Cuando la conocí, Andrea estaba enganchada, enganchada a un hombre, como el alcohólico a su botella o el yonqui a la coca…o peor.
Andrea estaba enganchada a un hombre que no hacía las cosas bien,que no la trataba con respeto, ni se hacía merecedor de su cariño. Ella reconocía cuánto daño le hacía con sus desprecios y humillaciones y …a pesar de todo, no podía vivir sin él, o eso decía.
La verdad de la historia es que después de algunos dimes y diretes, las continuas traiciones, la falta de detalles, la hosquedad y el trato indiferente acabaron minando «aquel amor» y afortunadamente, Andrea pudo liberarse de aquellas garras afiladas que estaban consumiendo su salud mental y por supuesto, la poca autoestima que le quedaba.
A pesar de todo, y tiempo después, ella insistía en que si él la llamaba, ella volvería a caer. Mi pasmo era mayúsculo y no conseguía comprender qué poderoso dominio ejercía él sobre la voluntad de ella como para pisotear completamente su dignidad…
Pensaba en lo determinante que es decir «no». Esta palabra tan básica y tan simple, adverbio de negación donde los haya,puede ser en muchas ocasiones la llave que nos abra la puerta de la salvación. O dicho de otro modo, la llave que cierre con mil vueltas esa puerta que nunca más se abrirá para quien no merece hacer camino junto a una mujer.
Es importante aprender a decir que no y mientras no sepamos hacerlo, siempre habrá alguien que abuse de nosotras de algún modo, por lo tanto, ejercitémonos frente al espejo, pongamos la mejor de nuestras sonrisas y vocalicemos alto y claro: ¡No!
¿Enganchada a un hombre? No, gracias.
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