Muchas veces, tener hijos adolescentes es como convivir con una persona un poco “explosiva”… Pero, ¿por qué se comportan de ese modo…?, ¿qué les está sucediendo? Vamos a intentar comprenderlo…
¿Que podemos hacer?
Nosotros les estamos formando desde que son muy pequeños: vamos construyendo el «edificio» de su naciente personalidad, a base de intentar poner “buenos ladrillos”… Y llega un momento en que lo destruye todo, para reconstruirlo a su manera. ¡Es su vida!, intenta ser él mismo, ella misma… Pero, en esta reconstrucción, emplea algunos “ladrillos” que coge del suelo, otros que le llegan de la pandilla de amigos, otros de internet y las redes sociales, y otros que le podemos ir lanzando al comprenderle y sonreírle, al sugerirle una idea, o al hacerle pensar con nuestra coherencia…, ¡por el modelo de lo que somos! Nuestra integridad personal y coherencia son más significativas que muchas palabras. ¡Nada se pierde!
Además, su cerebro todavía no ha madurado. Está cambiando su estructura, desde la pubertad, para adquirir unas funciones superiores, y asentar aprendizajes y conocimientos. Hay una gran «poda» de neuronas y circuitos que no se usan, y una reorganización y reestructuración de otras. Así, el cerebro de los adolescentes se va conformando para ser una persona adulta, con un pensamiento analítico y crítico, unas funciones ejecutivas, el poder de decisión y el autocontrol, el juicio, así como todas las facultades personales bien desarrolladas, incluida la afectividad, cuyo sustrato es el sistema límbico, que presenta un pico de maduración, y está exaltado. Por eso, para los adolescentes, las emociones son vitales, y muy fuertes, y captan en ellas miles de tonalidades y coloridos.
Este es un periodo en el que se encuentran tan cambiados física y psicológicamente, que están desconcertados. Y por otra parte, esos cambios hacen que empiecen a descubrir su intimidad y personalidad, aunque no se reconocen. Quieren ser ellos mismos, pero no saben cómo. Por eso se dice que «lo que le pasa al adolescente es que no sabe lo que le pasa…”
No podemos pretender que se comporten como un adulto maduro y equilibrado.
En resumen, la adolescencia es un proceso de maduración personal: es una crisis de crecimiento. Es como una pausa para repensar y reconstruir la vida, desde cada persona. Y todo ello gracias a la plasticidad cerebral, base de toda maduración y aprendizaje.
Por eso, es realmente importante y necesario que se sientan queridos de veras. Tenemos que conocerles bien para poder comprenderles y, de esa forma, que se sientan valorados y acogidos. Hace falta quererlos tal como son. Y luego animarles y estimularles a dar lo mejor de sus capacidades y fortalezas… ¡Destacando su singularidad! Con “comprensión exigente” o “exigencia comprensiva”…, según los casos y circunstancias. Pero desde un segundo plano: ¡los protagonistas son ellos!
Se trata de “ir soltando amarres”, poco a poco, confiando en ellos, ayudándoles a pensar, para que vayan creciendo y madurando… Que se vayan ensayando progresivamente para aprender a usar bien su libertad.
Y para eso, necesitan que confiemos en ellos, que les creamos capaces de grandes retos. Porque ¡lo son! Que les ayudemos en el proceso de formación de su personalidad, pero dejándoles ser “ellos mismos”, a su manera. En definitiva, que les ayudemos a madurar, valorándolos, y respetando su naciente intimidad.
Veamos el proceso…
Vamos a desglosar un poco todo esto que vamos viendo…
- Nace su intimidad: van descubriendo su interioridad y la protege. Por eso, necesita tranquilidad y silencio para reflexionar sobre todo lo referente a su vida. No les gusta que indaguemos en sus cosas: quieren que respetemos su autonomía, su forma de ser, sus conversaciones. Y, como empieza a pensar por cuenta propia, se cuestiona nuestras ideas y valores. Nos pone a prueba. Pero, es preciso decirle sus cualidades especiales y fortalezas, todo lo bueno que tiene, y hace, para que lo sepa, lo valore, y lo pueda desarrollar… Porque solo siendo quien es, y como es, podrá mejorar.
- Como se va definiendo su personalidad, necesita autoafirmarse. No quiere ayudas, porque quieren hacerlo ellos mismos, aunque muchas veces no saben cómo. Discutir por sistema, para afirmar su independencia, su pensamiento, sus modos de hacer las cosas. Quieren poner una firma suya. Por ello se rebela contra todo: especialmente contra la autoridad de sus padres. Las solución: menos palabras y más coherencia. No debemos impedirles su crecimiento, aunque sí, orientarles.
- Cambia su imagen. Crecen muy rápido y no les suele gustar el resultado en ese momento. Les saca imperativamente de su tranquilidad, llegando incluso a tener complejos, pudiéndolo pasar muy mal. Por eso hay que decirles lo bueno de las circunstancias, y lo positivo que tienen, porque ellos no son muy conscientes… Para que, de ese modo, se valoren más, y eleven un poco su autoestima.
- Inestabilidad afectiva. Sus emociones están exaltadas, “a flor de piel”, y no controlan sus sentimientos y estados de ánimo, con muchos avatares, altibajos, y “explosiones”. El sistema límbico, y en concreto la amígdala, estrato anatómico fundamental de la afectividad, está hiperfuncionante. Esto es debido a la elevación de los niveles hormonales en sangre. Por eso, su gusto por las emociones fuertes, por el riesgo, por probarlo todo viene del valor de la recompensa emocional que les produce esas actividades.
Pero, otra parte de su cerebro, no ha madurado del todo. Sobre todo la corteza frontal, y más en específico la zona prefrontal, sede de las funciones superiores del ser humano, como el propio pensamiento y el autocontrol, la toma de decisiones, el juicio, etc. Todas estas funciones todavía no están plenamente operativas.
Como para los adolescentes todo son emociones vividas al máximo, sin un control que racionalice sus vivencias: lo mismo están efusivos, como se hunden el el más profundo abismo por algo insignificante, ponen poco pensamiento y control y se dejan llevar de esas emociones. Su cerebro está aprendiendo a manejarse. Su afectividad está al máximo, pero sufre desajustes que no saben controlar. ¡Tienen que ir aprendiendo a controlarlo! Por eso dan prioridad a los impulsos, al “me apetece”, a lo instintivo, sobre lo lógico y razonable. No tienen el filtro de la inteligencia ni el autocontrol plenamente operativos. Esas neuronas, y en concreto sus axones, tienen que recubrirse con vainas de mielina, para conducir mejor los impulsos.
- Inseguridad. Intentan demostrar, así mismos y a los demás, que pueden. Se tiende a magnificar todo lo negativo, e incluso lo que no lo es, y su autoestima suele ser baja. Por eso se muestran a veces prepotentes o insolentes a veces… o, con conductas incluso agresivas. Lo hacen para disimular su “impotencia” a los ojos de los adultos.
También tienen incertidumbre, dudas y no saben lo que quieren. Para esto necesitan nuestro cariño y confianza, para ayudarles, e ir encauzando su comportamiento hacia su madurez. Necesitan que les acompañemos, aunque sea desde un segundo plano.
- Ansia de libertad, entendida sólo como mayor autonomía. “Hacer lo que quieren…”, dar gusto al “me apetece”. Y no se dan cuenta de que así, ¡son menos libres! No saben ser responsables, y está el problema asumir consecuencias. Por tanto, hay que ayudarles a que entiendan que la libertad conlleva responsabilidad. Son como las dos caras de la misma moneda. Y es preciso explicárselo de mil modos, con retos…, y sobre todo con nuestra coherencia de vida. Poco a poco lo irán interiorizando.
En familia podemos, y debemos, dar a los hijos responsabilidades desde bien pequeños. Por ejemplo mediante los encargos familiares, y también pequeñas parcelas en las que sean ellos los responsables. Son “cotas” que tienen que ir alcanzando, y ganando, con su comportamiento responsable. Así serán más responsables y libres para acometer metas y retos, y se podrá ir dando más libertad poco a poco, según la vayan conquistando.
Por otro lado, no debemos dejarles solos ante situaciones que puedan desbordarles o que no controlen. Porque son todo “acelerador”, aunque ellos no se den cuenta, o se crean ser ya maduros. Somos los padres los que tenemos que poner un poco de pensamiento y control. Ser un poco su lóbulo frontal, ayudarles a ponderar y tomar decisiones.
- Los adolescentes descubren el valor de la amistad, y por eso los adolescentes anteponen muchas veces la amistad a la familia. Esto no significa que no nos valoren, sino que ven en los amigos algo muy cercano y significativo, con quienes pueden conectar y hablar, y a quienes les pasa exactamente lo mismo: ¡que son unos incomprendidos!
- La voluntad requiere más esfuerzo. Es una etapa un poco cansada, y parece más “egoísta”. Es necesario darles más razones, dialogar, animarles y motivarles, para que se planteen objetivos y metas muy concretos empezando por el corto plazo.
También es necesario cuidar el sueño. El ritmo circadiano en esta etapa, cambia, y la melatonina, hormona que regula el sueño, se secreta más tarde, con lo cual el sueño se atrasa. Por eso es necesario dejarles descansar y dormir lo suficiente para reponer energías, y que su cerebro se restituya y estabilice durante ese periodo.
En resumen, necesitan que les ayudemos a aprovechar sus enormes posibilidades, y su capacidad de aprendizaje, para madurar y “construirse” como personas singulares. ser conscientes de las grandes energías que hay en su interior y que luchan por salir. Necesitan que les ayudemos a desarrollarse, dando importancia a sus fortalezas y talentos: sus cualidades “especiales”. En lo bueno que tienen y en el esfuerzo que ponen, para hacérselo notar. Es la mejor forma de fomentarlo y que lo pongan al servicio de los demás. Nunca insistir en recalcar lo negativo.
Y esta madurez se conseguirá con su lucha personal, con todo nuestro cariño y apoyo. Con nuestra escucha atenta y comprensión, con nuestra coherencia y empatía. Y algunas veces, con nuestro consejo concreto y breve. Las cosas no se arreglan dejando pasar el tiempo, hay que hablar con ellos, escuchando primero, con empatía, y hacer que “las cosas sucedan”, como nos recuerda Stephen Covey.
También es necesario saber, que cuanto menos parece que se lo merezcan, ¡más nos necesita para remontar…!
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