«Qué tendrá lo pequeño que a Dios tanto le agrada». Así comienza una preciosa canción que escuché hace años, muchos años. Una letra y música llena de sensibilidad, ternura, espiritualidad y realismo.
Escuchando una entrevista en Radio Nacional a la escritora y bióloga –para mí filósofa y maestra–, Mónica Fernández Aceytuno, me vino el recuerdo de esa canción. Quién sabe el porqué, pero tirando del hilo de mi imaginación, me fui topando con personalidades humanistas que han dejado huella.
Todos ellos con algo en común, se nutrían de lo pequeño, de lo cotidiano, respiraban en el silencio y su producción artística o literaria han sido y son pequeñas grandes joyas para nuestro disfrute y aprendizaje, el maestro enseña.
«El silencio es el hogar donde nacen las palabras.» – Aceytuno
Aceytuno es la inventora de lo que ella denomina «La Tercera rama»: “Existe una Tercera Rama, entre las rama de las Ciencias y la rama de las Letras, donde anidan los pájaros”. Una bióloga que contempla y desentraña los misterios escritos en la naturaleza desde algún lugar de Galicia, seguramente una pequeña aldea.
Ella descifra para nosotros con palabras llenas de sentido y belleza lo que vemos sin saber nombrarlo. Quien le sigue la pista descubre una palabra que en ella lo es todo: silencio.
Y me vuelve a venir el estribillo: «Qué tendrá lo pequeño que a Dios tanto le agrada».
Mi tarareo interior seguía a la imaginación y me condujo al gran maestro Delibes, desde su Roque, el Moñigo en «El camino», hasta el marido amante en «Mujer de rojo sobre fondo gris». El arte de juntar las palabras precisas en frases cortas. El narrador que te hacía oler y escuchar el agua al paso del río, o el crujir de la madera al subir la escalera, mientras leías absorto sus libros. Delibes escribía desde su Valladolid natal.
Mi mente se quedó por aquellas tierras de la vieja Castilla y, me topé con un pequeño pueblo llamado Alcazarén, también de la provincia de Valladolid, desde donde escribe para nosotros, para como él dice: «que mis libros sean amados, no yo», el gran maestro José Jiménez Lozano. Sus «Memorias de un escribidor» dan buena cuenta de la sabiduría del humilde literato español.
Las neuronas, nerviosas, seguían tirando de mi imaginación, con la música de fondo de esa pregunta admiración: «Qué tendrá lo pequeño que a Dios tanto le agrada» y me llevó a otro ilustre, a un poeta. Al británico amante de España, del mundo, de la historia y de las letras, sobre todo de la poesía, Robert Graves.
Graves llegó a España en 1929 y aquí se quedó hasta su muerte en 1985. Vivió y murió en Deia, Mallorca. El británico fue ante todo, poeta. Escribió unos 140 libros sobre mitología y poesía, novelas históricas, biografías, relatos infantiles, traducciones y muchos tomos de poesía, según se narra en la web de la Fundación que lleva su nombre.
Y saliendo de nuestras fronteras nos topamos con Giorgio Morandi, considerado el mejor pintor italiano del siglo XX, el maestro del bodegón. «Giorgio Morandi prefería la quietud que el movimiento, el silencio a los ruidos de un motor» (Historia y arte). Cuentan los biógrafos del pintor que «pasó breves temporadas de verano en Grizzana, Italia, donde trabajó más de lo que descansaba, porque dijo que encontró la paz y el silencio necesarios para pintar. Era un hombre de pocos amigos y llevaba una existencia casi monástica. Era reacio a las reuniones sociales y tenía un temperamento difícil».
Algo común en todos nuestros protagonistas, el silencio, su gran aliada. Lugares pequeños de donde nacen los grandes legados. Será que el silencio, la gran ausente en esta sociedad sobresaturada, es el refugio humilde y necesario de quienes como enanos a hombros de gigantes ven más y más lejos que el resto de los mortales.
Mi compañera Mª Jesús González Olivar resumió perfectamente el efecto del silencio en el artista, en el pensador, sea biólogo, literato, pintor o escultor: «El artista japonés Etsuro Sotoo, continuador de la obra de Gaudí en el templo de la Sagrada Familia decía: «Nace una nueva música en cada actuación, un nuevo libro en cada lectura, un nuevo cuadro en cada exposición, porque siempre cambia el público y el eco que se genera en su interior”. Sí, cada expresión artística nace para pervivir en cada persona que la contemplará en el futuro» (El silencio sonoro de las artes visuales).
Y eso, exactamente eso, provocan estos grandes humanistas y humanizadores. Pensadores, escritores, amantes del saber que logran desde esos lugares pequeños, aldeas, pueblos, capitales de provincia, sin llamar la atención, logran digo, que cada expresión suya se haga vida y perviva en cada persona.
¿Qué tendrá lo pequeño que a Dios tanto le agrada y tanto nos engrandece?
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