El optimismo es una forma de afrontar la realidad y de enfocar las cosas, además de un tipo de personalidad. Es la actitud que tenemos ante la vida. Ser optimista es como ponerse un “filtro” en la mirada que nos permite ver la belleza de lo bueno y descubrir lo mejorable, para optimizarlo y que también sea bello.
Sin embargo, no se trata de esperar pacientemente que todo ocurra de forma positiva, sino que hacemos algo para que eso ocurra. Si unimos el optimismo con una actitud positiva, logramos sinergia, y podemos llegar más lejos…
El optimismo ¿Cómo vivir el optimismo en familia…?
Para empezar, es preciso ver primero lo positivo de la realidad y de las personas, para hacer ambiente de familia optimista y alegre, donde es fácil luchar por dar lo mejor de cada uno.
Saber detenerse en lo positivo, y desdibujar lo negativo. Como señala Elisabeth Lukas, de la escuela de Viktor Frankl, «con una actitud positiva se puede sacar provecho hasta de la situación más amenazadora, mientras que, con una actitud negativa, hasta una estancia en el Paraíso puede resultar insoportable.”
Sin duda es bueno ver el lado positivo de las cosas, independientemente de que las hayamos trabajado o nos hayan sido dadas. Pero también se puede ser optimista en el sentido de óptimo, de mejor, de excelencia, especialmente en la familia, ámbito propio de las relaciones verdaderamente humanas y del cariño. La palabra optimismo procede del latín: “optimum”, y significa “lo mejor” en el sentido de excelente. Así buscaremos ser optimistas en esas relaciones familiares, en el cariño mutuo en la propia pareja, y en la educación de nuestros hijos…, que se traduce en tiempo y cariño.
Una persona optimista confía en sí misma, y en sus posibilidades, pide la ayuda que precisa, y también confía en los demás. De esta forma, en cualquier circunstancia, distingue primero lo bueno, y solo posteriormente las dificultades que se interponen. Piensa en clave positiva. Por eso es capaz de aprovechar lo bueno, y afrontar el resto sin desanimarse, con ilusión y esfuerzo, con lucha y perseverancia. Siempre con una actitud deportiva: “nos caemos para levantarnos…” La desconfianza cierra muchas puertas.
En la convivencia en familia es preciso que nos pongamos unas “gafas especiales” para ver lo bueno de los demás. Esas cualidades singulares de cada uno, sus fortalezas y virtudes, y no tanto los fallos y limitaciones… Y así, hacérselas notar, agradecerlas, y poder apoyarse en ellas a la hora de hacer un esfuerzo en cualquier sentido, como cultivar unos hábitos que se quieran desarrollar. Es mucho más eficaz ser buscadores de tesoros, para fomentarlos, que “cazadores de defectos”…
Decía Chesterton: “El optimista mira a los ojos, el pesimista a los pies…» Porque el optimista ve oportunidades en cada calamidad, mientras que el pesimista ve calamidades en cada oportunidad.
También es bueno pensar que la “suerte” está de nuestro lado. La Historia está custodiada por el poder del Amor. La bondad ha vencido al mal, y está de nuestra parte. ¡Es lo que nos da Esperanza! Pero luego hay que hacerlo…, y cuesta esfuerzo.
Además como señala Stephen Covey, entre un estímulo y su respuesta está nuestra libertad interior para actuar de una forma u otra. En esto consiste ser proactivo. Se trata de actuar en base a unos valores, centrados en principios, y no de reaccionar según las circunstancias. Poner pensamiento antes de acometer algo, o de dar una respuesta. Y mejor, si es optimista.
¿En qué nos ayuda el optimismo?
Nos permite crecer como personas, en un clima de confianza y cariño, cuyo ámbito natural es la propia familia. Podemos luchar por sacar a la luz lo mejor de cada uno. De esta forma, seremos buenos líderes de nuestros hijos: lograremos seducir y motivar con nuestro ejemplo.
También nos aporta una autoestima saludable, porque surge y se alimenta de la aceptación y cariño que nos brindan en la familia. De ver toda la grandeza y maravilla de cada persona…, también de sus cualidades. Y la autoestima es necesaria, junto con la fortaleza, para acometer retos y problemas.
Como consecuencia, tendremos una vida más plena, haciendo felices a todos los que nos rodean… Además, el optimismo ¡es muy contagioso!
También nos ayuda a superarnos y luchar. Ser optimista presupone una actitud permanente de lucha: de comenzar y recomenzar, porque siempre hay algo que se puede hacer para mejorar, o para transformar las dificultades en retos. Además, nos abre el camino de la verdadera inteligencia emocional, necesaria en las relaciones personales y muy especialmente en la familia, donde se tiene en cuenta a los demás, por cariño.
Porque, donde se puede fomentar el optimismo de una forma natural, es en la familia, por ese ambiente de hogar, de aceptación absoluta, de confianza y cariño hacia cada uno, que es lo que nos da seguridad ante la vida, a cualquier edad, y nos ayuda a crecer y madurar. En la familia se acepta a cada persona, y se la quiere sin más, por su inefable dignidad. Nos profesan un amor incondicional. Es decir, no depende de cómo somos, ni de lo que “valemos” en la sociedad. Simplemente se nos quiere tal como somos, por lo que somos.
Además, confiar es creer en cada persona, saber que en su interior hay mucho bueno y bello que lucha por salir. Y de ese modo se lo permitimos, y le damos la oportunidad de que lo desarrolle en libertad.
Y luego, lo conseguido en familia, se puede hacer extenso a otros ámbitos…, humanizando esta sociedad en la que vivimos, y lograr sinergia.
Podemos verlo más gráfico con una película de la adaptación de la gran obra de J. R. Tolkien, “El Señor de los Anillos”. Hay una escena con un diálogo entre Frodo y Sam sobre las “Grandes Historias”.
Después de ser atacados por los Nazgûl, Frodo está a punto de sucumbir al poder del Anillo. Se ha cansado de luchar y de tanto sufrimiento, y va a desistir. Pero ahí está Sam para ayudarle en lo que necesita en ese momento de flaqueza, para animarle en la lucha, para que se levante de nuevo, para apoyarle y brindarle su inestimable ayuda. Hace que no se rinda al enemigo y le entregue el Anillo de poder. Le ayuda a reflexionar y le infunde ánimo y esperanza.
Le habla de las «Grandes Historias», de las importantes, en las que los personajes tienen algo por qué luchar y no se dejan vencer fácilmente. Le dice que incluso la oscuridad deja paso al nuevo día, a un nuevo sol…
Entonces Frodo le pregunta a Sam:
– Tú, ¿por qué luchas, Sam?
Y Sam le contesta:
– Yo lucho porque el bien reine en este mundo.– ¿Se puede luchar por eso, no…?
Y, ¿qué consecuencias tiene ser optimista?
El optimismo conlleva agradecimiento ante la vida, por ser algo singular, irrepetible, precioso. Nos da ilusión y buen ánimo para luchar, para superar dificultades con valentía y coraje, para convertir lo difícil en asequible, aunque cueste un poco más esfuerzo. Como decía un gran amigo, “lo fácil lo hacemos en el momento; para lo imposible tardamos un poco más…”
También nos infunde esperanza, porque siempre hay algo positivo, incluso en una situación dura… Hay que aprender a verlo. Además, nos torna alegres, puesto que la alegría y la paz son la resultante de una lucha esforzada por dar lo mejor de cada uno. Si lo intentamos, ¡estaremos alegres!, porque no damos las batallas por perdidas.
El optimismo es la cualidad de los “sabios”: tender a lo mejor, que es lo únicamente verdadero y bueno, y por tanto bello. Hay que saber “mirar” a través de esas gafas para, primero detectarlo, y luego acometerlo con ilusión renovada. Es lo que permite el progreso de cada persona como tal, y del hombre, en cuanto ser humano. Y todo ello aporta una personalidad atrayente, alegre y comprensiva, resiliente, con belleza interior.
Pequeños “trucos” para fomentar en el optimismo en familia
- Amabilidad y caras sonrientes
- Confianza siempre
- Pensar en los demás con actitud de servicio y ayuda en lo que puedan necesitar. Empatía y detalles.
- Fijarnos en lo bueno que tienen y hacen los demás, (padres, hijos, hermanos, primos…)
- Saber escuchar con interés…, mirando a los ojos
- Tener en cuenta los sentimientos de los otros, y actuar en consecuencia
- Cuidar el amor en pareja. Sintonizar con la persona querida.
- Pensar antes de reaccionar
- Cuidarlo en especial con adolescentes, que atienden a ver lo negativo. Necesitan que les presentemos todo lo bueno que poseen, que además, es la mejor forma de estimularlo.
- Ante las dificultades afrontarlas como retos: en vez de quejarnos, aportar soluciones constructivas y luchar por ello con tesón y resiliencia.
- Reconocer el esfuerzo personal, no solo el resultado obtenido.
- Siempre sentido del humor, para no darnos excesiva importancia…
- Que los pensamientos y sentimientos negativos no ahoguen los positivos, sobre todo en la relación en pareja, que debemos cuidar y conquistar cada día.
- Valorar lo que somos y tenemos, en especial la familia, y saber agradecerlo con gestos concretos de atención y cariño.
- El valor de la trascendencia: nos da un nivel de motivación más alto, que confiere un sentido más pleno a la vida. La espiritualidad es la hoguera que alimenta el cariño y el optimismo.
- El poder de la esperanza para no rendirnos, que nos anima en la lucha y “reaviva” el optimismo
Para acabar, pensar que siempre estamos marcando “un sendero” a nuestros hijos. Según cómo nos manejemos, ellos tendrán un referente claro, que podrán imitar, para acometer la vida con optimismo.
Una frase de la Madre Teresa:
“Si quieres cambiar el mundo, ve a casa y ama a tu familia.” Y… “no dejes que nadie se aleje de ti, sin una sonrisa”.
Por eso, “¡siempre alegres, para alegrar la vida a los demás, especialmente en familia!”
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