La ternura es un sentimiento que ennoblece a las personas; más allá de los afectos de simpatía o cariño que nos despiertan «los otros», la ternura incide especialmente en ese amor que desea ser tierno y protector. ¿Nos ejercitamos en la práctica de la ternura?
No perdamos de vista el riesgo de habituarnos a cierta forma de brutalidad o grosería, porque la piel de elefante surge donde desaparece la sensibilidad, así pues, revisión ocular para no enfermar de miopía.
Y esta miopía, obviamente, imposibilita ver a «los otros», que respiran a nuestro lado, que nos necesitan –porque somos seres sociales–, que anhelan una palabra o un gesto de ternura.
¿La ternura nos hace débiles?
¡La ternura nos hace fantásticos! Sujetos amantes que piensan más allá de sí mismos, que ponen el foco en los demás con intención de hacerles la vida más amable y llevadera.
Tampoco quienes reciben nuestra ternura son seres débiles, entiendo que hay mucha fortaleza a la hora de amar y ser amado, a la hora de ayudar y aceptar ayuda.
Lejos quedan los roles de fuerza y debilidad adjudicados a ellos y ellas. Todos somos fuertes y frágiles y estamos sedientos de ternura.
Manifestaciones de la ternura
Posiblemente al decir ternura automáticamente lo asociamos con palabras peyorativas como cursi, afeminado, blandengue o pusilánime. Lejos de la realidad este concepto erróneo, fruto de siglos pasados.
La ternura se hace gesto en una sonrisa, o cuando una mano coge tu mano y la aprieta con suavidad, o cuando sorprendes con un pequeño detalle o una mirada cómplice que despierta la sonrisa o asienta la paz de quien la recibe.
La ternura no es palabrería sensiblera sino un sentimiento profundo y sereno que transmite amor.
¿Quiénes son los destinatarios de nuestra ternura?
Posiblemente nuestros destinatarios son comunes, nuestros padres ya ancianos o enfermos, nuestros hijos en todas sus facetas, nuestros amigos, nuestras mascotas, en definitiva, nuestros amores.
Esos seres que la vida, el destino, la Providencia o la casualidad ha puesto a nuestro lado para amar y ser amados.
La ternura de Dios
La ternura de Dios, como todos sus atributos, es infinita y es expresión de ese amor profundo y generoso que nos regala desde el mismo instante de nuestra concepción. El Papa Francisco trata este tema en su libro titulado «La ternura de Dios».
Si decimos que las madres estamos dotadas de una capacidad innata de ternura hacia nuestros hijos, estaremos en condiciones de afirmar que esa entrega maternal es incuestionable, salvo trágicas realidades que escapan a toda lógica.
La ternura… ¡No es cuestión del sexo de la persona!
Pues ese amor de madre es nada comparado con el amor de Dios: «¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré! «
¿Entonces la ternura es exclusiva de la mujer, que además es madre?
Indudablemente no, de la misma manera que se entiende muy bien que el amor es una capacidad que abarca a todos, hombres y mujeres, en cualquier faceta de su existencia.
A fin de cuentas, la ternura es un sentimiento capaz de anidar en todos los corazones, por eso es bueno que nos planteemos cómo están nuestros medidores de afecto, empatía y asertividad, entre otros.
¿Estamos dotados para la ternura? Lo estamos. Ánimo, pues, mis dulces y abigarrados lectores, adelante con ese plan de sembrar sonrisas y empapar de afectos y delicadezas el planeta tierra.
¡Chuches y ternura, por favor, que empieza la peli!
¿Qué te pareció este artículo? Deja tu opinión: