La pandemia ha trastocado la seguridad y serenidad de los más pequeños. Muchos padres buscan asesoramiento en profesionales para que con diversas técnicas logren poner calma en su núcleo familiar y conseguir devolver a sus hijos un enfoque menos tenso del momento actual. “Mindfulness” es una de las traducciones hechas de la palabra “sati” en pali (idioma vernacular que se hablaba en la época de Buda). Sati es la nominalización del verbo “sarati” (recordar).
Vicente Simón (1946), médico, psiquiatra y catedrático de Psicobiología, es uno de los máximos representantes del mindfulness en España. Es pionero en introducir el mindfulness como disciplina de investigación en la universidad. Afirmaba en una entrevista: “Mindfulness no es una píldora mágica que, si la practicas cuando estás mal, mejoras y ya está. (…) te tranquiliza, pero esto es solo una parte de todo lo que representa. Lo más profundo radica en el cambio que se experimenta a través del conocimiento de uno mismo”.
El mindfulness es una práctica que consiste en ser plenamente conscientes de lo que ocurre en el momento presente, sin filtros ni prejuicios de ningún tipo, algo que puede aplicarse a cualquier situación. “Uno de los principales beneficios del mindfulness se deriva de la observación desapasionada. Esta visión nos proporciona una mayor comprensión de las pautas habituales de pensamiento, muy útil para aliviar el estrés y el sufrimiento”, declara Dorinda Udías Moinelo, instructora de mindfulness en el centro Con Psicología Ourense.
“Podemos hacer muchas actividades de la vida cotidiana con plena conciencia o mente de principiante, es decir, como si fuera la primera vez que lo estamos haciendo. De esta forma también estaremos practicando mindfulness de forma informal”, aclara Udías Moinelo.
Beneficios de la práctica
Se ha comprobado científicamente que todos podemos beneficiarnos del mindfulness. Con esta práctica se confirman los beneficios psicológicos y éticos de la reflexión e introspección. “Los científicos han demostrado que la práctica deliberada y sistemática de la meditación puede modificar físicamente el cerebro de un modo tan beneficioso como objetivamente cuantificable”, asevera la instructora de mindfulness.
Udías Moinelo añade que la práctica clásica de mindfulness se centra en el cultivo de tres dimensiones: la atención, el equilibrio y la compasión. “Con esto el niño desarrolla herramientas de tipo académico, social y emocional, que pueden ayudarle a vivir una vida más tranquila y equilibrada; a cobrar conciencia de sus experiencias interna y externa e imprimir una cualidad reflexiva a sus acciones y relaciones”, expresa la profesional. “El niño aprende a respirar, conectar con su cuerpo, consigo mismo (¿qué siento?, ¿qué pienso?, ¿qué veo?) y con los demás”, relata Udías Moinelo.
Los niños necesitan sentirse autosuficientes y liberarse de su rutina y marco conceptual en lo que a normas y recomendaciones se refiere. “Para trabajar con niños es conveniente introducir los ejercicios de mindfulness como un juego donde van a descubrir momentos mágicos que querrán repetir más a menudo porque repercute en su bienestar y tranquilidad”, manifiesta la profesional del centro Con Psicología Ourense.
Adaptar las sesiones con los niños por la pandemia
Los niños ven limitada su actividad lúdico-social. Pese a que pueden jugar en la calle no perciben la libertad previa a la pandemia: niños mayores de 6 años deben llevar mascarilla y sigue existiendo la distancia de seguridad y otro tipo de separaciones físicas con el entorno más próximo emocionalmente. “Las sesiones podrían adaptarse para que aprendan a escuchar el cuerpo a través del movimiento con música (opcional), explorando distintos tipos de movimiento que solo sugeriremos para después dejarles hacer con libertad, a través del juego”, especifica Udías Moinelo. Y prosigue: “Antes y después de las actividades hay que preguntar a los niños cómo se han sentido y si les ha gustado. Además, debemos guiarles en el transcurso de estos movimientos (¿estás cansado?, ¿sientes pesadez o ligereza? …). Todo ello servirá para evaluar sus cambios emocionales antes y después”.
La instructora de mindfulness razona que su sesión la termina con una práctica de compasión. “Colocamos las manos en el corazón y se envían deseos amables hacia uno mismo y hacia los demás: “deseo estar feliz”, “papá, mamá, quiero que estéis sanos y fuertes, y que volváis a casa pronto del trabajo para que podáis jugar conmigo”. Y reconoce que: “en el caso de los padres, quienes no suelen conocer el mindfulness, una vez descubierta esta práctica, refieren que descubren mejor y más serenos a sus hijos”.
Repercusiones actuales en la salud mental de los más pequeños
“Las restricciones que estamos viviendo afectan a las vidas de los niños, a su estado de ánimo y a su forma de percibir el mundo, repercutiendo en su salud mental”, testimonia Sandra García, psicóloga sanitaria, experta en mindfulness y educadora en disciplina positiva.
Diferentes profesionales, desde psicólogos, psicoterapeutas, pediatras o psiquiatras indican que en el último año se ha incrementado el número de niños que acuden a consulta refiriendo conductas de ansiedad, agresividad, miedo o desánimo y trastornos de sueño. “Ha aumentado además el número de padres que acuden a consulta en busca de estrategias, como el mindfulness, para ayudar a sus hijos. Y esto sucede por la impotencia y el agotamiento derivados del comportamiento de sus hijos. Los padres que vienen a consulta buscan la regulación emocional de sus hijos y que se calmen sus miedos”, refrenda García.
El mindfulness lo pone en práctica un niño de aproximadamente dos años que lo curiosea todo con una mente abierta, sin juicios, atendiendo solo al presente y pone sus cinco sentidos en ello. “Los padres pueden acompañar al niño y reforzar esa mirada. Pueden comenzar a los 3 años -cuando se sigue de manera lineal- a incluir una práctica más formal porque adquieren una mayor autonomía y están más presentes los condicionamientos. Los niños podrán así integrarlo de una manera natural en sus vidas. A consulta suelen asistir con 4-5 años cuando se desbordan emocionalmente y tienen conductas más inquietas y de llamada de atención”, asegura la experta en psicología.
Según Sandra García, los principales objetivos para que padres y niños incorporen el mindfulness en sus vidas, pasa que encuentren un refugio interno y un lugar seguro, respecto a sus emociones, pensamientos y sensaciones:
- tomar consciencia.
- aprender a reconocerlos.
- ponerles nombre.
- identificarlos en su cuerpo permitiendo que estén presentes.
- acompañar con amabilidad.
Trabajar progresivamente teniendo en cuenta las necesidades particulares
En las sesiones de mindfulness se trabaja de un modo progresivo y teniendo en cuenta las necesidades del niño. «Cada niño requerirá de diferentes prácticas dependiendo de los motivos de la consulta y los objetivos a trabajar”, explica la psicóloga. García habla de iniciar la sesión para relajar energías, tensiones y resistencias: “la práctica de “sacudirse” suele gustarles mucho”.
“De pie comenzamos a sacudir las palmas de las manos, seguimos por los brazos, los hombros, elevándolos y bajándolos según sientan. Después vamos subiendo por la cabeza, moviéndola de un lado para otro, para arriba para abajo, seguimos por los pies, las piernas, sacudiéndolas y moviéndolas a su ritmo. Saltamos y seguimos por el tronco del cuerpo, moviendo todo el cuerpo en su conjunto, como si fuera un baile. Bailando. Casi siempre estos movimientos vienen acompañados de risas, y para terminar hacemos diferentes sonidos de soltar, suspiros y pequeños gritos. Mientras soltamos el cuerpo”, narra García.
Seguidamente la psicóloga explica que se conversa: “al niño se le explica qué se va a hacer. Siempre poniéndoselo fácil, hablando desde su lenguaje y haciéndolo como un juego”.
Practicar la respiración para aliviar la ansiedad
En el momento actual muchos niños llegan a consulta con ansiedad. “Una de las sensaciones que suelen expresar es la falta de aire, sensación de pecho cargado. Según vamos hablando con ellos, realizamos algún ejercicio que conecte con esa impresión, por ejemplo, respiramos con ellos profundamente. Inhalamos, cogiendo el aire y manteniéndolo ahí por un momento. Lo hacemos varias veces y le preguntamos si se parece a ese efecto, si sienten el peso del pecho de esa manera en esos momentos de enfado. Enseguida conectan con esa percepción y se van poniendo ejemplos de diferentes situaciones que les llevan a sentir el peso del pecho. Validamos esa emoción diciendo frases como “Wow, ¡cuánto peso hay aquí!” y le invitamos a hacer un ejercicio donde soltar ese peso con frases como: ¿te apetece probar a soplar una vela a ver qué pasa con el peso?”, cuenta la experta en mindfulness.
García continúa en la exposición del ejercicio “Soplar la vela”: “Encendemos una vela y le invitamos a coger aire profundamente y a soplar despacito hasta que no nos quede más aire. Con la distancia de seguridad le damos una vela al niño y otra nosotros separados por la mampara y manteniendo la distancia. Hacemos el ejercicio junto a él, comenzando a su ritmo para ir poco a poco guiándoles a alargar la espiración. Y como si fuera un juego, los acompañamos a soltar el aire despacito, tal cual un hilo que se va desvaneciendo”.
Se finaliza el juego indagando en las sensaciones que se han experimentado al soltar el aire de esta manera. Según García, en los niños suelen aparecer expresiones que “conectan con la calma y la relajación”, como “se fue el peso”, “el pecho está flotando”.
Curiosear las sensaciones
“Se repite el ejercicio, soplando ahora de la misma manera, pero ahora sin la vela, y le invitamos a hacerlo cuando sintamos el peso el pecho. Pero, del mismo modo cuando el peso no esté presente, para que los niños puedan ir practicando y conectando así con otras percepciones, familiarizándose con ellas y quitándole el miedo a que estén presentes”, sostiene Sandra García.
En palabras de la profesional, un ejercicio que les permite reconocer sus emociones y tomar distancia con ellas es curiosear en las sensaciones. “Iniciamos conectando con una sensación de incomodidad en el cuerpo y le acompañamos: ¿en qué zona del cuerpo se encuentra?, ¿cuál es su intensidad del 1 al 10? su tamaño, si es grande o pequeño, si tuviera una forma ¿qué forma tendría?, ¿de qué color sería?, ¿si se mueve a otras zonas del cuerpo o permanece en el mismo lugar? Y ¿qué nombre le pondrías?”, expone García.
“Tras ese momento se le da un dibujo de un niño y se le invita a dibujar y colorear esa sensación en el cuerpo del niño. Posteriormente, se va indagando con él sobre los momentos y situaciones que le llevan a sentirse así, y cómo reacciona cuando esa impresión está presente”, describe la psicóloga. Y sigue: “esta es una oportunidad para que el niño vaya tomando consciencia de cómo se expresan sus emociones en el cuerpo y a tomar distancia con ellas”.
Integrar lo aprendido
Se cierra la sesión con un pequeño acto que irá marcado por lo que se ha trabajado en ella. Se dirige a asentar e integrar todo lo experimentado. Puede ser un momento breve en silencio, “limitándose a observar los pensamientos o prestar atención a alguno de los sentidos”. Se le pregunta al niño sus percepciones. La persona que pone en marcha la reunión de mindfulness se cerciora de que el niño no se va con ninguna emoción intensa. “Todo esto resulta una oportunidad de ir ampliando su vocabulario emocional y afianzar lo aprendido”, remata García.
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