Cuando uno entra en una relación lo hace con ciertos talentos o hábitos incorporados que si son buenos, al compartirlos con el otro se convierten en una fuerza amorosa que motivan a la acción y al crecimiento.
Por ejemplo, si uno de los dos tiene más facilidad para hacer ejercicio con una rutina establecida que ha practicado por años eso puede convertirse en un impulso positivo para que el otro se sienta motivado por sus bondades a considerar adquirir este tipo de hábitos que le ayuden a buscar una mayor calidad de vida en la dimensión física.
Del mismo modo, uno podría acercarse a una iglesia aun cuando su dimensión espiritual no esté muy desarrollada si su compañero tiene una vida de fe más activa o comience, aunque sea algo que le cueste, a “amigarse” con la idea de la confrontación en la comunicación si para el otro es normal ser directo con las palabras.
Queriéndolo o no vamos tomando del otro aspectos que nos complementan y que nos empujan a hacer posible una vida compartida, pero proponerse madurar ese amor de modo consciente para que llegue a su máximo potencial y sea revelado totalmente, requiere de luchas con esfuerzo como pareja donde la humildad, el amor y el respeto son básicos.
Un amor maduro permite vivir con estabilidad en la relación. Deja de lado preocupaciones y se quitan tensiones si ese amor ha sido capaz de desarrollar buenos hábitos que colaboran a ordenar ciertos comportamientos, a generar una comunicación más fluida y un entendimiento mutuo. En suma, cuando uno se convierte junto al otro en una mejor persona.
Proponerse desafíos juntos
Cuando nos desafiamos el uno con el otro, nos damos una excelente oportunidad para crecer. Estos desafíos se ponen en acción cuando trazamos metas enfocadas en desarrollar nuevos hobbies o características determinadas con el objetivo de mejorar aspectos personales que nos llevan a convertirnos en la mejor versión que podemos ser.
Mucho de esto es el resultado de asumir lo mejor de cada uno y contemplar la posibilidad de crecer en nuevas dimensiones como trabajar en un aspecto de la comunicación, tomar una responsabilidad con algún acto de servicio, instruirse intelectualmente sobre algún tema, o cualquier aspecto que estemos “flaqueando”.
Para esto es importante hacerle saber a la otra persona que, sobre todas las cosas, es amada. Decida o no perseguir ese desafío concreto e independientemente de los resultados, siempre será querida. Al mismo tiempo será bueno poder transmitirle la confianza de que si se lanza a ello estará a la altura de ese desafío y que uno siempre estará a su lado.
Tener una actitud de apertura
Aceptar los desafíos de tu pareja con un espíritu de humildad entendiendo que siempre hay espacio en uno para crecer a causa del amor es crucial. Muéstrate abierto sobre las áreas en las que quieres desafiarte y pregúntale a tu compañero qué podrías hacer para que haya más armonía y qué cosas podrías estar haciendo mejor. Ábrete a ser corregido por él.
Durante el proceso, asegúrate de comunicar con la mayor claridad posible cuáles son los objetivos sobre los que están trabajando y esto te llevará a facilitar un punto de encuentro en el otro: “Los exhortamos también a que reprendan a los indisciplinados, animen a los tímidos, sostengan a los débiles, y sean pacientes con todos” (1 Tesalonicenses 5,14).
Buscar una sincronización amorosa
La relación es un camino de santificación en la que uno se convierte para el otro en un camino al cielo. Esto se podría pensar como la relación de Cristo con la Iglesia: cuando Cristo se entrega por ella, lo hace para santificarla y lo hace con amor, gracia y sin condiciones (Efesios 5,25-26).
Si en Cristo está esa fuente de amor que pretendemos, es importante seguir su ejemplo y pedirle a Dios alinear nuestras metas con Su voluntad para que podamos estar sincronizados con ellas. Los desafíos no están exentos de dificultades y con la gracia divina podremos encontrar las fuerzas para levantarnos si nos caemos y ánimo para seguir adelante.
El Señor estará porque ha dicho: “allí donde haya dos o más reunidos en mi nombre yo estaré con ellos” (Mateo 18, 20). Pidan el uno por el otro, den gracias y hagan preguntas. Él estará porque Su Espíritu Santo está en nosotros. Estar dispuestos a escucharlo y ser guiados por él cada día nos ayuda a cumplir los buenos propósitos para los dos.
Apoyarse mutuamente
Si los desafíos se dan en un contexto de amor nos permiten madurar sin sentirnos juzgados. Es muy difícil motivar a alguien para crecer si se siente “señalado”, “castigado”, “forzado” u “obligado”. Evita los juicios o la comunicación pobre que transmite un mensaje como si fuera un ultimátum o una orden en lugar de un llamado a la gracia.
Cada vez que tengas que sugerirle algún cambio al otro, recuerda que lo más importante es el amor y el respeto. Si no eres capaz de comunicarte con esos valores, mejor no decir nada hasta que puedas encontrar el modo de hacerlo. Si la otra persona tiene miedo, como ocurre con la violencia, difícilmente podremos esperar que el cambio sea genuino.
Una vez propuestos los desafíos, concéntrate en hacer lo mejor para ser un ejemplo para el otro y continuar apoyándolo para que siga avanzando. Su progreso será el de los dos: “Dejemos entonces de juzgarnos mutuamente; traten más bien de no poner delante de su hermano nada que lo haga tropezar o caer” (Romanos 14,13).
Artículo publicado anteriormente en Aleteia
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