¿Problema de conciencia, o preocupado por la consecuencia que tiene en la opinión pública alguna incómoda víctima? Has de saber que esa es la tuya. ¿Por qué? Pedir perdón sin reparar ahora se estila. Si, si, entérate bien, se está poniendo de moda.
¿Tienes dudas? No las tengas. Vayamos por parte y verás, que todo son ventajas.
¿El orgullo te lo impide? Venga, lánzate. No tendrás que pisotear tu soberbia al reconocer que te equivocaste, porque todos te alabarán por haber sido tan espléndido, sublime, magnánimo y humilde.
¿No puedes porque aún sientes odio hacia tu víctima? No te preocupes de eso, porque es posible y factible pedir perdón dejando a tu víctima en la más absoluta humillación. ¿Cómo? Basta con pedir perdón sin reconocer el mal hecho, o sin intención de querer repararlo. O exigiendo públicamente que las víctimas se olviden y perdonen haciendo borrón y cuentas nuevas. No te olvides, rechazar el perdón, es muy feo. Además de haber sufrido tu ofensa, ahondarás en sus heridas abiertas y tu víctima tendrá que aguantar el estigma social de no acoger un perdón benevolente realizado por ti de buena fe. Le reprocharán no “pasar página”, no “olvidar”; pasará por desagradecido, vengativo, rencoroso y mezquino. La masa observadora, sin piedad, nunca se lo perdonará, y pasará de víctima a ofensor. Y tú, de ofensor a víctima.
¿Miedo a represalias o a consecuencias? No temas, pero tampoco te entregues. Y si llevas pasamontañas, o rostro de incrédulo indignado mientras te tratan de oportunista o de mentiroso, tampoco hace falta que te los quites. No temas a la justicia, porque eso ahora no se estila demasiado, lo que se lleva es la misericordia sin justicia. Alargarse y escenificar lo harás, pero sólo para cumplir con las formas, por lo demás pide perdón a secas. Ni falta hará la purga, o la consecuencia, nadie pedirá que repares, y menos que expíes. Eso, de que para recibir la absolución no se puede negar uno a la reparación, y eso de la medieval teoría de la expiación, es la manía y obsesión de los que aún no pasaron por el periodo de la Ilustración. Falta no hará que te declares culpable o inocente, ahora permite auto-declararse impune la libertad entendida como indeterminación, siempre que hayas dicho “perdón”.
¿No quisieras comprometerte a no reincidir, o sentar un precedente? Eso tampoco debe preocuparte. Pero ojo, actúa con inteligencia y estrategia siempre. Comunicados anónimos, colectivos o de encapuchados, o declaraciones genéricas, en las que no salen ni nombres ni apellidos. Tampoco se estila dar la cara, ahora todo se hace mediante carta abierta, que leerá la masa observadora, que es la que realmente interesa convencer de tu contrición tan sincera. No hará falta tocar a la puerta de la víctima, o cruzar mirada con ella, para eso está la comunicación masiva. Puedes usar el afirmativo genérico -“pido perdón por todo lo hecho”-, pero si te resistes a ello, el condicional también está admitido -“pido perdón, si a alguien he herido”. De tal manera que si te conviene reincidir, puedes incluso decir que te referías a otra cosa cuando pediste perdón. Así, de ninguna manera crees un precedente y no te comprometes nunca a nada. Y puedes volver a pedir perdón todas las veces que quieras, porque la gente tampoco se acordará de que lo hiciste una y otra vez. Y cuantas más veces repites la palabra “perdón” mejor, así se vacía de todo contenido, perdiendo la connotación sagrada que alguna vez tuvo.
¿Te preocupa que a la víctima no se le olvide el daño que hiciste? ¿O que considere el borrón de cuentas frívolo e irresponsable? Pero ¿qué más da lo que ella piense? Lo que cuenta es tu buena fe e intención, y éstas nunca te faltaron. Incluso cuando hiciste daño, fueron las circunstancias que te empujaron, nunca hubo mala intención. Y recuerda: juegas con ventaja, porque la memoria colectiva siempre es muy corta, y se cansa con facilidad de las quejas eternas y del desbordante dolor de las víctimas. Siempre insatisfechas y tan pesadas. Nadie quiere líos o heridas abiertas, todo sea para cerrarlas y para dejar a la masa observadora vivir en paz. Recuerda, hay pocas cosas que no puedas conseguir en nombre del amor, de la armonía o de la paz. O de “pasar página” o de lo que llaman “abrir nueva etapa”. Toma buena nota de esas palabras, porque en materia tan delicada, lo que cuenta son las formas.
El perdón es algo sagrado, y pedirlo sin arrepentimiento, banalizando el dolor y el daño cometido, o sin intención de compensación, es lo mismo que matar, violar, o calumniar de nuevo.
Eso sí, cuando pidas perdón, has de hacerlo con aflicción. Aquel dolor que siente el que ofende y que pide remisión sin tener ninguna intención de reparación. Y diles como te sientes al pedir disculpa, habla de vergüenza, dolor y pena. De la tuya, no de la suya, para que se vea que la tuya es tan grande, o casi, como la suya. Para que se ponga de manifiesto el empate. Y para que todos entiendan que, para pedir perdón, has sido muy, pero muy valiente.
Ante el absurdo y la impotencia, a veces solo queda la ironía. Pero intentemos por un momento cambiar de registro. No eduquemos nunca a nuestros hijos como si el “perdón” fuese un término mágico. La justicia herida no satisfecha es una herida abierta cuyo dolor sigue fermentándose secretamente. Es como agua que se hace camino por las fisuras de la historia. Y sus grietas acaban en conflictos y en guerras. Educar en el perdón es educar para la paz. Explicar que perdonar no siempre conlleva olvidar, porque el duelo también es necesario. El perdón es algo sagrado, y pedirlo sin arrepentimiento, banalizando el dolor y el daño cometido, o sin intención de compensación, es lo mismo que matar, violar, o calumniar de nuevo. Demos a nuestros hijos ejemplos nobles y valientes, enseñándoles con nuestra vida, a acercarse a la víctima ofendida dando la cara y con la rodilla doblada. Con el arrepentimiento propio del que emprende el arduo camino hacía la reparación y la enmienda. Y si la injusticia cometida conlleva consecuencias irreparables en la vida de las víctimas, que la actitud sea la de reparar con nuestras vidas, nunca con palabras huecas. Porque no existe misericordia sin justicia. Solo la justicia satisfecha invita humildemente al perdón, y únicamente bajo esa condición podemos pretender que el tiempo cure las heridas y sane la memoria. Así, no solo nos conformaremos con la mediocre postura de “vivir en paz”, aplaudiendo la ausencia de conflicto; aspiraremos a estar verdaderamente en paz, con los demás y con uno mismo.
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