La vida a veces es complicada y otras nosotros la complicamos, pero tenemos una gran herramienta para simplificarla y así embellecerla: percatarnos de los detalles que nos regala el día a día. Lo extraordinario se esconde en lo aparentemente pequeño, hay momentos que son para fotografiar con el corazón y allí guardarlos.
Son esos detalles que trasmiten la frescura de una rosa o el encanto de un manantial como el poder ser testigos de las carcajadas de un ser querido que con la espontaneidad de un niño se descostilla de risa. Son momentos en que el tiempo parece estacionarse como queriendo eternizarse para luego relucir en el futuro como uno de esos recuerdos del álbum de la vida.
Son tantos esos detalles… por ilustrar algunos: pienso en cuando cosechamos algo de nuestra huerta del pequeño jardín de la casa, como tomatitos, frambuesas o albahaca o disfrutamos de un día fresco tras sofocantes días de calor. Es emocionante aprender una habilidad nueva en la clase de manualidades, en la universidad, escuchando a alguien o leyendo un capítulo de un libro. Captar lo que un autor quiso expresar es como tallar una idea en tu mente para luego darle tu propia forma. Recuperarse cada día de una enfermedad, sentir de nuevo la exquisitez de tener salud, de poder volver a la rutina o sentir alivio mientras transitas una enfermedad crónica, constituye esa suave brisa que nos quiere acariciar.
Otros detalles entre tantos que llenan: orar y sentir el abrazo de Dios tras tiempo de aridez y que todo lo que parecía avasallante y te preocupaba ya no lo hace porque has volado con las alas de la confianza, cambiando tu mirada… Sentir con alma y vida un abrazo, dormir bien, amanecer con una linda sensación cual si sintieras el aroma a jazmín en tu ventana o el haber podido revertir un día que se presentaba nublado aplicando un recurso emocional o sentarte con unos mates y rumiar un sueño. Y así, querido lector, tú podrás apuntar muchos más ejemplos.
Qué lindo es vivenciar cuando la inspiración nos abraza y nuestro corazón corre sin tiempos sumergido en la plenitud de una labor artesanal, son esas actividades que nos conectan con la vida y que mientras las llevamos a cabo también nos esculpen a nosotros mismos. Abarcan todo nuestro ser y nos cautivan de tal manera que se convierten en espacios que nos revitalizan. No son procesos estruendosos sino puntadas que van bordando el lienzo del día a día.
Los detalles en la convivencia pueden ser cruciales para mirar el día con simpatía: palabras de cariño, un abrazo enorme, una mirada risueña junto a un te quiero, cocinar algo para compartir, ayudar al ser querido a iniciar esa tarea que tanto le cuesta, acompañarlo, escucharlo, sacarlo a bailar para que deje sus preocupaciones por un momento…
La madre ama de casa, el padre que ayuda a sus hijos con las tareas, los abuelos que dejan huellas cual si fuesen libros que siempre quedarán en las bibliotecas de sus nietos, el tío que con su gran alegría les enseña a reírse, a jugar o la tía que les regala unos caramelos, son las joyas que atesora lo cotidiano. La educación implica entregas que se ven desafiadas por el desencanto rutinario porque a veces cansan y no son valoradas o no se ven resultados de manera inmediata pero el destello pasa por esas pequeñas satisfacciones interiores que encienden la llama del vale la pena. Sin duda son labores que no son muy valoradas actualmente pero son los cimientos que permiten las futuras edificaciones, lo menos estridente pero lo más valioso.
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