«Cuatro… tres… dos… uno… ¡Cero! Se enciendan las luces de Vigo ¡Viva Vigo!«. Y tan contento se quedó el señor Alcalde, Abel Caballero, con su ciudad iluminada. Son… las luces institucionales, las de «las fiestas», no las de Navidad. Las luces del ruido y el barullo callejero de la hormigueante multitud invitada al consumo más que a avivar el espíritu. Nada nuevo bajo el sol, ya lo escribió el sabio Cohélet ¡Vanidad, pura vanidad! ¡Vanidad, pura vanidad! ¡Nada más que vanidad! (Eclesiastés 1,2).
Y es que la Navidad verdadera, me refiero a la Navidad espiritual, la cristiana, no se entretiene en decirle al Alcalde de Vigo, «so gañán, espérate al menos a que comience el Adviento y así irás al ritmo litúrgico que nos ayuda a preparar el corazón para la llegada del Salvador».
No, la Navidad verdadera se deja instrumentalizar, pero no instrumentaliza a nadie, como el Señor, que se nos llegó humilde, silencioso, pobre, sin ruido, ni luces.
Bueno, dado que se trató de la llegada de Dios al mundo, sí es cierto que el Padre se estiró un poquito y mandó celebrarlo de un modo que ni Abel Caballero, ni Sánchez mismo con su poderío de dios romano, lograrán nunca. Porque a Dios Padre nadie le gana en originalidad, ¿Qué hizo el Padre Dios?
«Y esto les servirá de señal: encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Y junto con el Angel, apareció de pronto una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra, paz a los hombres amados por él. Después que los ángeles volvieron al cielo, los pastores se decían unos a otros: «Vayamos a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha anunciado». Fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón (Lc 2, 12-19).
Cierto es que un político para ejercer bien su servicio público, ni tiene porqué ser una persona creyente, ni religiosa, baste que sepa respetar y proteger las tradiciones. El problema es cuando esa tradición espiritual que se expresa de un modo tan rico y alegre como son las luces, los adornos navideños, las felicitaciones, los belenes, etc. se desnaturaliza, se les quita o más bien, se les roba el alma y el sentido, en una palabra: se paganiza.
Desde esta perspectiva sí se debería exigir adecuación a lo que supuestamente se celebra. Como por ejemplo, la joven Presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, quien tan alegremente publicó hace unos días por Twitter la selección de tarjetas para felicitar «las fiestas», que no la Navidad.
Con estas dos maravillosas postales felicitaré la Navidad y el año nuevo.
Obras del mejor pintor de batallas contemporáneo, @DalmauFerrer. Inspiradas en el Madrid del XIX en conmemoración del año Galdós, a punto de comenzar.https://t.co/neJzflmt9U pic.twitter.com/jdgmYXY7DM
— Isabel Díaz Ayuso (@IdiazAyuso) December 9, 2019
¿Qué quieren que diga? Que a una, tras contemplar esas preciosas imágenes del magnífico pintor Ferrer Dalmau, se le caen los palos del sombrajo. Con desilusión pienso, qué poco acierto, qué falta de sensibilidad y de sentido. Y el colmo del asunto es pretender darle más enjundia aunándolo con que el año 2020 se conmemora el centenario de la muerte de Pérez Galdós.
Y se queda tan pancha la Presidenta Díaz Ayuso.
¿Y lo del «Belén de Colau» en modo muestra callejera de cajones de IKEA? El Belén trastero lo llaman. Si repasan las noticias alusivas al Belén en Barcelona por parte del Ayuntamiento, se trata como «El Belén de Ada Colau». Así vamos
Solo hay una Navidad
Y el Señor volverá a llegar desde la Liturgia sagrada a los corazones de los buscadores «en espíritu y en verdad», y en el frío de la Noche del 24 de diciembre, contentos y en silencio acudirán a adorar al Niño Dios, porque de eso se trata, de adorar al Niño Dios, al Dios de la luz verdadera, al Dios que como bien escribió San Juan en su prólogo «La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron» y un poco más adelante: «Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron«, para afirmar, «Pero a todos los que la recibieron,
a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios».
De eso se trata, de algo tan bello y tan sencillo. Porque eso, y no otra cosa, es lo que a Dios más le gusta, y en el fondo, más felices nos hace. Que salga a flote el espíritu, lo necesitamos todos.
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