¿Cómo vencer la soberbia con humildad y la pereza con trabajo? ¿Cómo lograr que la generosidad se imponga a la avaricia y la sencillez a la vanidad? Alejandro Ortega dialoga con nosotros sobre el desafío de aceptarse a uno mismo, conocer los vicios arraigados en nuestra personalidad y la importancia de decidirnos a vivir las virtudes.
La vida es un desafío constante que nos reta a vencer tentaciones y a esforzarnos para conquistar la mejor versión de nosotros mismos. Nos confronta con toda clase de obstáculos, lo cual nos hace crecer. El reto mayor, sin embargo, se encuentra dentro de nosotros, en la lucha que todo ser humano libra entre sus vicios y virtudes. Para superarnos, debemos mirar al interior, conocernos realmente y decidirnos a cambiar con voluntad.
Alejandro Ortega Trillo es sacerdote, escritor, comunicador de radio, televisión, y conferencista internacional. Autor de los libros Vicios y Virtudes (best seller con más de 100 mil ejemplares vendidos), Guerra en la Alcoba, y Los 7 Grandes Temas del Noviazgo y Matrimonio, así como de artículos editoriales publicados en diversos medios y redes sociales. Actualmente ejerce su ministerio en la Arquidiócesis de San Antonio, Texas.
Woman Essentia.- Hay quienes piensan que ocuparse de los vicios, (defectos, pecados) es algo negativo. ¿Por qué hablar de ello?
Alejandro Ortega.- Antes de ingresar al seminario, estudié Medicina, y una de las primeras cosas que se aprenden es que para sanar una enfermedad lo primero es hacer un buen diagnóstico. Por eso, cuando escribí el libro de Vicios y Virtudes, decidí dedicar la primera parte al conocimiento personal para descubrir el propio campo de batalla; ahí donde se libra no sólo nuestro bienestar emocional o moral sino también nuestra santificación. Todos tenemos un campo de batalla. La Sagrada Escritura, en el libro de Job, describe la vida como una batalla y esto lo experimentamos todos los días.
WE.- ¿Qué son los vicios y cuáles son los más comunes en el ser humano?
AO.- Los vicios son hábitos morales malos. Es decir, comportamientos arraigados en nuestra personalidad que nos restan estatura moral, personal. En el libro de Vicios y Virtudes presento diez vicios. No se trata de una lista exhaustiva; ni siquiera corresponde a los así llamados pecados capitales, la cual tiene su origen en la enseñanza de un monje del desierto llamado Evagrio Póntico del siglo IV, quien fue el primero en hacer una lista de vicios o “malos espíritus”. Más tarde la Iglesia, de una manera más formal, consolidó la lista en siete pecados capitales, que son los que actualmente conocemos en la tradición católica.
El enfoque de mi libro es más bien de carácter fenomenológico; es decir mi lista de vicios parte de mi experiencia como director espiritual y confesor. Cinco vicios son de carácter más corporal, y se engloban bajo el concepto de “sensualidad”; los otros cinco son más de carácter espiritual, y en conjunto los incluimos bajo el concepto de “soberbia”. Tal distinción en dos grupos de vicios se funda en el reconocimiento de que nuestra naturaleza humana, según una antropología básica, consta de dos elementos inseparables: alma y cuerpo. Los vicios del cuerpo son la pereza, la intemperancia, la lujuria, la comodidad y la avaricia. Del lado espiritual tenemos el orgullo, la vanidad, la autosuficiencia, la susceptibilidad y la rebeldía.
WE.- Cuando nuestros defectos nos hacen sufrir, ¿cómo podemos ver su lado bueno?
AO.- El trabajo que propongo en el libro es el de aceptar y reconocer en cada vicio un área de oportunidad. Todos tenemos un poco de todos los vicios, pero hay uno que predomina en cada persona. Es lo que llamamos el “vicio dominante”. La clave del trabajo espiritual es detectar mi vicio dominante, no para frustrarme, desesperarme o entristecerme, sino para reconocer mi área de trabajo y oportunidad. Viéndolo desde un punto más espiritual, más sobrenatural, podemos decir que mi vicio dominante es la cruz que Dios ha permitido en mi vida. Todos llevamos una cruz muy personal e intransferible y esa cruz va de la mano de nuestro vicio dominante. Sin duda, mis malas inclinaciones y tendencias duelen y lastiman nuestra relación con Dios, con los demás, con nosotros mismos y hasta con las criaturas que nos rodean. Pero puedo aceptarlas como mi cruz y hacer mi mejor esfuerzo para sobrellevarlas como oportunidades de crecimiento interior. Así lo dice Jesús en el Evangelio “El que quiera venir conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga” (Mt 16, 24-28).
La clave del trabajo espiritual es detectar mi vicio dominante, no para frustrarme, desesperarme o entristecerme, sino para reconocer mi área de trabajo y oportunidad
WE.-¿Qué son las virtudes? ¿Para qué sirve forjar virtudes?
AO.- Las virtudes son exactamente lo opuesto del vicio: son hábitos morales buenos. Un hábito no es un acto aislado, no es algo que se hace una vez. Un hábito es una conducta arraigada en mi personalidad a base de repetición de actos. Hay muchos otros tipos de hábitos (físicos, intelectuales, emocionales, etc., que no tienen una connotación necesariamente moral). Los vicios, en cambio, son hábitos morales, porque afectan nuestra estatura humana. Lo moral tiene que ver con nuestra condición de personas humanas. Un acto moralmente bueno me hace crecer en mi estatura humana, un acto moral malo (inmoral) resta estatura a mi persona humana. Porque nuestra esencia como seres humanos no está fija, sino que permite crecimiento o decrecimiento, a diferencia de la esencia de las cosas que son lo que son y no pueden ser “más” o “menos” eso que son. El ser humano puede crecer en su humanidad, y esto es la moralidad: aquello que me hace crecer o decrecer en mi estatuto como persona humana. La virtud es un hábito moral bueno que cada vez que lo ejercito incrementa mi estatura humana.
WE.-¿Cómo buscar, encontrar y potenciar la mejor versión de nosotros mismos?
AO.- Conocer nuestros vicios y trabajar en las virtudes definitivamente potencia la mejor versión de nosotros mismos. No se trata de lograr una versión de apariencia, sino de un crecimiento interior, profundo, desde nuestra esencia como seres humanos. Evidentemente, en la en que crecemos como seres humanos, se incrementa y mejora también nuestra capacidad de relación con los demás, con Dios, con las cosas y las circunstancias. Y también nuestra relación con nosotros mismos, en ese diálogo interior donde consciente o inconscientemente nos estamos valorando y calificando constantemente. Trabajar en la virtud es confrontarse con la propia realidad y mejorarla mediante la conquista de la virtud que cada uno más necesita.
WE.- Este estilo de vida virtuosa implica mucha mortificación, opción descartada por las ofertas de felicidad que el mundo y la sociedad actual nos propone ¿Cómo superar este obstáculo?
AO.- El libro de Vicios y virtudes, en el penúltimo capítulo aborda el tema de cómo elaborar un programa de vida, que supone decidir en que virtud vamos a trabajar y cómo lo haremos en la práctica. Suelo insistir en que el programa de vida no quisiste tanto en quitar defectos cuanto en construir virtudes. Por ello, los puntos de trabajo del programa tienen que ser muy positivos. Pongamos un ejemplo: imaginemos que el defecto dominante de una persona es la pereza, cuyas manifestaciones más evidentes podrían ser: levantarse tarde, dificultad para seguir una agenda de actividades y la impuntualidad. En un buen programa de vida, estas tres manifestaciones deberían redactarse de manera positiva y motivadora; es decir: “me levantaré a la primera”, “elaboraré una agenda indicando las actividades del día”, “seré implacablemente puntual”. Sí, es verdad que trabajar de esta manera implica mortificación, disciplina y estructurar la vida. Pero ¡que bien se siente uno cuando logramos cumplir los buenos propósitos!
Las virtudes son exactamente lo opuesto del vicio: son hábitos morales buenos. Un hábito no es un acto aislado, no es algo que se hace una vez. Un hábito es una conducta arraigada en mi personalidad a base de repetición de actos.
Por otra parte, conviene recordar que, como seres humanos estamos diseñados para este crecimiento continuo. El psiquiatra austriaco Víctor Frank decía que “la salud se basa en una cierta tensión”. Nuestra vida requiere esta cierta tensión, pues de lo contrario nos enfermamos, sea en el ámbito físico o mental como en el moral o espiritual. Mantener en la vida una sana “tensión” (un proyecto o un reto), nos da salud física y espiritual. En otras palabras, tener que luchar no es tan malo, es el precio de la madurez espiritual cuyo fruto es un tipo de paz compatible con esa lucha entre vicios y virtudes que se desata en nuestro corazón cada día.
WE.-¿Cómo lograr que el trabajo de superación humana “conócete , acéptate y supérate” no se quede en un esfuerzo meramente humano, sino que integre la ayuda que viene de Dios?
AO.- El libro lo escribí pensando en cualquier ser humano, creyente o no. Por eso, el contenido no es un tratado de teología moral. Sin embargo, no dejo de señalar que todos necesitamos la ayuda de Dios o de ese Ser Trascendente que es el origen y destino de nuestra vida. La gracia divina, sin duda, es una ayuda extraordinaria para crecer en la virtud, sin olvidar los dones del Espíritu Santo que la tradición católica reconoce.
WE.- Hoy se habla muy poco de este tema. ¿Cómo enseñar las virtudes cristianas a nuestros hijos?
AO.- Es verdad, en la educación de los hijos, las virtudes morales suelen ser una materia frecuentemente descuidada. A muchos padres y madres de familia, debido a la tendencia del sistema educativo actual, les interesa más el desarrollo de habilidades de sus hijos que en el que adquieran conocimientos y virtudes morales. Cabe reconocer hoy en las nuevas generaciones de niños y jóvenes que terminan una etapa escolar una gran carencia de conocimientos, junto a un alto desarrollo de habilidades. Pero conocimientos y habilidades son todavía muy superficiales cuando se habla de virtudes. Suelo explicarlo con la imagen de un árbol, donde el follaje equivale a los conocimientos y las ramas a las habilidades, pero sólo esto no es lo que define un árbol. Después viene el tronco, que corresponde a la fortaleza emocional y a lo que suele llamarse “seguridad personal”. Pero eso aún no es lo más importante para el árbol. Lo más importante es lo que no se ve: las raíces y la sabia que da vida a todo el árbol. Las raíces corresponden a los principios, valores y convicciones de la persona; y la savia, a sus motivaciones. Ya lo decía San Agustín “La raíz se halla profundamente afianzada en la tierra; en donde está nuestra raíz, allí está nuestra vida, allí está nuestro amor” (CS 36,s. 1,3). Si a un hijo se le educa desde la raíz, entonces todo lo demás se dará solo.
Nota:
El libro Vicios y virtudes, del P. Alejandro Ortega Trillo, con más de 100 mil ejemplares vendidos, puede adquirirse a través de Amazon; en los Estados Unidos, en español y en inglés, lo ha publicado Liguori Publications; en México y Latinoamérica, Grupo Planeta, y en Italia, Edizioni San Paolo
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