Esperar lo mejor de nuestros hijos, sin exigencias poco realistas. Aceptar los logros y errores como parte del proceso de aprendizaje y de crecimiento. Motivar en el sentido de animar, pero teniendo en cuenta que el motor de acción más válido ha de venir desde dentro de la persona. Incentivar el avance continuo, aunque los premios no siempre han de ser materiales. Acompañar en el proceso, al modo en que lo hacen los sherpas en el Himalaya, para guiar el camino, pero sin hacer el camino por la persona. Estar disponibles para ellos, física y emocionalmente (¡ojo con los dispositivos tecnológicos si nos sacan del aquí y el ahora y nos hacen ser percibidos por nuestros hijos como “apagados o fuera de cobertura”)… Estas son algunas claves para, como familias, implicarnos en el trabajo escolar de nuestros hijos.
Acompañar en el proceso, al modo en que lo hacen los sherpas en el Himalaya, para guiar el camino, pero sin hacer el camino por la persona
“¿Qué tienes hoy de deberes, hijo? ¿Has estudiado todo lo que tenías pendiente? ¿Me enseñas la agenda? ¿Qué nota has sacado en el examen?” … Muchas veces, interrogamos a nuestros hijos sobre el tema de los estudios y los deberes. Y digo interrogamos, no dialogamos o hablamos o planificamos u organizamos… En otras ocasiones, nos sentamos literalmente, junto a ellos y hacemos los deberes o estudiamos juntos. ¡Como si los deberes fuesen nuestros! ¡Como si el examen nos evaluase a nosotros! ¡Como si la trascendencia de todo ello fuese vital! ¡Como si nuestro papel como padres se sometiese en ello a una evaluación implacable! Pocas veces, dialogamos más allá de los resultados: “¿Qué ha sido lo más interesante que has aprendido hoy? ¿Qué lo mejor y lo peor que te sucedió este martes? ¿Qué aprendiste de los errores cometidos en el examen o en el ejercicio o en el recreo o en el conflicto que tuviste? ¿Cómo te vas a organizar, cuáles son tus objetivos en esta evaluación, qué pasos vas a dar para conseguirlos?”.
El rendimiento escolar de los hijos es eso, de ellos. Previo al concepto de rendimiento, que hace referencia a resultados, aunque no solo, están los conceptos de motivación, responsabilidad, autonomía… y otros muchos constructos más importantes que el mero rendimiento.
El experto en coaching educativo, Tim Elmore, habla de preparar a tus hijos para la vida, no la vida para tus hijos. Reflexiona sobre el hecho de que, como padres y referido a los hijos, arriesgamos poco, muy poco. Yo lo defino como: Somos “padres helicóptero” que estamos todo el día encima de los hijos, sobrevolando sobre ellos, supervisando, controlando… o somos “padres cortacésped” que evitamos, eliminamos hasta la más pequeña hierba del camino de nuestros hijos para allanárselo. También nos dice Tim Elmore que ayudamos pronto, premiamos pronto, alabamos pronto. La autoestima no se desarrolla por decirle a una persona lo bien que hace las cosas, lo excelente que es o lo guapa que está. La autoestima se desarrolla cuando hay logro en mis acciones, cuando ha habido esfuerzo y superación, cuando se ha construido algo. Elogiemos a nuestro hijo por los logros conseguidos o por los intentos planteados y agradezcámosle lo cotidiano. Y no al revés, por tender la ropa no te digo que eres maravilloso y un gran hijo, es desproporcionado, por tender la ropa te doy las gracias por colaborar con la familia. Esto es más realista, más ajustado, más educativo y favorece un crecimiento más sano. El haber sido alabados y premiados por todo, de modo indiscriminado, nos hace menos tolerantes a la frustración y esta forma parte de la vida.
La autoestima se desarrolla cuando hay logro en mis acciones, cuando ha habido esfuerzo y superación, cuando se ha construido algo
Con los estudios nos pasa lo mismo. Mi hijo no puede ser el mejor en todo y, además tampoco se trata de eso. Mi hijo no tiene que ser el mejor del mundo, pero sí tiene que intentar ser el mejor para el mundo. Y nosotros, padres y educadores, solo (¿solo?, casi nada lo que implica este “solo”) tenemos que acompañar el proceso. Mi hijo tiene que descubrir sus talentos y sus dificultades, para potenciar los primeros y reforzar cómo gestionar las segundas. Y no pasa nada por tener algunos talentos y muchas dificultades. Mi hijo es mucho más que su rendimiento escolar, mucho más que sus notas, mucho más que sus resultados, en los estudios y en la vida. Lo importante en la vida son los procesos, no los sucesos.
Este descubrir luces y sombras en ellos y aceptarlas y amarles como son, nos libera como padres de muchas opresiones innecesarias, pero, sobre todo, les libera a ellos. Parece obvio, pero no lo es tanto: Ama a tu hijo como es (no como te gustaría que fuese, no como desearías que fuese, no como crees que debería ser… como es). Independiente de ti, un ser único y valioso por ello. Muy valioso.
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