¿Qué es el carácter? ¿Lo poseemos en diferentes medidas, o lo tenemos o no lo tenemos? ¿Qué papel juega nuestra familia, o la escuela, en la formación del carácter? ¿Es un constructo social?
Con frecuencia, el carácter alude a un concreto conjunto de valores, y eso implicaría que su sentido cambia con el tiempo. Sabemos que el carácter es el conjunto de rasgos, cualidades o circunstancias que indican nuestra manera de pensar y actuar. Es la parte de la personalidad que se fragua a lo largo de la vida, merced a influencias psicológicas, sociales, culturales…
Los principales rasgos del carácter, según Fernando Sarráis, son la emotividad, la actividad y la resonancia. Y de la combinación de estos 3 ejes de conducta surgen 8 tipos de caracteres: el colérico, el apasionado, el nervioso, el sanguíneo, el flemático, el amorfo, el sentimental y el apático. Como son arquetipos, es raro encontrar alguien con un carácter puro, así solemos encontrar rasgos de diferentes caracteres en una misma persona.
¿El carácter se educa? Es más fácil moldear que cincelar
Mariolina Ceriotti Migliarese nos dice que, para el buen logro de cada hijo, hemos de poner de nuevo la educación del carácter en el centro. Según ella, su inteligencia, su instrucción y sus dotes, son totalmente insuficientes por sí mismas para hacer de él alguien verdaderamente logrado y feliz.
Una vida lograda, según Marián Rojas Estapé, requiere reflexionar, conocimiento, trabajo, esfuerzo y sentido del humor… Y plasma en una ecuación lo que para ella sería la clave de Tu Mejor Versión para la vida. TMV= (Conocimientos + Voluntad + Proyecto de Vida) x Pasión.
Por tanto, la madurez se da al dirigir los sentimientos, con la voluntad, a cooperar con el resto de facultades: la inteligencia, la imaginación y la memoria, para alcanzar la plenitud de la vida personal. Requiere un intenso y constante esfuerzo personal, por eso se habla de forjar el propio carácter. No es un mero subproducto del paso del tiempo, ni resultado de la recepción pasiva de influencias ambientales. Por el contrario, es costoso durante la niñez y juventud, y tarea hercúlea en la vida adulta.
La familia es un ámbito privilegiado para la construcción del carácter. Es una pequeña sociedad natural, donde viene dado experimentar asimetrías, desigualdades, pequeñas injusticias, dificultades y esfuerzos que requieren el desarrollo de recursos y capacidad de adaptación. El mayor elogio que se le puede hacer a un padre es que su hijo se le parezca en el carácter.
Entonces, ¿se puede modelar el carácter? ¿Y enseñar? ¿Cuál es la forma de enseñarlo? Qui natura non dat, Salamanca non praestat, lo que la naturaleza no da, no siempre puede suplirse con educación, por muy buena que sea. No debemos pretender que nuestros hijos sean todos unos genios, pues les puede faltar el sustrato natural necesario para ello.
Pero, según Alfonso Aguiló, el carácter depende menos de la naturaleza, y más de la educación que reciban y las cosas que hagan. Decía Aristóteles que el carácter es el resultado de nuestra conducta. No es un apellido de alta alcurnia que se hereda sin trabajo. Es el resultado de una contienda singular que se libra con uno mismo, de la que depende en mucho el acierto en el vivir. Comienza desde antes de nacer, y queda ya casi totalmente decidida al final de la adolescencia.
Por eso, el éxito en la forja del carácter depende mucho de que nos convenzamos de que nos interesa mejorarlo. La educación, sin serlo todo, según Aguiló, es crucial para forjar el carácter y la personalidad de cada hijo. Lo que los padres somos, hacemos y decimos, influye cada día a día en su carácter. Porque son los testigos inexorables de la vida de sus padres.
Los cristianos somos testigos de Jesucristo, de sus enseñanzas, y debemos ser abiertos, expansivos, extrovertidos, este carácter proviene de Jesús.
¿El ambiente educa? Lo que no educa deseduca
La formación del carácter afecta la realidad básica de que no somos individuos aislados. Según María Inés López-Ibor, solo podemos acercarnos al logro humano en estrecha y solidaria convivencia con quienes nos rodean. El buen carácter es, por ende, la capacidad de salir del propio egocentrismo.
La elección de las amistades es decisiva, refleja nuestro carácter y lo afecta. Según Hugh Black, es una prueba infalible, revela los deseos, las ambiciones y los amores. Esto afecta al carácter, es la atmósfera que respiramos. Entra en nuestra sangre y hace el circuito de nuestras venas. Nos moldeamos a semejanza de las vidas que se nos acercan.
Y el fracaso nos alcanza a todos. Según Leonard Sax, la aceptación del fracaso es firmeza. La buena disposición a caernos y levantarnos sin perder el entusiasmo es signo de carácter. Cuando nuestros hijos están seguros de nuestra aceptación incondicional, encuentran el valor para arriesgarse y caer.
Así, para que nuestros hijos puedan protegerse del ambiente en que están, e influir en el mismo, según Raúl Alas, precisan: coherencia, consistencia y convicción. Que quien se cruce en su camino encuentre siempre alguien en quien poder confiar, por la transparencia de su comportamiento, la estabilidad de sus virtudes y la firmeza de su carácter.
El hombre solo se trasciende, pone sus ideales por encima de sí mismo, a través del amor. La entrega desinteresada de sí mismo, el sentido de responsabilidad, el control de los instintos, el temple de las capacidades, el dominio del yo, y la afirmación del carácter. Cuando amamos a una persona deseamos saber hasta los mas mínimos detalles de su carácter, para identificarnos con ella.
En consecuencia, no somos disparados a la existencia como una bala de fusil, cuya trayectoria está totalmente determinada. El carácter no está dado de antemano. Representa nuestra propia obra, es el resultado dinámico del trabajo sobre uno mismo. Luego, luchemos contra las asperezas de nuestro carácter, nuestros egoísmos, comodidades y antipatías. Tengamos el coraje de tomar riesgos. Luchemos para hacer aquello que amamos, y hagámoslo con pasión. En esos caminos forjaremos nuestro carácter.
Algunos “tips» sobre la educación del carácter:
- Tenemos la obligación de poner normas y límites claros a nuestros hijos, pues la indisciplina genera agresividad.
- La autoridad para los niños es como el comer, les da muchísima paz, tranquilidad y seguridad. Necesitan argumentos para crecer, y se los da la autoridad bien ejercida.
- Nuestros hijos no pueden mandar, somos sus padres, no sus colegas, y esto tienen que tenerlo claro.
- Es preciso que seamos firmes con las consecuencias, que serán razonables y propias de su edad.
- Los padres hemos de asumir y aceptar que somos impopulares con nuestros hijos, no pasa nada, nos van a querer igual.
- Es necesario de les escuchemos, les disculpemos, les comprendamos siempre, y quitemos dramatismo.
- El padre y la madre tenemos que ir a una, ser un equipo inquebrantable, y no desautorizarnos.
- En consecuencia, debemos educar a nuestros hijos en que sabemos que nos considerarán raros, no queremos ser borregos, sabemos que vamos contra corriente.
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