspiración, el entusiasmo, la motivación… Ese clima es el más propicio para que se desarrollen las personas y saquen lo mejor que llevan dentro: su talento.
Un poco de historia
Ya desde la Ilustración se debatía sobre la forma de medir la inteligencia. Paul Broca (médico, antropólogo, físico y matemático) y Sir Francis Galton (polímata: antropólogo, geógrafo, explorador, inventor, meteorólogo, estadístico, psicólogo) fueron de los primeros en elaborar una escala de medición.
El primer test de cociente intelectual (CI) es el test o escala de Binet-Simon. Ya el propio Alfred Binet apuntaba que la inteligencia era un concepto demasiado amplio para concretarlo en una cifra y en la que influyen muchos factores.
Pasados más de 114 años de su primera publicación, las metodologías de enseñanza se han ido reestructurando en torno a la medida del CI. Y aquí no queda la cosa, ya que las organizaciones siguen “sobrevalorando” la importancia del cociente intelectual. Psicotécnicos, pruebas escritas, entrevistas interminables, todas de máxima exigencia y sofisticación para la contratación de los empleados.
Aún ocurre que a la hora de contratar, los empleadores “aun sabiendo” que la capacidad de liderazgo, la capacidad de comunicación, de motivación, no va en correlación al cociente intelectual, “se auto engañan”: el éxito no tiene correlación con el cociente intelectual, aunque los estudios sí revelan que hay una elevada sinergia entre la eficacia de los líderes “estrella” y las competencias propias de la inteligencia emocional.
En mi trayectoria profesional me he encontrado con personas brillantes, expedientes sobresalientes, con capacidades técnicas y mentales impresionantes, y con el tiempo, y en el día a día lo que más importancia ha ido cobrando es la capacidad de liderazgo, las habilidades con las personas que tuvieran o no, como colaboradores.
Las competencias sociales, abanderadas por la empatía (compenetrarse con las emociones de los demás, comprender sus puntos de vista y mostrar un interés auténtico por las cosas que les preocupan) y en esta misma vertiente, la gestión de las relaciones son fundamentales para influenciar e inspirar. Así como contribuir para que sus colaboradores desarrollen habilidades a través del feedback (motor de desarrollo personal y de los equipos de trabajo).
Marshall Goldsmith, quizás el mejor coach ejecutivo del mundo nos dice: “Lo que te trajo aquí no te llevará allí”
Modelo Goleman de I.E
El modelo de Goleman sobre la Inteligencia emocional, se centra en la conducta, en el rendimiento laboral y en el liderazgo en las organizaciones. Tiene dos competencias principales (personal y social), que dan lugar a cuatro dominios:
- auto conciencia,
- auto gestión,
- conciencia social,
- gestión de las relaciones
que en total abarcan dieciocho capacidades asociadas. Profundizaré un poco en ello:
La competencia personal se refiere a la relación que tenemos con nosotros mismos: auto conciencia y auto gestión y es la buena correlación entre ambas la que lleva al autodominio, es decir, alcanzar el estado cerebral más adecuado para realizar una tarea.
Estas capacidades son las que permiten que una persona tenga un excelente rendimiento en cualquier ámbito y una organización distingue a aquellas personas con una gran aportación propia, “las estrellas solitarias”. Dominar la auto conciencia significa ser consciente de las emociones propias y reconocer su impacto, conocer las fortalezas y debilidades de uno y, además, mostrar seguridad y objetividad en esa valoración, es decir, tener auto confianza.
Por otro lado, el dominio de la auto gestión muestra la capacidad para manejar adecuadamente las emociones incluso en situaciones de conflicto, de adaptarse a los cambios superando los obstáculos y de trabajar desde la excelencia con iniciativa propia y una conducta positiva.
Otra área es la competencia social, que determina el modo en que nos relacionamos con los demás. La conciencia social, abanderada por la empatía, significa compenetrarse con las emociones de los demás, comprender sus puntos de vista y mostrar un interés auténtico por las cosas que les preocupan.
En un contexto global como el actual, en el que se reivindica cada vez más la diversidad, es clave para llevarse bien con personas de otros orígenes y culturas. Y qué decir de la capacidad para reconocer y poder satisfacer las necesidades tanto de clientes, como de colaboradores y compañeros en una organización.
Y, en esta vertiente social, la gestión de las relaciones es fundamental para influenciar e inspirar. Se trata, por ejemplo, de contribuir a que los demás desarrollen sus habilidades a través del feedback como motor de desarrollo personal y de los equipos de trabajo. En el cambiante entorno actual permite catalizar los cambios y la gestión de los conflictos que llevan implícitos, y es muy relevante para la creación y colaboración en los equipos de trabajo
Una buena noticia
¿Sabíais que hasta mediados del siglo XX la mayoría de los ciudadanos no practicaban deporte porque desconocían su beneficio?
La clave es la neurogénesis y la neuroplasticidad.
La neurogénesis es el nacimiento de nuevas neuronas. El cerebro genera a diario diez mil células madre que se dividen en dos. Una mitad forma una línea hija que sigue creando células madre y otra parte migra a zonas del cerebro donde más falta haga y se transforma en el tipo de célula que es necesaria (con mucha frecuencia tiene que ver con el aprendizaje). Dentro de los cuatro meses siguientes, la nueva célula forma unas diez mil conexiones con otras para crear nuevos circuitos.
La neurogénesis permite conocer mejor la neuroplasticidad, el hecho de que el cerebro se reestructure de forma continua en función de las experiencias que vivimos, por lo que el cerebro sigue creciendo y moldeándose toda la vida, en un proceso de aprendizaje sistemático. Por ejemplo, si modificamos una conducta (quiero prestar mas atención a los demás), habrá un circuito que crecerá para adaptarse.
Por tanto, la buena noticia es: “las competencias no son innatas, sino habilidades aprendidas que potencian la eficacia”, o sea, que podemos desarrollar una inteligencia emocional alta incluso si no hemos nacido con ella.
Un liderazgo «emocionalmente inteligente» creará organizaciones más productivas, más saludables, con un mayor bienestar laboral que abanderado por el bienestar emocional las hará más humanas.
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