Dar marcha atrás o callar también es de valientes y así me lo ha demostrado la vida, aunque por circunstancias las enseñanzas de la sociedad nos hayan hecho pensar que solo es valiente aquella persona que siempre da un paso hacia adelante o alza la voz en un momento dado, y no vamos a negar que son éstos actos de valentía también, pero a veces, lo verdaderamente valiente, lo verdaderamente heroico es hacer todo lo contrario: saber marchar a tiempo, callar a tiempo, u olvidar una ofensa, son auténticos actos de valentía, sobre todo cuando el pecado de la soberbia se apodera de ti y no te deja pensar en otra cosa.
Hace años ayudé a presentar un evento, le puse muchísimo cariño y di lo mejor de mí, me acompañaba otra persona en esta labor, y de cara a la asociación para la que colaborábamos las cosas no salieron todo lo bien que ellos esperaban, recuerdo que me sentí mal, muy mal, porque soy muy pasional y me entrego en cada cosa que hago, recuerdo que incluso me enfadé y lloré por aquello. ¿Qué había hecho yo?, me preguntaba. ¿Qué clase de personas son incapaces de valorar el esfuerzo de otros? ¡Si hasta les he planchado los paños para las mesas del catering! Como puede haber personas tan desagradecidas pensaba… La otra persona que me acompañaba en la aventura me dijo, «Tenemos que hablar con esta gente que se han portado fatal con nosotras», y así lo hicimos, yo creyéndome muy valiente me planté en su casa junto con mi compañera y le soltamos una ristra de verdades, de nuestras verdades ante las que encontramos la ristra de verdades de la otra parte. Al salir de allí, no me sentía mejor, todo lo contrario, me sentía aún más estúpida que antes de ir, pero, hice como la protagonista de lo que «El viento se llevó» y decidí dejarlo para pensarlo otro día.
La vida continuó su curso, y tres años después, nuestras vidas, las de esas personas y las mías volvieron a encontrarse, debido a una propuesta para un cliente, y mientras iba buscando aquel teléfono en la agenda, pensaba, con lo mal que fue todo la otra vez… y ahora tengo que volver a llamar a su puerta, así que decidí ser valiente, coger el teléfono y demostrar que mi faceta personal que me llevaba a seguir guardándoles rencor por el daño que en ese momento había sentido, no se iba a imponer a mi faceta profesional en detrimento de hacer las cosas bien para un cliente que requería de mis servicios.
Tras levantar el teléfono, se oyó esa voz, esa voz que tres años antes había sonado tan fría, tan prepotente, le conté la idea y me la aceptó, al fin y al cabo, se trataba de ayudarlas económicamente organizando un evento benéfico.
Tuvimos la primera reunión, y dentro de una estereotipada cordialidad se respiraba la desconfianza tímidamente, pero estaba allí como ese olor que no eres capaz de identificar de dónde viene, el proyecto gustó, pero con sus reticencias, y lo pusimos en marcha.
Durante dos meses y medio, aquel pasado estuvo presente, pero frente aquel pasado, también estaba presente mi intención de cambiar esa percepción, quería que vieran a mi auténtico yo, a la que no conocieron la primera vez que colaboramos juntas, y en vez de echar cosas en cara, me dediqué a dar lo mejor de mí, a esforzarme, a callarme cuando escuchaba algún comentario con segunda intención o que ponía en duda mi labor, y a seguir adelante, intentando que el día del evento, todo saliera perfecto.
Y llegó ese día, y la felicidad fue la principal protagonista, felicidad, buen ambiente, buena comida, buena temperatura, buenos premios, pero sobre todo buena gente.
Ayer, nos reunimos para sacar las conclusiones del proyecto, al marcharme, me dijeron: «Parece que ahora nos entendemos mejor y que hemos conectado», y yo les respondí: «No creo que sea eso, creo que ahora he sido yo misma».
¿Y por qué os he contado toda esta historia? Pues muy sencillo, porque muchas veces cuando dejamos de ser nosotros mismos, cuando dudamos entre aplicar nuestros valores, esas ideas por las que luchamos cada día a un lado, por temor a que nos juzguen, a lo que digan otros, al final estamos interpretando un papel, y al no estar en nuestra verdadera realidad, como dirían los filósofos, no somos capaces de hacer las cosas bien.
Por eso ser valiente no solo es dar un paso adelante, o alzar la voz, algunas veces para ser valiente hay que callar, dar un paso atrás o incluso agachar la cabeza, pero sobre todo ser valiente es ser fiel a ti mismo y tus valores, porque ahí reside tu verdadera razón de estar aquí y la verdadera misión que tenemos en la vida.
Respetarte, quererte, ser fiel a tus ideas, te hacen ser una persona auténtica, de verdad y la autenticidad es esa cualidad con la que a todos nos gusta identificarnos.
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