Los hijos llegan a nuestra vida como un misterio inescrutable. Irrumpen en nuestras vidas con fuerza y alegría, nos hacen felices y nos llenan el día y la noche de risas y llanto, biberones, pañales y babas.
Ni en mis mejores sueños pude imaginar la explosión y la vida que un hijo aporta al hogar. La fuerza y la frescura que trae un nuevo llanto, una nueva carcajada, un nuevo aroma, aroma de bebé, el perfume más cotizado.
Cuando me dijeron por primera vez que iba a ser mamá, las emociones se apoderaron de mí una detrás de otra. Hubo sorpresa, alegría, temor, emoción y una enorme gratitud.
Los hijos nos hacen muy felices y al mismo tiempo nos quitan el sueño para siempre. Así a los llantos de la infancia le suceden las preocupaciones propias de la adolescencia, seguidas de las propias de la edad adulta…un no parar.
¿Cuál es el momento más oportuno para decidir tener un hijo, cuántos hijos es conveniente tener, cabe una adopción?
Cuando una nueva vida llega a un hogar, de alguna forma, desbarata el orden establecido en las rutinas que hacen que esa casa funcione. En los primeros días el desbarajuste y el desconcierto puede ser turbador, pero el «terremoto filial» suele apaciguarse conforme pasan los días.
Los hijos mayores asumen con naturalidad y entusiasmo la incorporación del nuevo miembro a la familia.
Para los padres, cada hijo es inigualable, único, exclusivo y especial. Los hijos nos dan la oportunidad de volcar todo nuestro amor y todas nuestras ilusiones y esperanzas,queremos lo mejor para ellos e inevitablemente fantaseamos con un futuro prometedor.
Los hijos son grandes satélites que orbitan alrededor nuestro y dan sentido y locura a cada nuevo amanecer.
Si me preguntáis qué aportan los hijos a mi vida os diría tantas cosas que no encontraría el momento de callar, aunque en realidad más que mi opinión, la que me gustaría conocer es la vuestra.
Os formulo la siguiente pregunta que despide este texto:
¿Qué sientes cuando piensas en tus hijos?
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