Pese a que muchos progenitores pueden creer lo contrario, el error y la equivocación no daña a los hijos, sino que les ayuda a crecer y aprender, por lo tanto, lo conveniente es desdramatizar ciertas situaciones para que los niños no lo vean como algo negativo. Como padres hay que preparar a los hijos para la vida y no limitarles, sino proveerles de autonomía y ofrecerles los recursos precisos para lidiar en las situaciones que les lleguen y logren así responsabilizarse de sus actos. De poco sirve la sobreprotección cuando el sufrimiento y la decepción son actores principales e indisolubles en la vida.
Les proporcionamos muchas cosas materiales a nuestros hijos, tanto que a veces, no logran gestionarlo convenientemente y se producen reacciones de insatisfacción o agresividad. Pero, ¿y el tiempo, el afecto, la escucha? ¿Les preparamos para lo que les llegará: lo bueno y también lo malo? ¿Damos valor a su esfuerzo y trabajo o solo a sus éxitos?
No olvidemos que la equivocación es parte natural del proceso de aprendizaje y la evolución de niños y jóvenes. Expertos expresan que la sobreprotección puede derivar en problemas como la ansiedad, el narcisismo o la depresión, entre otros. Educar en la frustración es una tarea esencial en casa y en la escuela.
Poner trabas a los niños y jóvenes a la hora de enfrentar sus retos supone perjudicarles en su iniciativa, su valor, su esfuerzo e interferir en sus propias capacidades. El niño no lo hará como tú, probablemente tampoco como te gustaría, pero su trabajo merece ya ser elogiado y valorado y el proceso resultará satisfactorio.
La influencia del estilo educativo de los padres en los niños
Hablar de familia supone hacerlo como uno de los principales agentes de socialización en la infancia. Los padres son el principal modelo de adquisición de estrategias de regulación emocional y habilidades sociales. Sandra Bustos Muñoz, psicóloga general sanitaria y orientadora educativa, recalca que padre y madre representan una ventana a través de la cual los niños visualizan el mundo, y su papel fundamental en cómo perciben y entienden la realidad en la que están situados. “Los estilos de crianza que los padres llevan a cabo tienen una gran repercusión tanto en la conducta manifiesta de los menores como en sus habilidades sociales, autoestima y resiliencia. Los niños cuyos padres presentan un estilo democrático, caracterizado por la restricción de la autonomía del menor, desde el control y el castigo, suelen ser más temerosos y con menor capacidad de decisión”.
La experta clarifica que es difícil entender que un niño posea la capacidad de intervenir y decidir en aspectos relevantes en su vida adulta si en su infancia no le han dado su lugar en aspectos más triviales. Asimismo, señala que niños con un estilo de crianza democrático, con un equilibrio entre el afecto y la autoridad, presentan una mayor autonomía y autoestima.
“Teniendo en cuenta siempre la edad y las capacidades cognitivas de cada niño, estos deben tener la oportunidad de tomar decisiones y equivocarse de manera que el aprendizaje sea significativo, del modo contrario, se les estaría predisponiendo a la indefensión aprendida. En ese caso, su comportamiento se caracterizaría por la pasividad y la sensación subjetiva de no poder disponer ni modificar aspectos importantes de sus vidas”, finaliza esta profesional.
Una extendida connotación negativa en el error
Realmente en la sociedad en la que nos encontramos, el equívoco no se advierte como algo favorable. “Existe la visión negativa del error y suele relacionarse con la incapacidad, la falta de habilidad, el fracaso y, por lo tanto, es algo a evitar y a esconder. Pero, habría que centrarse en la visión positiva y constructiva, en la que el error es una oportunidad para aprender y permite manejar y vivir con la frustración, valorar el esfuerzo y desarrollar la búsqueda de soluciones para potenciar relaciones sanas con los hijos”, explica Manahem Moya Lucas, psicólogo y mediador familiar.
No hay que juzgar si se equivocan o no, si no cómo afrontan el desacierto y eso corresponde a los padres en su labor de educar. “Podemos ayudarles a manejarse en sus equivocaciones, podemos hacerles ver que en la vida no todo sale como quisiéramos y que lo importante es cómo se afronta. Esto lo podemos transmitir usando ejemplos de nuestra propia experiencia vital, mostrándoles cómo se pueden gestionar este tipo de vivencias y reforzando sus habilidades para enfrentar los problemas de forma autónoma. Para fomentar sus capacidades de resolver errores hay que hablar con ellos y no reprocharles”, sostiene el profesional.
Marta Martínez Novoa , psicóloga general sanitaria y autora del libro “Que sea amor del bueno” (Planeta) subraya algunos puntos clave para que aprendan los niños con los que componer una autoestima sana y sólida:
- Continúan siendo valiosos aun si fallan.
- La equivocación pasa frecuentemente.
- Errar facilita sumar aprendizajes nuevos.
- Los padres van a seguir estando ahí para ellos sin dejar de quererlos
Lograr mayor empatía en los hijos
Martínez Novoa destaca la necesidad de que los padres trasmitan esto a sus hijos desde pequeños, algo que resultará óptimo en el vínculo que forjen las dos partes. “El niño llegará a ser más empático con los demás y comprenderá otras equivocaciones además de las suyas propias”.
“Si preguntásemos a la mayoría de los padres qué quieren para sus hijos, estos responderían que su felicidad. Frente a esta opinión, se contradiría a la neurociencia y la inteligencia emocional. Hasta la Segunda Guerra Mundial se nos controló con el miedo y la culpa y después de ella se nos está controlando con la alegría y, por ende, intentamos dominar a nuestros hijos con esta emoción agradable”, refiere Francisco Batista Espinosa, doctor en Educación, licenciado en Psicología, profesor universitario e investigador.
Permitir una adaptación natural y necesaria
El profesional explica que la neurociencia dice que la felicidad que procede de la alegría es dopamina que proviene de “dopar” (administrar sustancias estimulantes al organismo) y presenta ciertos inconvenientes: El más notorio es que es adictiva, lo que significa que para ser feliz cada día hará falta más. “Cuando los padres aseguran querer que sus hijos sean felices refleja ser un síntoma de “hiper-super-sobreprotección” y se garantiza una quimera de algo que no puede ser real. Flaco favor haríamos a nuestros hijos si pretendemos meterlos en burbujas de cristal”.
El psicólogo manifiesta que la inteligencia emocional como factor protector de bienestar integral de la persona, expone vivir y sentir todas las emociones: alegría, miedo, tristeza, frustración, rabia… Cada una cumple una función adaptativa a nivel biológico y social. “Los padres evitan que sus hijos se adapten y se va contra natura. Los hijos deben caerse, frustrarse, estropearse…, porque con la sobreprotección, llegado un contexto o una situación traumática real (porque claro que llegará) no dispondrán de herramientas para adaptarse. La especie que no se adapta, no progresa ni subsiste”.
El juicio final y seguramente, la mejor de las voluntades para los hijos, ya no es solo que sean felices, sino que lo estén y como refiere el experto en educación: “Darles la oportunidad de equivocarse, frustrarse, enfadarse también es adaptación y felicidad”.
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