Un tema que nos preocupa a los padres, y las madres en particular, es cómo ayudar a nuestros hijos en la formación de su personalidad, pero, a veces, es difícil saber cómo acertar… El conocimiento del desarrollo cerebral nos puede ayudar, porque nos aportará pautas para comprender en qué momento del desarrollo se encuentran nuestros hijos. Así, se convierte en herramienta para educar el carácter de cada persona.
El desarrollo humano se realiza especialmente en las primeras etapas de la vida, favorecido por la capacidad de asombro de los niños, por su curiosidad, puesto que son su «motor» de aprendizaje. También con los estímulos de la vida cotidiana, en un ambiente saturado de cariño, como es la familia. Por eso, la persona «se hace», «se construye», y “se reconstruye”, en la familia, porque es el ámbito propio del amor y de las relaciones humanas.
Cómo es el desarrollo cerebral
La formación del cerebro se realiza desde la gestación, y es consecuencia de la multiplicación de neuronas y la formación de conexiones o sinapsis entre ellas. Los genes determinan el patrón y funcionamiento básico de circuitos cerebrales, pero también influyen las hormonas, sobre todo en la adolescencia, donde hay una elevación muy considerable en sangre.
Ya desde el embarazo, aparecen cambios según el entorno, la relación con los demás, el sonido de la voz de la madre, y más tarde por el ambiente, la familia, las miradas cálidas, de atención, el cariño, y por la impresión que nos causan las distintas situaciones… También por el propio comportamiento, que va moldeando el cerebro de cada persona, gracias a la plasticidad que posee.
Cuando el niño ya está en la cuna, con los tiempos de sueño, comidas, higiene, paseos por el parque, sonidos de los pájaros, del viento, el sol que acaricia su piel, olores, sensaciones de frío o calor… hay un crecimiento neuronal, y se forman múltiples ramificaciones en ellas.
Y cuando va creciendo, con horarios, actividades diarias, hábitos, ambiente familiar… a base de ejecutar unas acciones, sucede lo mismo: hay una gran explosión de ramificaciones. Tenemos en nuestras manos el poder ayudar a “esculpir” el cerebro de nuestros niños, partiendo de su singular base genética.
Por eso, hace falta acompañarlos en su crecimiento, ir guiando su aprendizaje, respetando sus ritmos naturales, y ayudarles a descubrir el mundo, en un ambiente inmerso en cariño, como lo es cada familia.
El periodo más importante para ello es hasta los 12 años, en el que se forman innumerables sinapsis.
En estas etapas del desarrollo es necesario dejarles conocer las cosas, aprender desde el «interior» de su persona, acercarse a la naturaleza, apoyarnos en la belleza, contar con sus ritmos de crecimiento, su tranquilidad, su inocencia, sus tiempos de descanso, de juegos, de imaginación, de inventar cosas, situaciones, juegos… para que vayan conociendo el mundo, interiorizando, y relacionándose con los demás.
Porque miran todo con «ojos nuevos”, y ven mucho más de lo que a nosotros nos parece… Es preciso no darles todo hecho, no saturarlos, no interferir en su proceso de desarrollo, con “hiperactividades” que no les dejan estar reposadamente, sin el estrés de algunos padres… para que puedan ser ellos mismos.
La maduración a nivel cerebral se realiza desde zonas posteriores a zonas anteriores más “complejas”. A nivel de lóbulos cerebrales, lo primero en madurar son las zonas que coordinan más el movimiento. Por eso, les encanta moverse, y es muy necesario. Posteriormente, las zonas sensoriales, con el conocimiento experiencial, y más tarde la zona cognitiva y emocional, gracias al sistema límbico, donde se capta toda la realidad teñida de sentimientos. Cada uno lo percibe de una forma singular y concreta.
Lo último en madurar es la corteza prefrontal, lo más específico de una persona, con sus conexiones, base anatómica del pensamiento crítico, control de impulsos, la toma de decisiones, el juicio, la planificación, el autocontrol, la voluntad, etc. Y esto se finaliza más o menos a los 25 años.
Por eso, el cerebro adolescente no ha terminado de madurar: son todo emociones, pero el control de ellas, y la toma de decisiones, es todavía inmadura. No podemos dejarles solos ante algunas situaciones.
Podemos aprovechar este conocimiento del desarrollo neurológico en la educación de los hijos, en su maduración, para favorecer las sinapsis adecuadas que le van a ayudar durante toda su vida. Porque, las acciones del día a día, crean hábitos, con sus correspondientes sinapsis, y conexiones entre zonas cerebrales, y estos hábitos van modelando el carácter de cada persona, con sus específicas fortalezas también, si las sabemos descubrir y estimular.
Cómo aprenden
Se trata de dejar que los niños puedan sorprenderse de las cosas que ven, de la realidad, permitir su curiosidad por lo que le rodea, que es la que abre las “puertas” de la atención, dejar volar la imaginación y la creatividad, darles pequeños encargos, y enseñarles lo que está bien o mal, según su edad, guiados por principios, que no pasan de moda, respetando sus ritmos naturales. Y siempre, guiados por el sentimiento de saberse queridos. No basta con quererlos…, se tienen que sentir muy queridos para desarrollarse bien.
La «edad de oro” para el aprendizaje sucede antes de los 8 años. Lo que más le gusta a un niño es moverse libremente. Cuantas más oportunidades tenga de movimiento, de conocimiento experiencial, de ejercicio físico, mejor. Y cuantos más sentidos emplee, mejor conocerá el mundo que le rodea y mejor desarrollará sus capacidades, gracias a esa fase sensitiva de la maduración cerebral, porque los sentidos son como las “ventanas” por las que vemos el mundo.
También podemos enseñarles a tener hábitos saludables, porque en estas edades surgen los periodos críticos o sensitivos, en los cuales es muy fácil adquirir unos valores humanos, como el orden, la sinceridad, pensar en los demás, la empatía, atender a los sentimientos, el valor del esfuerzo, de la voluntad, la resiliencia, la generosidad, la responsabilidad, etc.
Y es muy importante la relación con otras personas, no solo de la familia, sino también con amigos, porque una persona es más enriquecedora que cualquier juguete, y mucho más que una “pantalla”… Siempre, insisto, sabiéndose muy queridos. El cariño que les demos es el artífice de su buen desarrollo, y base de su afectividad, y por tanto de su personalidad.
Por otra parte, desde que nace, el juego es muy importante en su vida. Todo lo aprende por vía afectiva, mediante el juego. Para él, todo es juego, o se transforma en juego: aprende jugando, juega aprendiendo, juega con su madre, disfruta jugando. La vida es juego, y mediante el juego aprende las reglas de la vida. Además, el juego estimula el desarrollo cerebral, la imaginación, la creatividad…
Por ejemplo, mediante el juego simbólico el niño aprende muchas habilidades, relaciona distintas cosas en su cerebro, aprende por distintas vías sensoriales, motoras, de integración. También aprende a resolver problemas y dificultades, a tener empatía con otros niños, a gestionar emociones, acepta unas reglas,, etc. Para un niño es vital el juego: es la vida misma.
Cuando es un poco mayor, va aprendiendo cosas nuevas, y para ello necesita interiorizar y asentar lo que ya sabe, porque lo relaciona con ello, y establece un vínculo afectivo con cada cosa. Y los padres, o profesor, van dando estructuras sobre las cuales construir lo que puede aprender. También es preciso hacerlo ilusionante, para motivarle, y que pueda asimilarlo porque disfruta. Por eso es todo un arte saber enseñar lo importante, conectar con los sentimientos del niño…, emocionarle con ello, y que disfrute aprendiendo.
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