La reivindicación en la búsqueda de la verdad no es solo una demanda actual, es una constante en la historia de la humanidad, si bien ahora hay más medios para distorsionarla. Conoceremos la gran figura de Dorothy Day.
Hace unos cuantos años hubo una mujer que se rebeló, porque se dio cuenta de su error, y trató de vivirlo plenamente: Dorothy Day. Una periodista estadounidense, escritora prolífica, que eligió oponerse a las adulaciones ideológicas de su tiempo y buscar la única verdad que hay y, en esa búsqueda descubrió la fe.
En su autobiografía confiesa haber caído en la tentación de creer que todo se resolvía con la política, en aquella época Dorothy estaba unida a la propuesta marxista:
«Quería ir con los manifestantes, ir a la cárcel, escribir, influenciar a otros y dejar mi sueño al mundo. ¡Cuánta ambición y cuánta búsqueda de mí misma había en todo esto!»
Describió la vida como una peregrinación. Crió sola a su hija; lideró un movimiento laico –diferente y provocador–, a favor de la paz y la hermandad; viajó por todo su país para presenciar historias, ayudar y poderlas contar. Cuidó a su familia mientras denunciaba la explotación de los trabajadores y reivindicaba la paz, llevando hasta el extremo su compromiso social con los pobres y excluidos de la sociedad. Pero su actividad no se reducía a un simple activismo, era una forma de vida:
“Vivir juntos, trabajar juntos, poseer juntos, amar a Dios y amar a nuestros hermanos y vivir cerca de ellos en comunidad; así podemos demostrar nuestro amor por Él”
Dorothy Day nació en Bath Beach, Brooklyn, en 1897, en el seno de una modesta familia de periodistas. A lo largo de su vida, se desencadenaron acontecimientos que provocaron en ella una tenaz búsqueda personal, a la vez que accidentada, de la autenticidad y de la verdad. Lo que se reflejó en una vida llena de idealismo que no era palabrería, sino que la llevaría a tomar decisiones muy importantes en su vida, siendo consciente de las mismas, para poder llevarlo a la práctica.
Con tan solo 8 años, un suceso marcó su vida: el terremoto de San Francisco, del que luego recordaría con cariño el calor humano y la bondad de la gente para ayudar, tal y como escribía en su libro «Mi conversión». Después del terremoto su familia se mudó a Chicago, ciudad en la que les tocó vivir en unas condiciones muy pobres como consecuencia de la pérdida de trabajo de su padre, hasta que fue contratado como periodista deportivo. Es entonces cuando comienza a buscar lecturas que reflejaban su interés y atracción por los más necesitados: los pobres.
El camino hacia la conversión de Dorothy
Entra en la Universidad de Illinois gracias a una beca, aunque deja de estudiar dos años después y empieza otra experiencia que también la marcará: su padre la rechaza a su vuelta casa.
Así que tiene que buscar vivienda y terminará instalándose en el barrio judío de Eastside. Es entonces cuando empieza a colaborar con el diario socialista The Call. Allí escribiría sobre las manifestaciones de protesta, las brutales intervenciones de la policía o los mítines de huelgas.
Escribió sobre temas polémicos como el amor libre, el aborto y el feminismo. Trabajaba para vivir, y fue una época en la que tenía una actitud muy beligerante. Celebró la Revolución rusa, y estuvo en la cárcel por reclamar el voto femenino y manifestarse delante de la Casa Blanca contra la exclusión de las mujeres en política.
Estuvo varias veces en la cárcel por participar en huelgas, llegando incluso a estar incomunicada por una huelga de hambre. También se inscribiría en un programa de formación para atender enfermos en Brooklyn. Dorothy Day fue pionera en la defensa de los derechos humanos, entre ellos, los derechos de las mujeres.
El único libro que le dejaban tener en la cárcel fue la Biblia, así que la pidió y su lectura fue entrando en un corazón que se había ido preparando para ello poco a poco.
“Hagan espacio para los niños, no se deshagan de ellos”, pedía ante el aborto.
Fue en esa época cuando conoció a un chico judío del que se enamoró, cuya relación la llevó a abortar para que no la dejara. Este es otro hecho que marcaría su vida para siempre y su posición respecto al valor de toda vida humana, así como la forma en que debía hablar a las mujeres que abortaban.
Más tarde, se casaría con otra persona, pero su matrimonio tan solo duró un año, conociendo después al que sería el amor de su vida, Foster Batterham. Se casaron y tuvieron una hija.
Pero ya había descubierto el amor de Dios y su marido estaba en contra de la religión. Bautizó a su hija, y un año después y tras mucho valorar y reflexionar, decidió bautizarse ella a pesar de que sabía que su marido las abandonaría, como así pasó. Pero ya nadie podría alejarla de Jesucristo.
La misión de Dorothy Day
El bautizo de su hija en la Iglesia católica, de la que sentía atracción, fue una decisión muy personal:
“Yo no quería que mi hija pataleara como yo había pataleado con frecuencia. Quería creer y quería que mi hija creyera, y si pertenecer a la Iglesia le iba a dar una gracia tan inestimable como la fe en Dios, y la compañía amorosa de los santos, entonces lo que había que hacer era bautizarla como católica”.
A partir de esta decisión y su propio bautismo, comienza a profundizar más en la fe, como ella misma cuenta, oró para que se abriera algún camino de forma que pudiera usar los talentos que poseía a favor de sus compañeros trabajadores, de los pobres o de cualquiera que estuviera en situación de vulnerabilidad.
Su relación con la revista Commonweal tuvo una larga vida, empezó siendo madre joven que cuidaba a una hija en solitario, y duró hasta sus setenta y cinco años, cuando ya era abuela, líder venerada y santa en potencia: desde ser madre joven de una única hija a abuela espiritual de una gran multitud. Si primer artículo en esta revista se publicó cuando ya era una renombrada periodista y escritora, cuatro años antes de que se fundara el movimiento The Catholic Worker. Fue el editor de Commonweal quien le envió precisamente a un francés peculiar, Peter Maurin, quién había abrazado el espíritu franciscano de la pobreza y el celibato. …y le aconsejó fundar un periódico de inspiración católico social. Mientras 50.000 personas recorrían Nueva York oponiéndose a la amenaza nazi, el 1 de mayo de 1933, se edita el primer número de “The Catholic Worker”, un periódico que denunciaba todas las injusticias que se estaban cometiendo. De forma paralela constituye el movimiento con el mismo hombre que funda más de 200 casas por todo el país que han llegado hasta nuestros días.
Una de sus cualidades como escritora fue su capacidad de entrelazar los aspectos personales y familiares con su vida interior, por una parte, y también por las investigaciones de naturaleza más amplia y profunda.
Dorothy Day trató de vivir lo que sentía, el amor del que habla el evangelio y que descubrió en el amor a los demás, a todos los hijos de Dios, porque todo ser humano lo es, y con su forma de vivir demostró que merece la pena luchar por la verdad, y sobretodo buscarla, y luchar por el bien común, por la justicia y por los demás a pesar de estar en una sociedad individualista. Si Peter fue el intelectual católico, Dorothy era la fuerza sin límites de lucha por los más pobres inspirada en el evangelio. Luchó por la dignidad de las personas, de los pobres, los negros, los niños, las mujeres, de todas, incluso de los que debían nacer.
Cuando sus críticos le argumentaban recurriendo a la frase de Jesús “pobres habrá siempre entre vosotros”, ella replicaba:
«…Pero no nos alegramos de que haya tantos. La estructura de clases es obra nuestra y con nuestro consentimiento, no el de Dios, y hemos de hacer lo posible para cambiarla”.
La sierva de Dios, como la nombró Juan Pablo II, reconocía la dignidad de todo ser humano porque comprendía el parentesco individual de todas las personas, sin distinción.
Para Dorothy, las políticas sociales que fomentan el aborto o el control de la natalidad eran crímenes contra la creación y contra nuestra humanidad, a las que veía como un genocidio contra la gente pobre y las minorías.
Siempre se opuso a la guerra, lo que le ocasionó pérdidas de lectores y el cierre de algunas casas, especialmente a raíz de la entrada de EEUU en la segunda Guerra mundial. Llegó incluso a promover la desobediencia civil como penitencia por el uso de las armas nucleares, y luchó por los derechos humanos exponiendo su vida.
Viajó a Roma para agradecer a Juan XXIII su encíclica Pacem in Terris y pidió un pronunciamiento firme del Concilio Vaticano II contra la guerra. Y con 75 años volvió a ser encarcelada por última vez por apoyar a los agricultores.
No había nada que la parara en su misión de intentar cambiar el mundo… y ya antes de su muerte se la consideraba santa, cosa que a ella le molestaba enormemente contestando que no la despacharan tan fácilmente.
Su trabajo sigue siendo de actualidad, ella pudo hacerlo y es ejemplo de que se puede luchar contra los falsos ídolos de la sociedad, de la vida, del individualismo, etc. Desde su experiencia del aborto y la desesperación que puede llevar al suicidio, escribe con empatía y compasión hacia el dolor hablando del perdón, la reconciliación y la sanación.
Cuando falleció en 1980, con 83 años, el New York Times calificó a Dorothy como militante de la no-violencia, radical en los social, de una luminosa personalidad, que luchó en primera línea durante más de 50 años a favor de la justicia social. Pero todo esto no se entiende en su personalidad sin nombrar la palabra amor.
La vida de Dorothy Day fue una continua búsqueda de Dios, amando a los demás, especialmente a los más pobres y explotados. Como ella dice al final de uno de sus libros: «La palabra final es el amor».
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