Para educar a los hijos, frecuentemente no se cuenta con las herramientas suficientes para afrontar variadas situaciones, se suma la inseguridad y se repiten patrones heredados.
Muchos padres actúan por lo que han conocido en su infancia, y pueden ser los gritos. El que no se hayan aprendido formas de hacer que supongan respeto, amor y validación, pueden representar comportamientos que dañen emocionalmente al menor. Asimismo, si los adultos no se sienten bien consigo mismos ni con sus vidas y/o pierden los nervios, supone que hagan pagar a sus hijos un duro precio que no les corresponde.
No obstante, de ningún modo un niño va a obedecer o comportarse mejor si se le increpa con gritos, insultos y malas maneras en su casa. En el hogar imperará el miedo y el sufrimiento, tan solo eso. Entonces, ¿qué dicen los expertos?, ¿cómo afecta a los hijos y cómo desterrar esa violencia verbal?
Levantamos la voz a los niños para que sientan que existe un mando superior, que hay unas normas y unos límites que no pueden traspasar. Aunque el modo de hacerlo no es el adecuado y evidencia una tiranía que sobra.
El grito en la crianza tiene múltiples efectos negativos. Esta es la clara idea que comparte José María García Márquez, psicólogo infanto-juvenil. “Funcionar como soporte y guía en la educación de los hijos es un proceso que genera muchas situaciones en las que no se cuenta con estrategias de afrontamiento y/o el estrés al que somete”.
El grito provoca temor e inmoviliza
El experto recuerda a las familias que el grito: “ofende, duele, influye como detonante de emociones negativas en otras personas e invita a entrar en conflicto de poder”. Para García suele causar miedo y generalmente paraliza. “Su poder didáctico durará hasta que nos acostumbremos a él, entonces llegará a posicionarse como nuestro canal de comunicación principal”.
Para este profesional resulta preocupante que:
- Siendo los padres un modelo de referencia, se ofrece a los hijos un incorrecto modo de proceder frente a las dificultades, es decir, mediante gritos y conductas agresivas.
- No tomamos conciencia del desgaste que los gritos generan en las relaciones familiares y el deterioro en los vínculos afectivos.
Este psicólogo resalta que las alternativas implican:
- Establecer planes y no improvisar.
- Atender a las necesidades concretas que se plantean cada día analizando diferentes situaciones.
- Organizar teniendo presente que se trata de seres queridos y, sobre todo, aceptar que no todo vale.
Según Elena Notario García, psicóloga de niños y jóvenes en Grupo Hospitalario HLA, gritando al niño no se le inculcan hábitos y ellos no llegan a ser conscientes de los límites que se les solicitan, sino que solamente actúan movidos por el temor y la tensión que esos instantes les generan.
“Llegará un momento en que serán necesarios más gritos o un nivel de violencia verbal mayor para lograr el efecto deseado, ya que esta conducta se normaliza”, destaca la psicóloga.
Culpa y daños en la autoestima de los hijos
La profesional de la infancia añade que el grito daña la autoestima de los niños, generando en ellos culpa y sentimiento de inestabilidad, algo que supondrá adultos más inseguros y sumisos. “Los adultos somos los que tenemos que dar ejemplo. Debemos controlar la ira y frustración que frecuentemente generan otros ámbitos de nuestra vida y no utilizar el abuso de poder con los niños como descarga”.
Notario recomienda a las familias:
- Buscar alternativas conjuntas, haciendo partícipes a los niños y fomentando la resolución de problemas y la toma de decisiones.
- Gestionar de manera adecuada las emociones poniendo atención a aquello que provoca estrés y dedicando tiempo al autocuidado y la relajación.
- Reflexionar y pedir perdón a los niños cuando no se ha actuado de manera adecuada.
- Entender que los niños no viven ni perciben la realidad desde la visión del adulto y no buscan retar continuamente.
“Una correcta relación padres e hijos se basa en el amor, la confianza y los límites establecidos de manera respetuosa. La sociedad de la inmediatez y la baja tolerancia a la frustración ha hecho que este tipo de prácticas inadecuadas aumenten”, aclara esta experta.
Formarse, admitir los fallos e implicarse en la crianza
Notario explica que los padres han de ser conscientes de sus errores y dedicar tiempo y atención a sus hijos, disfrutar con ellos y delegar en la red de apoyo las tareas a las que no puedan hacer frente. También añade que es natural perder la calma en un momento dado, pero no lo es hacerlo de un modo reiterativo.
Si los padres aprenden a gestionar sus emociones, su autocontrol, podrán hacer frente a una educación emocional más respetuosa. Descargar sus mochilas de problemas, insatisfacción, baja autoestima…, permitirá que adquieran los recursos propicios para ejercer una escucha activa con sus hijos, empatizar y comunicarse sanamente con ellos. Todo esto permitirá un ambiente más favorable y unas relaciones más fluidas entre todos los miembros de la familia.
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