A menudo sucede que la mayoría de la gente que aparece en películas o en anuncios publicitarios suele ser joven, atractiva, inteligente y con estudios y profesiones de élite. Es como si el resto de la humanidad no existiera. Y aunque no cabe duda de que los aspectos mencionados tienen su importancia y se aprecian, habría que preguntar si es eso todo lo que se necesita para sentir que se vive una vida plena y feliz.
Hoy día existe la tendencia a que prevalezca lo primero que entra por los ojos. Prima lo «bello» en sentido físico y material, como el culto a las «marcas» o a las posesiones materiales lujosas y a menudo caras. En muchos lugares de Internet, por ejemplo, hombres y mujeres bien parecidos procuran exhibirse una y otra vez ante el mundo con el convencimiento de que su atractivo físico va a encandilar a otros y lograr así quizá un «buen partido», más fama o un mejor estatus social. Saben muy bien, así como los expertos en mercadotecnia e imagen, que lo primero que va a ser visto es el esplendor de su físico, aunque pocas veces se reflexione en el hecho de que tanto la belleza como otros muchos talentos son un don gratuito desde el nacimiento, no un mérito propio ganado con verdadero esfuerzo.
De modo que aunque es verdad que la belleza a menudo «encandila», otra cosa bien diferente es lo que haya realmente detrás del «envoltorio». Como dijo Donna Tartt (1963), escritora estadounidense y Premio Pulitzer en 2013:
«No hay nada de malo en el amor a la belleza. Pero la belleza, salvo que vaya ligada a algo más significativo, siempre es superficial».- Donna Tartt, «El secreto» (1992).
Y no cabe duda de que para conocer bien a una persona lo que se necesita sobre todo es tiempo. Eso lo expresó muy bien la actriz y modelo china nominada al Globo de Oro y a dos premios BAFTA, Ziyi Zhang (1979):
«En China no consideramos a alguien verdaderamente hermoso hasta que se le conoce desde hace mucho tiempo. Es entonces cuando sabemos lo que hay debajo de la piel».
En Occidente hasta cierto grado suele ocurrir algo parecido. Porque, ¿no sucede que a veces conocemos por primera vez a una persona que en principio no nos parece muy atractiva, pero después de tratarla durante algún tiempo y observar sus cualidades nos va pareciendo cada vez más guapa? Eso ilustraría que es su belleza interior, sus bellas cualidades, las que iluminan de verdad al ser humano.
En las Escrituras, la belleza física se aprecia como un don de Dios. Pero nunca es lo más importante. Es más bien a las cualidades espirituales de la persona a lo que se le asigna el mayor valor, en definitiva, a la belleza del corazón. «La belleza es engañosa, y hueca la hermosura, pero la mujer que teme (respeta) al Señor será alabada», se afirma por ejemplo en Proverbios 31:30 (RVC).
La belleza interior de Abigaíl
El caso de Abigaíl, una mujer que vivió en el antiguo Israel, podría servir para ilustrar lo que se intenta decir. El pasaje bíblico dice:
«Aquella mujer era de buen entendimiento y hermosa apariencia, pero el hombre era rudo y de mala conducta». – 1º Samuel capítulo 25.
Y es que aquel hombre, Nabal, su esposo, era como era; aunque era un hombre rico, no parece que estuviera lleno de muchas virtudes. «Era rudo y de mala conducta», dice el texto. De hecho su nombre está relacionado con la expresión “estúpido». Y así fue cómo se portó de hecho con David, como un desagradecido a pesar de la bondad y favores que siempre había recibido de parte de él.
Sin embargo, en este relato sobresale la que era su esposa, Abigaíl, por su prudencia, discreción y sabiduría. De hecho, fue la iniciativa sensata de ella la que hizo que David no tuviera que haberse arrepentido toda su vida por un acto de cólera incontrolada y cometer asesinato. Fue Abigaíl la que lo hizo reflexionar con sensatez, haciendo que finalmente David cambiara su clara intención de matar a Nabal en venganza. Por eso, cuando por fin se encontró con ella, David llegó a exclamar:
«Bendito sea tu razonamiento y bendita tú, que me has impedido hoy derramar sangre y vengarme por mi propia mano».
Aquí, lo más importante, lo que resultó realmente vital no fue la belleza física de Abigaíl, que la tenía; fue más bien su sensatez, sabiduría y discreción, en definitiva, la belleza de su corazón.
Dice el pasaje que más tarde, después de un banquete y una tremenda borrachera, Nabal muere de un ataque al corazón. Y que al cabo de cierto tiempo, David toma a Abigaíl como esposa. Y no es de extrañar, ya que esta experiencia muestra cómo una persona de buenas cualidades puede cambiar completamente para bien la vida de otra. Y es que en Israel una mujer sabia y capaz era muy apreciada. Quizá por eso en Proverbios 31 se escribió de manera poética la alabanza que merece una mujer bella en buenas cualidades:
«Mujer ejemplar no es fácil hallarla;
¡vale más que las piedras preciosas!
Su esposo confía plenamente en ella,
y nunca le faltan ganancias.
Brinda a su esposo grandes satisfacciones
todos los días de su vida.
Va en busca de lana y lino,
y con placer realiza labores manuales.
Cual si fuera un barco mercante,
trae de muy lejos sus provisiones.
Antes de amanecer se levanta
y da de comer a sus hijos y a sus criadas.
Inspecciona un terreno y lo compra,
y con sus ganancias planta viñedos.
Se reviste de fortaleza
y con ánimo se dispone a trabajar.
Cuida de que el negocio marche bien,
y de noche trabaja hasta tarde.
Con sus propias manos
hace hilados y tejidos.
Siempre les tiende la mano
a los pobres y necesitados.
No teme por su familia cuando nieva,
pues todos los suyos andan bien abrigados.
Ella misma hace sus colchas,
y se viste con las telas más finas.
Su esposo es bien conocido en la ciudad,
y se cuenta entre los más respetados del país.
Ella hace túnicas y cinturones,
y los vende a los comerciantes.
Se reviste de fuerza y dignidad,
y el día de mañana no le preocupa.
Habla siempre con sabiduría,
y da con amor sus enseñanzas.
Está atenta a la marcha de su casa,
y jamás come lo que no ha ganado.
Sus hijos y su esposo
la alaban y le dicen:
«Mujeres buenas hay muchas,
pero tú eres la mejor de todas.»
Los encantos son una mentira,
la belleza no es más que ilusión,
pero la mujer que honra al Señor
es digna de alabanza.
¡Alábenla ante todo el pueblo!
¡Denle crédito por todo lo que ha hecho!»
O como el mismo Sócrates (470-399 a.C.) expresó:
“La belleza de la mujer se halla iluminada por una luz que nos lleva y convida a contemplar el alma que tal cuerpo habita, y si aquélla es tan bella como ésta, es imposible no amarla“.
En el antiguo Israel, otro de los aspectos que se valoraba mucho en la mujer, mucho más que su gracia o que su belleza, era que tomara a Dios en serio en su vida. Mujeres como Rut, Ester, María, etc, reciben plena alabanza por su discreción, sabiduría y aprecio por las cosas de Dios. Como lo expresa Proverbios 31:30 (PDT):
«La gracia y la belleza son engañosas, pero la mujer que respeta al SEÑOR es digna de alabanza».
Y lo mismo en el caso de los hombres:
«Estad alerta, permaneced firmes en la fe, portaos varonilmente, sed fuertes». – 1 Cor. 16:13, LBA.
El escritor y periodista Samuel Levenson (1911-1980), escribió un precioso verso para su nieto, «Consejos de belleza probados por el tiempo», y que también solía citar Audrey Hepburn, referencia de belleza y elegancia en el mundo del cine, y que ilustra muy bien lo que se quiere decir aquí:
«Para tener labios atractivos, pronuncia palabras de bondad. Para tener hermosos ojos, mira lo que la gente tiene de hermoso en ellos. Para mantenerse delgada, comparte tus comidas con los que tienen hambre. Para tener un buen cabello, deja que un niño pase su mano todos los días. Para tener un buen mantenimiento, camina sabiendo que nunca estás sola, porque los que te aman y te han amado te acompañan. Las personas, más que los objetos, necesitan ser reparadas, mimadas, alegradas y salvadas: nunca rechacen a nadie. Al envejecer, te darás cuenta de que tienes dos manos, una para ayudarte a ti mismo, la otra para ayudar a los que lo necesitan. La belleza de una mujer no está en la ropa que lleva, su cara o su manera de arreglar su cabello. La belleza de una mujer se ve en sus ojos, porque es la puerta abierta en su corazón, la fuente de su amor. La belleza de una mujer no está en su maquillaje, sino en la verdadera belleza de su alma. Esta es la ternura que da, el amor, la pasión que expresa. La belleza de una mujer se desarrolla con los años».
Un buen físico se valora y salta a la vista con facilidad. No obstante hay que ser realistas, «éste se marchita», dicen también las Escrituras. Pero existen otras trascendencias, otros valores que hacen todavía más bello al ser humano y este es el buen fruto de su corazón; ese que hace más agradable la vida para sí mismo y para los demás; que emana del ámbito espiritual de la persona, pero que también puede surgir del ámbito del Espíritu de Dios y dar como resultado el mejor fruto:
«Amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. Contra tales cosas no hay ley». – Gálatas 5:22,23, DHH.
¿Qué te pareció este artículo? Deja tu opinión: