Muchas veces pensamos que nos gustaría ser felices siempre, pero la realidad se impone. La felicidad no es constante o, por lo menos, tenemos que aprender a combinar felicidad con sufrimiento. Porque ante el dolor, ante el duelo, ante los problemas económicos, ante el miedo, ante cualquier tipo de sufrimiento, muchas veces pensamos: “No soy feliz”.
En estos momentos nos cuesta vislumbrar momentos de felicidad, de ahora y del pasado, porque el sufrimiento tapa cualquier momento de alegría que hayamos tenido.
Todos tenemos heridas
De todas las personas que conozco, no conozco a nadie sin heridas. Y estoy segura de que, de todas las personas que no conozco, ellas también tienen heridas. Toda vida va acompañada de momentos de dificultad, de sufrimiento. Si te interesa este tema, te invito a leer más aquí. Por eso no creo que sea bueno intentar ser feliz sin sufrimiento, porque eso es, simplemente, imposible. ¿Qué tenemos que intentar? Aprender a ser felices EN el sufrimiento.
Felices EN el sufrimiento
¿Cómo se consigue eso, Élida? te oigo preguntar. Con la actitud que tengas para afrontar el sufrimiento. Esa actitud sale de tu fortaleza interior, es un talento que es la resiliencia.
Marian Rojas Estapé dice que “Ser feliz es ser capaz de superar las derrotas y levantarse después”. Es decir, a pesar de la derrota, a pesar del sufrimiento, cuando eres capaz de superar ese sufrimiento y te levantas, herido, cansado, pero te levantas, eres feliz.
Y uno de los maestros de mi alma, José Luis Martín Descalzo, lo explica con muchísima más belleza: “Ser feliz no es carecer de problemas, sino conseguir que esos problemas no alteren la serenidad de la base del alma”. Martin Descalzo apostaba por construir la base del alma, esa piedra sólida en la que uno está “pleno de la seguridad de que su vida sabe adónde va y para qué sirve, sabiéndose y sintiéndose nacido del amor” y para el amor. Cuando uno tiene esa piedra sólida bien construida, cuando uno se apoya en la base del alma, cuando uno tiene esa alegría primordial e interior, ningún dolor, ninguna amargura (que siguen ahí) consiguen minar ni resquebrajarla.
Sé que puede parecer super-difícil, ¿cómo voy a ser feliz con estos problemas? Y la verdad es que “me alegro” de que a mí me haya dado un ictus muy grave y que yo haya perdido a cinco hijos, para que no se me acuse de hablar desde la teoría. Pero sé que se puede conseguir. ¿Cómo? Con tres aspectos:
- Primer paso: Amarte
El primero aspecto es cuidando, construyendo tu piedra troncal, la base de tu alma. Todo este proceso, a veces muy doloroso (hay personas con sufrimientos mucho más grandes que otras), comienza con amarte en cualquier momento. Aun cuando estés tirado en el suelo, con tu herida, ámate. El primer paso es amarte. Porque tras el amor hacia ti mismo, llega el perdón. Lo has hecho lo mejor que sabías, con el conocimiento que tenías en ese momento. Ámate, perdónate. Y ponte de pie.
- Segundo paso: observa lo bueno
El segundo aspecto, está en observar la multitud de cosas buenas que este precioso mundo tiene para mostrarte, observar la multitud de gente que te ama, observando tus huellas.
- Tercer paso: sigue caminando
Seguirás caminando como un soldado herido, que ganará la medalla al mérito. Porque tú mismo te pondrás esa medalla cuando consigas reanudar tu camino, o redefinir de nuevo tu camino.
Además, San Pablo nos recuerda, en Romanos 8, 28: “en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman”. Es decir, de esas heridas, de esos sufrimientos, ¡puedes aprender! Y ¡podrás ayudar a otros!
- Cuarto paso: obligándonos a Sonreír
Y cuarto (había dicho tres, pero he cambiado de opinión). A pesar de las dificultades, a pesar de los problemas… SONREIR.
¿Te atreves a mirar tus heridas? ¿Quieres empezar a amarte? ¿Quieres perdonarte? ¿Quieres ser feliz EN el sufrimiento?
Si necesitas ayuda, cuenta conmigo.
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