Andrei es un joven bielorruso de Minsk que estudia en París. Aparece en el video viral de la oración por el incendio en la catedral. De vuelta a casa, ya avanzada la noche, escribió este relato en su perfil de Facebook.
Esto es lo que pasó
«Esto es lo que pasó. Estaba en casa, charlando por teléfono con mis padres, cuando de repente por la ventana empezó a oírse ruido de sirenas. Cerré la ventana pensando: «Espero que no sea nada grave». Terminé de hablar con ellos a las ocho en punto. Entonces abrí Facebook y lo primero que vi fueron las fotos de Notre Dame en llamas.
La última vez que estuve allí fue el 5 de abril, cuando expusieron la Corona de espinas para la adoración. Era el día después de que en mi ciudad, Minsk, se celebran vigilias espontáneas porque en Kuropat, un lugar de memoria de la represión soviética con grandes cruces, 17 de estas habían sido destruidas. La gente reaccionó yendo a rezar.
Salí de casa. No vivo lejos de la catedral. Desde mi calle veía una enorme columna de humo. Veinte minutos después llegué a la iglesia melquita de Saint-Julien-le-Pauvre, justo enfrente de Notre Dame, en la otra orilla del Sena. Desde ahí se veía todo el incendio. En ese momento me movía la curiosidad, igual que a cualquiera. Aunque algo dentro de mí me decía que debía estar allí. No tenía la más mínima idea de lo que iba a suceder.
Había gente en pie cantando el Ave María en francés, «Je vous salue Marie». Me quedé allí con ellos. No dejaba de llegar gente, hasta que la calle acabó bloqueada por cientos de personas cantando. Algunos rezaban de rodillas, otros llevaban en la mano iconos o rosarios.
Nota sociológica
Casi todos tenían entre veinte y treinta años. Hombres y mujeres en proporción similar. Había rostros europeos, indios, africanos, marroquíes, chinos. También vi algunos niños. Incluso me encontré con mi compañero de piso y también aparecieron otros tres amigos.
La oración era constante, sin pausa. Vi hombres corpulentos llorando como niños. No eran los únicos. De vez en cuando alguno salía y delante de todos pedía un minuto de silencio. Luego seguían cantando.
Llegando un cierto momento se leyó el evangelio de Juan 2, 13-25 donde se habla de la expulsión de los mercaderes y de la profecía de Jesús sobre la destrucción del templo. En el Evangelio de Juan, esa era la primera Pascua de Jesús en Jerusalén. Mientras que en los otros evangelios, este hecho sucede justo después de la entrada en Jerusalén, es decir, antes de la última Pascua. Hay quien piensa que aquel hecho sucedió precisamente en Lunes Santo.
Luego rezamos juntos el Padre Nuestro. Después, la oración a santa Genoveva, patrona de París. Y la oración a la Virgen de san Juan Pablo II, que él mismo rezó en Notre Dame. Luego se leyó la oración de san Francisco y un fragmento de Charles Péguy sobre la Virgen. También rezamos por los bomberos.
Traían agua y biscotes para repartir. No había sacerdotes, no había nadie que dirigiera de alguna manera, todo se organizó espontáneamente. Aparecieron una pareja de jóvenes con violines y acompañaron con música los cantos. Al oscurecer, se encendieron las farolas. Desde las dos columnas de la catedral se veían las luces de las linternas de los bomberos. Encima del incendio, luces rojas, hasta las estrellas parecían rojas, eran drones tomando fotografías. Sonaban las campanas por todas partes.
A las 23.10h una persona anunció a todos que habían conseguido salvar la estructura de la catedral. Algunos empezaron a cantar el himno «Nous Te saluons, couronnée d’étoiles» y todos se unieron al coro. Luego hubo otros cantos dedicados a la Virgen. Dijeron que la Corona de espinas y la túnica de san Luis se han salvado del fuego, y entonamos el Salve Regina en latín, para repetir después varias veces Je vous salue Marie.
Era algo parecido a la revolución
El fuego todavía ardía, pero ya más débil. Poco a poco, la gente empezó a marcharse. Después de medianoche, mis amigos y yo también nos levantamos para dirigirnos al metro. Se me acercó una periodista preguntándome por la oración de «Je vous salue Marie», y le respondí.
Fuimos a ver la situación desde otra calle, había muchísima gente también allí cantando. Era como si hubiera sucedido lo mismo en todas las calles, puentes y plazas. Miles de personas cantando por las calles durante horas. Era algo parecido a la revolución.
Ahora pienso que la gente con la que estuve rezando no rezaba por el mero disgusto de la destrucción de una pieza esencial de nuestro patrimonio cultural, no lloraban solo porque ardía un símbolo de la nación francesa. La gente estaba allí rezando a Notre Dame, Nuestra Señora. Nadie había convocado a todos esos jóvenes, ni los curas ni los obispos.
Un movimiento espontáneo
Fue un movimiento espontáneo pero al mismo tiempo ordenado y respetuoso. Eran piedras de la Iglesia real, una Iglesia joven y viva que se mostraba a sí misma. Yo también, con aquella periodista, en cierto modo estaba dando un pequeño testimonio. Nadie se esperaba el incendio. Pero tampoco nadie se esperaba una reacción de este tipo. Fue un acontecimiento, diferente a cualquier otra cosa que pudiéramos imaginar. Algo que rompía una continuidad.
Ahora veremos qué nos pedirá Dios en los próximos días que nos esperan para la Pascua».
Woman Essentia: ¡Gracias Andrei! Tú lo has dicho, las piedras vivas de la Iglesia, el genuino latir del corazón profundo de Europa, nuestra civilización de rodillas, en silencio, humilde, elevando oraciones al Dios conocido. Es algo parecido a una revolución.
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