Estamos acostumbrados a dar algo de nosotros, siempre que recibamos algo a cambio.
El ser humano es egoísta por naturaleza, y normalmente no concibe un trabajo o una prestación si no está bien remunerado.
Hablar de amor desinteresado, suena tan rancio y anticuado que muchas de las personas que me estarán leyendo pensarán que me estoy refiriendo a esa entrega que hacen los religiosos que se dedicas a ayudar a los más desfavorecidos, a los misioneros, etc. y piensan que eso es solo para curas o monjas, No, para nada me refiero a esos colectivos religiosos que guiados por su vocación optan por esa clase de vida. Me refiero a todos esos miles de voluntarios que en ONGs trabajan por ayudar a los demás sin recibir ni un solo euro a cambio de su ayuda.
Me refiero a esas madres de familia que día a día dan la vida por su familia, me refiero a esos miles de voluntarios que cada día visitan las cárceles, los hospitales, los asilos, comedores sociales, etc., para hacer más felices, aunque sea por unas horas, llevándoles compañía y ayuda a las personas que allí están ingresadas.
Todas esas personas y muchas más, trabajan y viven con un amor totalmente desinteresado, pues dan todo lo que son sin pedir nada a cambio.
La palabra voluntario, es la palabra más hermosa que existe en nuestro diccionario, porque ella nos habla de: Personas generosas, desprendidas, altruistas, llenas de amor hacia los demás, que viendo en ellos la figura de Jesús, tienden su mano para ayudar y consolar.
Hay un pensamiento de Hermann Hesse que explica de una forma sencilla, los frutos que se pueden recoger cuando nos damos desinteresadamente.
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