Hace unos días escuchaba la homilía del Padre Christopher Hartley Sartorius desde Sudán, destino en el que lleva apenas unos meses. Su trayectoria es larga y llena de riesgos e incluso experiencias extremas, desde las junglas de asfalto y basura del sur del Bronx, la defensa de los esclavos (si, esclavos!!) en los interminables cañaverales de lodo y fango de la República Dominicana, el Proyecto Tamara en Gode (Etiopía) en pleno desierto de sol abrasador, donde hasta los camellos morían por falta de agua y donde rescataba a mujeres de la prostitución de esa región somalí, creando una auténtica misión gracias a la Providencia divina para darles una profesión atendiendo a sus hijos para que tengan una vida mejor, y ahora desde Sudán, con gente que ha tenido que esconderse en la selva, tanto de los guerrilleros, como del ejército.
El padre relataba el pasado domingo algo que aquí es impensable. Bajo un día de lluvia torrencial, sin paraguas alguno porque esas comodidades allí no existen simplemente, empezaron a parecer feligreses en medio de la oscuridad de la cortina de agua. Algunos habían hecho kilómetros andando y allí estaban, esperando para recibir su fuente de esperanza, las palabras del amor…y sobre todo, la eucaristía. Una misa que duró casi dos horas, donde no faltaron las bromas causadas por las goteras de agua que caían en la nariz del pobre padre Christopher.
A principios de Agosto, llegaban a Madrid un grupo de jóvenes voluntarios de la Universidad Francisco de Vitoria después de dedicar una gran parte de su verano y de sus vacaciones a varias tareas, desde construir casas, ayudar a diario a jóvenes y niños con grandes discapacidades, drogadictos, etc… creo que no les ha quedado nada. Venían alegres y cansados, pero con la sorprendente experiencia de ver como esos pobres, los que no tenían nada y vivían en la más absoluta miseria tenían sin embargo mucho que ofrecer y una gran regalo: la FE en Dios. A los jóvenes les sorprendió la gran confianza en la Divina Providencia de esas gentes pobres, muy pobres. Mientras nosotros, teniéndolo todo, pedimos cuentas a Dios y nos preguntamos ¿por qué tiene que pasarme a mí?
Ellos confían plenamente en Dios, piden, si, pero saben que si no les llega es porque no debe ser y ya les llegará…o no. Los que leemos el evangelio sabemos que el Reino de los Cielos es de ellos. Jesús no paró de anunciar que solo el que agarre la cruz se salvará, y cuanto más grande sea esta, más cerca estará ese lugar en el cielo.
Los pobres entre los pobres nos dan un testimonio de FE (con mayúsculas), y muchos jóvenes, que dan su tiempo por ellos, nos alientan en la esperanza de la capacidad de AMOR del ser humano y que puede haber un mundo mejor…solo hay que intentarlo.
Es difícil evitar comparar el deseo de la Palabra de Dios que ardía en el corazón de estas personas, y que les animaba a recorrer kilómetros para oírla. Me recuerda a los primeros seguidores de Jesús por los campos, o a la orilla del lago, o aquellas primeras comunidades cristianas que se jugaban la vida para oír a Pedro o Pablo. También lo comparo con Europa, la vieja y arrugada Europa que pone sus ilusiones en falsas y manipuladas ideas, que no son más que eso, ideas, muchas veces absurdas, a las que quieren dar la categoría de verdad. Pero la Verdad es una, aunque manipulemos, disfracen o escondan su conocimiento y no quieran dejar que la gente lo descubra, disfrazándolo de como si hubiera muchas verdades. La Verdad es una, y lo que cambia es el conocimiento que tenemos de ella.
Leía hace poco sobre la diferencia entre ‘utopía’ y ‘esperanza’, la primera es lo que se espera y no se podrá producir, mientras que la esperanza es aquello que se desea y espera, aunque todavía no haya llegado.
Aprovechemos para meditar sobre la vida, el amor, hacernos pobres con los pobres para tener su fe porque el que nada tiene lo espera todo… y tengamos «esperanza» en que un mundo mejor es posible gracias al compromiso de muchos jóvenes y el ejemplo de algunos pobres.
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