Hace poco más de un año, unas jóvenes yazidíes recibían el Premio Sájarov del Parlamento Europeo, este premio se otorga a personas u organizaciones que destacan en la defensa de la libertad y los derechos humanos.
Hasta que el Daesh irrumpió en su pueblo, Kocho, no eran caras conocidas, nadie, excepto sus familias y vecinos sabía de su existencia, vivían tranquila y felizmente en sus aldeas de casas de barro y, desde luego, nunca habrían sospechado lo que iba a pasar en sus vidas.
Sus nombres empezaron a conocerse a raíz de que pudieran huir de sus captores y contar sus trágicas historias. De este modo, el mundo ha podido conocer la terrible transformación de sus vidas que ya nunca volverán a ser iguales, no sólo en relación al sufrimiento que han tenido que soportar, sino porque, aunque Kocho haya sido liberado, es un pueblo fantasma, ya no existe nada, ni las personas que eran parte de esa vida.
Estas chicas, y muchas más son el ejemplo de la lucha por la supervivencia de los muchos jóvenes que no pueden plantearse dónde van a salir de fiesta, ni siquiera si desean estudiar. Son los testigos de un genocidio contra los infieles por parte del Estado Islámico, ante la impasibilidad de Occidente.
Lamiya Aji Bashar, quien fue vendida por Daesh cuatro veces. Huyó de su secuestro con una amiga y otra niña de 9 años, ella quedó desfigurada por la metralla que recibió en la cara mientras escapaba y la niña de 9 años murió por la explosión de una mina en el suelo. Ha vivido, y seguro vive un gran sufrimiento, pero quiere ser la voz de todas las víctimas que no pueden hablar, “quedan 3.500 niños y mujeres secuestrados todavía”, decía cuando recogió el premio en el Parlamento Europeo con la intención de concienciarnos de las personas que están esperando una liberación a su tortuoso cautiverio. Lamiya sabe que lo peor de estar secuestrado por Daesh es que significa seguir sufriendo torturas, violaciones y vejaciones, y que esta situación lleva a muchas niñas y mujeres a quererse quitar la vida para no seguir sufriendo más.
Nadia Murad recibió este premio junto con Lamiya, pero desde entonces ha estado varias veces ante Naciones Unidas, no en vano desde el pasado septiembre es la primera embajadora de Buena Voluntad por la Dignidad de los Supervivientes de la rata de Personas de las Naciones Unidas.
Lleva ya más de año y medio dando su testimonio sobre los brutales crímenes cometidos por Daesh no solamente contra su persona, sino contra todo su pueblo, en cuya lucha perdieron la vida su madre y seis de sus nueve hermanos. El pasado marzo explicó en el Parlamento Europeo las razones por las que había decidido hablar sobre su experiencia, al igual que otras chicas yazidíes, con el único objeto de encontrar ayuda y justicia, incluso poniendo su vida en peligro… “incluso por encima de pensar en mi recuperación o en construir una nueva vida en mi nuevo país, Alemania. Sabemos que nuestra decisión de hablar tiene un coste personal”, añadía.
Acompañada de Amal Clooney en su lucha contra la impunidad de las atrocidades cometidas por Daesh, y con la intención de llevarles ante la justicia, volvió el pasado marzo a Naciones Unidas. Pidió al primer ministro iraquí que actuara para que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas pudiera votar y así investigar los crímenes del Estado Islámico. Esta vez el discurso de Murad fue más contundente, relató la historia del secuestro de una de sus cuñadas, quien estuvo en cautiverio más de 30 meses, “cuando Jilan volvió estaba pálida, débil y traumatizada por los meses de tortura y abusos, por lo cuales ni siquiera me atrevo a preguntarle. Vivo presa del miedo por todas las mujeres y niñas Yazidíes que todavía permanecen en cautiverio”, explicaba. Su hermano, y marido de Jilan, había escapado por casualidad de la ejecución de todos los hombres del pueblo y se dedicó a trabajar hasta desfallecer para recatar a su mujer de ese cautiverio.
La preocupación de Nadia por las consecuencias que pueda traer a los miembros de su familia que quedan con vida, tanto los que han sido liberados, como los que siguen en cautiverio por Daesh, la decisión personal de decir la verdad y denunciar lo que han vivido muchas mujeres como ella, supone una gran responsabilidad. Todavía están en cautiverio dos cuñadas y cuatro sobrinos, uno de ellos de apenas tres años, que tenía sólo meses cuando fue capturado junto a su madre en 2014.
“Tengo una preocupación diaria porque mi decisión de hablar en público pueda poner en peligro a mis familiares, tanto a los que han escapado como a los que todavía están en cautiverio. Ojalá pueda decir que ha merecido la pena”.
Sus palabras fueron de indignación y recriminación hacia Naciones Unidas por su falta de acción. Desde que habló por primera vez ante el Consejo de Seguridad de Naciones unidas ningún militante de Daesh ha sido llevado a la justicia por cometer genocidio contra estas comunidades o por crímenes de guerra contra la humanidad perpetrados contra todos los sectores de la población Iraquí. Mientras tanto, ISIS ha seguido actuando.
Mientras el resto del mundo sigue casi impasible los acontecimientos, la actividad de esta mujer es incansable, en abril volvió a pedir al Comisionado de Naciones Unidas que estableciera la comisión para recoger evidencias de los crímenes de guerra perpetrados por Daesh.
“No puedo entender qué más necesitáis oír para empezar a actuar. Así que hoy pido al gobierno Iraquí y a Naciones Unidas que empecen una investigación para dar a todas las víctimas de ISIS la justicia que se merecen”.
En Mayo estuvo en la Universidad de Standford explicando a los jóvenes sus prioridades depersuadir a EEUU y al resto de gobiernos del mundo para crear una zona protegida en el norte de Iraq a la que puedan acudir todas las comunidades minorías perseguidas sin tener que abandonar el que ha sido su país y su hogar desde siempre.
Su discurso es coherente “si no llevamos a ISIS a la justicia estamos legitimando a sus soldados”. No cree en eliminar a Daesh con bombas o exterminándoles, porque la ideología seguiría, pero sí condenando y eliminando las posturas radicales en niños y adultos y luchando directamente contra esta ideología. “Quiero que el mundo les vea confesarlo que están haciendo para que el mundo entero pueda verles como criminales y no como guerreros”, explicaba.
Estuvo en audiencia con el Papa Francisco en el Vaticano hace poco más de un mes, y según ella misma explica, sintió paz, esperanza, perdón y misericordia, además de una cálida bienvenida… sintió como bendecía su trabajo ya que lo conocía todo.
Y hace unos días participaba en Viena en la OSCE wide Counter-terrorism conference 2017, donde volvía a pedir justicia y a pedir esfuerzos en la eliminación de las posturas radicales.
Desde aquí comprendemos sus renuncias, apoyamos su trabajo y su compromiso y, por supuesto, su valentía. Y aunque parezca que no dé frutos inmediatos, seguro que algún día los dará. Esperemos que no sea demasiado tarde.
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