El traje del niño y el vestido de la niña, el fotógrafo, la peluquería, la mesa dulce, los regalos o el animador. Tiempo de preparación y una inversión económica desmedida que hace 30 años muchos de nosotros ni habíamos imaginado.
Si echamos la vista atrás, podemos pensar en cómo celebrábamos este sacramento cuando llegaba mayo, mes de las flores y, aunque, efectivamente, el traje o el vestido, la sesión de fotos o la peluquería en el caso de las niñas, daban el toque especial a ese día, no llegaba a darse un despliegue tal de familiares y amigos con tiempo de sobra de invitación. Y, por supuesto, no había esa cantidad de regalos: ni teléfono, ni tableta, ni viaje fuera de España, sino algo simbólico y a la vez significativo como una medalla, unos pendientes, un reloj o un álbum de firmas característico de la época.
A día de hoy la comunión se ha transformado en un evento social de máxima envergadura que a nadie deja indiferente. Pero, frente a este rito religioso en el que se recibe al Señor, lo que las familias no deberían hacer es olvidar su verdadero significado: “No debe desvirtuarse por los componentes celebrativo-festivos”.
La idea de los padres es la de que todo esté más que perfecto sin permitirse que el menor tenga un día peor que el de sus compañeros del colegio. Puede decirse entonces, que tiene lugar la comparación, ostentación, el compensar el tiempo y las carencias, quizás. Hablamos con algunos expertos que comparten su sentir y nos recuerdan lo que de verdad importa.
Fiesta post celebración religiosa: Cada uno decide
“Hablar de comunión tiene que ver con una tarea de catequistas, aunque en cierta medida en las clases de Religión en los colegios hay una serie de saberes básicos y de competencias esenciales para los niños que van a recibir el sacramento de la Eucaristía”, refiere Lorena Romero Sanisidro, pedagoga y maestra de Infantil y Primaria.
En el marco de la Ley Orgánica de Modificación de la Ley Orgánica de Educación (LOMLOE) se ha publicado el currículum de la asignatura, cuyos saberes básicos, entre otros, son: El aprecio de los momentos de silencio, la interiorización y contemplación, la valoración de la importancia de las celebraciones religiosas para las personas creyentes…
Por otro lado, como competencias específicas: Observar en las celebraciones litúrgicas los espacios sagrados y los sacramentos de la iglesia, elementos esenciales del cristianismo y, valorar la experiencia religiosa como desarrollo personal y social de la dimensión espiritual.
La, también, catequista, explica que en la catequesis los niños conocen cómo van a recibir este primer sacramento. “Se les cuenta que se trata de una celebración especial en el templo y saben que Dios no se fija en si tienen el mejor vestido o el mejor banquete. Pero, es verdad que la fiesta que actualmente se hace tras la celebración es una cuestión de cada familia y decide libremente”, declara.
No hay que olvidar lo que supone a diario que los padres trabajen tanto y deban frecuentemente delegar en abuelos y otros miembros de la familia, algo que puede verse reflejado en querer compensar a los hijos con bienes materiales, con lo último y más caro, lo “supuestamente” mejor, pese al sacrificio que les represente.
“Lo que yo he visto a lo largo de todos estos años es que las familias entienden la comunión como una oportunidad de hacer una fiesta y en algunos casos, llega a eclipsarse el verdadero sentido de este sacramento”, confirma la maestra.
Creencias, valores y prioridades
Para Patricia Fernández Cabeza, neuropsicóloga y psicóloga general sanitaria, la percepción de la comunión puede estar influenciada por una variedad de factores, incluyendo la educación religiosa, las creencias familiares, las expectativas culturales o las experiencias personales del niño. “El equilibrio entre la dimensión religiosa y la celebratoria dependerá de los valores y prioridades de cada familia y comunidad”, asegura.
Algunos niños sí llegan a vivirlo de un modo más equilibrado al valorar tanto los aspectos religiosos como los sociales de la celebración. “Las fastuosas celebraciones de las comuniones en las que se priorizan los regalos, la fiesta o el lujo, pueden tener efectos negativos en el bienestar psicológico de los más pequeños, incluyendo estrés, ansiedad, baja autoestima y una percepción distorsionada de los valores”, subraya.
Fernández comenta algunas de las principales implicaciones psicológicas que pueden darse en los menores:
- Una presión abrumadora para cumplir con las expectativas de la familia, algo que puede generar angustia y una sensación de tener que estar a la altura de ciertas normas y estándares.
- Los niños pueden desarrollar una percepción distorsionada de los valores, dando prioridad a lo material sobre lo espiritual o lo emocional.
- Se fomenta de manera inconsciente la comparación entre niños, tanto por parte de los propios niños como de los progenitores. Aquellos que no tienen una celebración tan elaborada pueden experimentar sentimientos de inferioridad o exclusión, lo que podría afectar su autoestima y sentido de pertenencia.
La acepción que más importa
La experta destaca que los adultos influyen de manera directa en cómo viven los pequeños ese día, por lo tanto, su cometido debería ser brindarles orientación sobre el significado espiritual, fomentando la reflexión y la participación en actividades religiosas, al tiempo que se fomenta un ambiente de festejo y alegría en torno a los aspectos más festivos del evento.
“Los adultos involucrados en la planificación de estas celebraciones hemos de considerar sus necesidades emocionales y espirituales, promoviendo un ambiente de apoyo y comprensión en lugar de priorizar únicamente en aspectos materiales y superficiales”, concluye.
Benjamín García García, profesor de Geografía e Historia y Religión en Educación Secundaria y Bachillerato (Colegio Santa María del Pilar de Madrid), apunta que estamos asistiendo a un proceso avanzado de secularización de la sociedad española donde durante el año celebramos multitud de festividades que originariamente tienen un trasfondo religioso pero que en numerosos casos no son vividas como tal. “Se les da otro sentido distinto y se traducen desde la continuidad de una tradición o como fruto de la exaltación de los elementos más llamativos y superfluos que contienen”, sostiene.
Formación a los niños
En la formación y experiencia de la vida cristiana de los menores intervienen tres agentes principales: familia; colegio y catequesis.
- En el caso de la familia: Debido a su corta edad, la importancia que desde casa se otorgue al crecimiento en la vida cristiana influirá en el modo de ver los sacramentos por parte del menor.
- Desde el centro educativo: El entorno colegial y la asignatura de Religión (E.R.E) son precisos para complementarlo incidiendo en la significación que tienen los sacramentos en la vida de un creyente católico.
- La catequesis: La más indicada para profundizar en el plano espiritual y en la concienciación de la Gracia que se va a recibir en el sacramento.
“Lo que hay que procurar que no suceda es que el acto religioso de la primera comunión, que supone la unión íntima con Dios, no se desvirtúe por los componentes celebrativo-festivos en familia en los que los menores comúnmente reciben gran cantidad de regalos que en ocasiones comparan con los de sus amigos”, expresa el docente.
García revela que es conveniente transmitir a los niños que lo realmente relevante es la experiencia sacramental de la acción de Dios. “Recibir tanto regalos y vivirlo como un acto social ostentoso no casa con el mensaje de simplicidad que desde el colegio y la catequesis se debe difundir, pues conviene tener muy presente que Jesús de Nazaret es en sí el gran modelo de austeridad”, remata.
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