Edith Stein, filósofa, judía, cristiana, carmelita y mártir, nació en la ciudad prusiana de Breslau, hoy Polonia, en 1891. La menor de una familia profundamente judía fue una estudiante brillante desde niña. Siendo adolescente cayó en la cuenta de que ni la escuela ni su fe judía daban respuesta a cómo afrontar las grandes preguntas de la vida, en busca de respuesta abandona su religión de nacimiento identificándose con un humanismo práctico: “estamos en el mundo para servir a la humanidad”.
En 1911 ingresa en la Universidad de Breslau, y luego en la de Gotinga. En esa búsqueda se decanta por estudiar Filosofía, llegando a ser la discípula aventajada del fundador de la fenomenología, Husserl, con quien hizo su doctorado y se convirtió en su asistente personal. El estudio intenso de esa época y el estilo de vida estricto que llevaba terminaron por derrumbar a Edith. Tocó fondo y se percató de que ni siquiera su gran inteligencia podía alcanzarlo todo. En sus memorias llegó a decir: “La vida me parecía insoportable (…) No podía ir por las calles sin desear que un coche me atropellara”.
En 1914, la guerra interrumpe sus estudios trabajando como voluntaria de la Cruz Roja durante unos meses, volviendo a ellos en 1916, año en que lee su tesis doctoral, siendo la primera mujer doctorada en Filosofía en Alemania. Por ser mujer se le negó la posibilidad de ejercer como profesora universitaria, por lo que optó por la docencia en la escuela de Magisterio de Espira y en el Instituto Alemán de Pedagogía Científica de Münich.
En el camino a su conversión fue sin duda decisivo el encuentro con la viuda de su amigo y colega Adolf Reinach, cuya serenidad y confianza al afrontar la pérdida de su esposo le hizo cuestionarse la causa, acercándose al cristianismo tras la lectura del Libro de «La Vida de Santa Teresa de Jesús», que en sus propias palabras “puso fin a mi larga búsqueda de la verdadera fe”, siendo bautizada el 1 de enero de 1922.
Se dedicó a la docencia, a la publicación de trabajos y a impartir conferencias. Formó parte de la intelectualidad católica alemana del periodo de entreguerras, y trató intensamente –entre otros- el tema de la mujer y su especificidad femenina. Tuvo que abandonar sus trabajos tras el triunfo del nazismo en 1933 por la prohibición de la presencia de judíos en ámbitos públicos, y es cuando llega el momento de discernir su vocación carmelita. Así, el 14 de octubre de 1933, a la edad de 42 años, Edith Stein ingresa al convento carmelita de Colonia tomando el nombre de Teresa Benedicta de la Cruz, en reflejo de su gratitud a Teresa de Ávila y bajo el misterio que orienta su vocación-misión en el Carmelo: la Cruz que viviría poco después por su pueblo.
La situación en Alemania empeoraba día a día y Edith pidió su traslado al Carmelo holandés. Pero en 1940 Alemania invadió Holanda, y es la denuncia que realizan los obispos holandeses de la deportación de los judíos a través de una carta pastoral leída en las iglesias el 24 de julio de 1942, lo que provoca la tajante respuesta de Hitler, que ordena la deportación inmediata de todos los judíos que se habían convertido al catolicismo. Días después de la denuncia, dos oficiales de la SS se presentaron en el convento buscando a Edith y su hermana Rosa que había seguido su camino, que fueron llevadas junto con otros religiosos al campo de concentración de Amersfoort y posteriormente al de Westerbork, donde apenas pasaron cuatro días, partieron en tren hacia Auschwitz-Birkenau para morir en la cámara de gas. Así cumplió lo que había escrito Edith el 9 de junio de 1939 bajo el título de “Testamento”: “Desde ahora acepto con alegría y con perfecta sumisión a su santa voluntad la muerte que Dios me ha reservado. Pido al Señor que se digne aceptar mi vida y mi muerte para su honor y para su gloria; por todas las intenciones del Sagrado Corazón de Jesús y de María y por la Santa Iglesia (…), en expiación por la incredulidad del pueblo judío y para que el Señor sea acogido por los suyos y venga su Reino en la Gloria; por la salvación de Alemania y la paz en el mundo; finalmente, por mis familiares, vivos y difuntos, y por todos los que Dios me ha dado: que ninguno de ellos se pierda”.
El 1 de mayo de 1987, Edith Stein fue beatificada por Juan Pablo II en Colonia y diez años después, gracias a una milagrosa curación por su intercesión se abre el camino a la canonización el 11 de octubre de 1998. Un año después Juan Pablo II la proclamaría copatrona de Europa.
El director de la Universidad de la Mística, el P. Francisco Javier Sancho F., OCD, impulsor de la traducción al español de la obra de Edith Stein, ve en la meditación navideña de la filósofa, fruto de una conferencia para los miembros de la Asociación Católica Universitaria de Ludwigshafen, un texto muy útil para rezar y para entender mejor qué ha significado en la historia de la humanidad la venida de Cristo.
“Todos en la vida necesitamos hacer un alto en el camino, especialmente cuando vamos a celebrar un acontecimiento importante. Para un cristiano el acontecimiento más importante es, sin duda, la Navidad”. – Edith Stein
Edith Stein y la Navidad
Para el padre Sancho la autora, en el sentido didáctico que la caracteriza, divide el texto en las siguientes cuatro partes:
- El Adviento, donde estudia su sentido y vivencia litúrgica
- Un espíritu que no parece brillar. La estrella, la luz, dejarse moldear por la voluntad de Dios
- La Navidad y sus protagonistas: adentrarnos en la vida de Jesús
- Los medios que Dios ha puesto para poder vivir continuamente en esa dinámica de la Navidad que son la oración y la eucaristía.
El Adviento
Es “una fiesta de amor y de alegría”, un dejarse conducir “hasta el pesebre donde se encuentra el Niño que trae la paz a la tierra”. El misterio de la Navidad, recuerda lo que merece la pena, lo que da sentido a nuestra vida, a la existencia de todo ser humano.
“Para nosotros estos conceptos tienen un rostro, aparecen encarnados en el Niño Dios”, explica el director de la Universidad de la Mística, que añade: “La historia de la humanidad, nuestra propia historia, nos dicen cuán difícil o incluso “utópico” resulta todo esto. Pero eso no es nada nuevo. Toda la Historia de la Salvación que precede a la llegada del Mesías, es una escuela para la humanidad”.
Un espíritu que no parece brillar
«La estrella de Belén es, incluso hoy, una estrella en la noche oscura”. (pág. 377) El misterio del mal nos sigue acechando y somos esclavos y víctimas del mismo.
Entonces, ¿a qué ha servido la venida de Cristo? Y quizás la respuesta sea esta: “las tinieblas cubrían la tierra y Él vino como la luz que alumbra en las tinieblas, pero las tinieblas no lo recibieron. A aquellos que lo recibieron, les trajo la luz y la paz: la paz con el Padre celestial, la paz con todos aquellos que igualmente son hijos de la luz y del Padre celestial….”
Aquí tendríamos otro elemento para interrogarnos personalmente: ¿vivimos esa paz? Y la respuesta nos ayudará a valorar si realmente hemos acogido en nuestras vidas al Niño de Belén: ¿le hemos dado posada? ¿con él nos comportamos como los pastores, los magos, San Esteban? ¿o como Herodes y los escribas y fariseos?
La Navidad: adentrarnos en la vida de Jesús
“Dios se hizo Hijo del hombre para que todos los hombres llegarán a ser hijos de Dios». (pág.381) “Sólo esta frase tendría que ser más que suficiente para que captásemos las profundas implicaciones del misterio de la Navidad en nuestra vida”, sugiere el profesor Sancho Fermín. Edith subraya cómo la encarnación de Jesús pone en evidencia el destino de toda la humanidad: todos somos uno, somos seres solidarios; el dolor de uno es mi dolor porque es mi hermano. Cristo no sólo nos ha redimido del pecado, sino que nos vuelve a dar la buena noticia de que todos los hombres son hermanos, porque todos son hijos de Dios.
Resulta iluminadora esta afirmación de Edith: “Todos los que pertenecían al Señor llevaban de un modo invisible el Reino de Dios dentro de si. La carga terrestre no les fue quitada, incluso se les añadió algo más, pero lo que en sí encerraba era una fuerza alentadora que hacía el yugo suave y la carga ligera. Lo mismo ocurre hoy en día con todo hijo de Dios. La vida divina que se enciende en el alma es la luz que surge en las tinieblas, el milagro de la Nochebuena. El que la lleva consigo comprende lo que se dice de ella. Para los otros, sin embargo, todo lo que se dice de ella es un balbuceo ininteligible.” (pág.382) Y habría que añadir: “Solo sabemos que aquellos a los que el Señor ama les sucede todo para su bien”. (pág.380)
Recomendaciones para vivir siempre en el espíritu de la Navidad
En la última parte de esta conferencia Edith ofrece dos caminos que pueden ayudar a vivir, descubrir y comprometer la Navidad. “En la eucaristía y en la oración nos encontramos cara a cara con el Niño Dios, con su palabra, con su persona. Él nos sostiene y da la certeza interior de que podemos vivir según su voluntad. Pero eso ya es tarea y responsabilidad de cada uno”, añade este especialista en la obra de la santa carmelitana.
El padre Sancho nos propone algunas cuestiones para la reflexión personal, cómo por ejemplo:
¿Qué estrellas puedes identificar en tu vida, y hasta dónde te han llevado?
Extracto del texto de Edith Stein
“Nos encontramos en medio del tiempo navideño. La gran solemnidad, que nos ha precedido como una estrella luminosa en el oscuro cielo nocturno del adviento, ha pasado, quizás para algunos de nosotros, demasiado deprisa. No ha permanecido en silencio como la estrella sobre el pesebre de belén. Ha pasado como un susurro y quizás permanecimos asustados porque no pudimos comprender o sacar nada en limpio de lo que nos quiso y pudo traer.
Resulta ciertamente consolador que la Iglesia tenga en cuenta, al igual que una buena madre, la debilidad de sus hijos y que haya previsto un buen número de semanas para el tiempo natalicio. Así se puede aún recuperar algo de lo que se ha perdido; e incluso para hoy no se me ocurre nada mejor que el que permanezcamos un poco en silencio y volvamos la mirada a las semanas pasadas.
Cuando los días se hacen cada vez más cortos y comienzan a caer los primeros copos de nieve, entonces surgen tímida y calladamente los primeros pensamientos de la Navidad. Y de la sola palabra brota un encanto, ante el cual apenas un corazón puede resistirse.
Incluso los fieles de otras confesiones y los no creyentes, para los cuales la vieja historia del Niño de Belén no significa nada, se preparan para esta fiesta pensando cómo pueden ellos encender aquí o allá un rayo de felicidad. Es como si un cálido torrente de amor se desbordase sobre toda la tierra con semanas y meses de anticipación. Una fiesta de amor y alegría –ésta es la estrella hacia la cual caminamos todo en los primeros meses del inverno–.
Para los cristianos, y en especial para los católicos, tiene un significado mayor. La estrella los conduce hasta el pesebre donde se encuentra el Niño que trae la paz a la tierra. El arte cristiano nos lo presenta ante nuestros ojos en numerosas y tiernas imágenes; viejas melodías, en las cuales resuena todo el encanto de la infancia nos cantan de él.
En el corazón del que vive con la Iglesia se despierta una santa nostalgia con las campanas del “Rorate” y los cánticos del Adviento; y en aquel en quien ha penetrado el inagotable manantial de la santa liturgia, palpitan día a día las exhortaciones y promesas del Profeta de la Encarnación: ¡Caiga el rocío del cielo y que las nubes lluevan al justo!; ¡El Señor está cerca! ¡Venid, adorémosle! ¡Ven, Señor, no tardes! ¡Alégrate Jerusalén, exalta de gozo porque viene tu Salvador!. Desde el 17 hasta el 24 de diciembre resuenan las solemnes antífonas “Oh” del Magnificat, cada vez más ansiosas y fervorosas: He aquí que todo se ha cumplido; y finalmente: Hoy veréis que el Señor se acerca y mañana contemplaréis su gloria.
Precisamente cuando al atardecer se encienden las velas del árbol y se intercambian los regalos, una nostalgia de insatisfacción nos impulsa hacia afuera, hacia el resplandor de otra luz, hasta que las campanas tocan a la Misa del Gallo y –Cuando todo permanece en profundo silencio– el misterio de la Navidad se renueva sobre los altares cubiertos de flores y de luces: Y el verbo se hizo carne. Ésa es la hora de la plenitud: Hoy los cielos se han hecho melifluos para todo el mundo.”
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