Aunque pueden existir muchas motivaciones para querer convertirse en padre/madre, la prioritaria debería ser el dar amor a otro, algo que permitirá al hijo identificarse y sentirse parte.
Es importante que el niño sepa de dónde viene y que pueda componer su puzle vital, sin que le falten datos, sin sentirse solo o desprotegido, incluso no deseado. Con todo esto el hijo puede forjar un vínculo con sus figuras de apego, sus referentes, sus cuidadores y protectores.
Hablamos de identidad como el conjunto de características, pensamientos y actitudes que definen a cada persona. Como sostiene Myriam Martín Castillo, psicóloga perinatal: “Se trata de un constructo dinámico que evoluciona a lo largo de toda la vida y que, a nivel cognitivo, requiere de la capacidad de integración de sucesivas identificaciones y su elaboración en una imagen personal progresivamente más estable”.
En la construcción de la identidad, el mecanismo central es la identificación, un proceso que acompaña desde la primera infancia. “El niño crea su identidad a partir de la relación con las personas que le cuidan (generalmente los padres) en función de la imagen que estos le devuelven”, destaca la psicóloga.
Tal y como expone esta profesional, el deseo de ser padres puede responder a muchas motivaciones: instinto, trascendencia, mandato social…, aunque como perfila, responde o debería responder, más que a ninguna otra, al deseo de dar amor.
“El lugar emocional desde el que los padres encaran la decisión de tener a su hijo, sentará las bases para las futuras identificaciones de este. Es decir, antes incluso de su nacimiento, aun cuando sólo existe el deseo en la mente de sus padres, el hecho de ser convocado desde el amor incondicional será determinante en la constitución de su identidad y en su sentido de pertenencia a la familia”, refiere Martín.
¿Cómo fomentar un buen desarrollo emocional en tu hijo?
En la infancia, el reconocimiento y admiración del adulto hacia el niño (la especularización) será fundamental para la construcción de una buena autoestima y “sentirse verdadero”. La experta añade que, también lo será que los padres transmitan al hijo la idea de bienestar en el vínculo y placer en la crianza, fundamental en su buen desarrollo emocional.
“El apego es la forma que tenemos de relacionarnos en nuestros vínculos más cercanos y como seres sociales necesitamos crear vínculos con otras personas que nos quieran”, una afirmación que hace Vanessa Rodríguez Cordobés, psicóloga general sanitaria y de emergencias.
Esta profesional con formación en problemas de autoestima y afectivos, de trauma o duelo, entre otros, entiende que, el sistema de apego se inicia en la infancia con el primer vínculo relevante que es el de los progenitores y serán ellos quienes surtan de seguridad, amor y confianza o como señala Rodríguez, de todo lo contrario, “algo que determinará el futuro sistema apego de cada uno”.
Durante el desarrollo, cada individuo va creando otros lazos también importantes, como con amigos y parejas y cuando se produce una pérdida, una separación, se pueden alterar los futuros vínculos de pareja y la forma de relación.
Como describe la psicóloga, los niños que tienen un historial de apego seguro presentan: un mayor grado de autoestima, salud emocional, resiliencia del ego, afecto positivo, capacidad de iniciativa, competencia social y concentración en el juego que niños inseguros.
La importancia de un espacio seguro para ser uno mismo
“Un apego sano permite la maduración sana del sistema nervioso. Cuando el bebé siente estrés o miedo, se activa el hemisferio derecho e incrementa la actividad de la rama simpática del sistema nervioso autónomo (SNA). Se acelera el ritmo cardíaco y aumentan las catecolaminas y hormonas en el torrente sanguíneo y el hipotálamo, lo mismo que ocurre cuando el ambiente se percibe como peligroso”, subraya esta profesional.
Todo ser humano ansía disponer de un espacio donde relajarse y poder dar rienda suelta a su personalidad propia, “lo ideal sería que el hogar de nuestros padres funcionase como ese espacio”.
Rodríguez explica que hay individuos que en su infancia han podido dejar a un lado e incluso prácticamente ni recordar, sensaciones marcadas por experiencias negativas o traumáticas, por la infelicidad: “Se autoengañan”.
Esta experta aclara que, aunque se hayan arrinconado experiencias como la inseguridad o el rechazo vividos en la infancia, como adulto quedan albergados sentimientos de inferioridad y se sufren problemas de autoestima en cuanto a parejas, jefes o nuevos conocidos.
La psicóloga recuerda que aquellos progenitores sobreprotectores en exceso o, por el contrario, ausentes o no suficientemente presentes, generarán en los hijos consecuencias profundas y producirán un miedo al abandono-rechazo, a la soledad o al compromiso y una baja autoestima, eligiéndose un estilo de apego equivocado en las relaciones.
Manejar la incertidumbre respecto a otros
Otras estrategias para reducir la ansiedad y sentir el control pueden llevarse a cabo mediante patrones de personalidad que ayuden a manejar la incertidumbre en relación con los demás. Tal y como apunta Rodríguez, estos comienzan en la infancia y se consolidan en la adolescencia y la edad adulta:
- Personalidad cuidadora: Desde la infancia, el niño aprende que sus necesidades no son importantes y se siente culpable y defectuoso por ello. Trata de este modo de adaptar su comportamiento a lo que cree que esperan los demás. Uno de los modos de hacerlo es mediante la parentificación o el cuidado de los padres o los hermanos. Esto puede terminar derivando en graves trastornos de ansiedad o trastornos de personalidad.
- Personalidad perfeccionista: También es una estrategia que debuta en la infancia. Consiste en el pensamiento mágico de que “si soy perfecto, saco buenas notas, lo hago todo bien…, las cosas funcionarán, mis padres me querrán y todo estará bien”. El niño se esfuerza mucho en ser perfecto, pero no cambia nada y sigue intentándolo.
- Personalidad narcisista: El niño desarrollará un concepto muy elevado de sí mismo y una autoestima exagerada, bien porque descubre que no puede esperar nada del exterior que satisfaga sus necesidades de afecto o porque ha sido sobreprotegido y ensalzado en exceso. Esto puede derivar en un trastorno narcisista de la personalidad.
- Personalidad indolente: Se evita cualquier tipo de actividad que pueda suponer el riesgo de un fracaso, se culpa a los demás de todo lo que no funciona. Puede ser una etapa natural durante la adolescencia, pero también convertirse en patológica si continúa durante la edad adulta.
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